Todos somos godos

El mito nórdico

Compartir en:

Desde la más remota antigüedad, el origen nórdico ha fascinado a la mayoría de los pueblos de estirpe indoeuropea, que han señalado o usurpado el Norte como patria ancestral en su imaginario étnico colectivo. De hecho, la etnografía clásica señalaba la Isla de Scandia, por referencia a un lugar indeterminado entre Escandinavia y el mar Báltico, como “fábrica de naciones y matriz engendradora de pueblos”. Ciertamente, en las estructuras religiosas de los indogermanos ocupa un lugar común la referencia a una tierra mitológica situada en el norte, en la que sus dioses y héroes se forjan en una dura lucha contra la noche y el hielo eternos, utilizando poderes de la naturaleza como el sol, el trueno o el fuego: el “mito ario” nace, precisamente, de la fenomenología y simbología solares como patrimonio de la raza blanca nórdica frente a los demonios de la noche y las tinieblas de las razas oscuras.  

Y los germanos –godos, francos, burgundios, lombardos, alamanes, anglos, sajones, escandinavos, etc- no fueron una excepción. Precisamente, este orgullo genético del origen nórdico constituyó la base fundamental para la formación de unidades etnopolíticas en torno a las élites germánicas que tomaron el relevo civilizador de Roma, imbricándose por todos los rincones del Viejo Continente y provocando el nacimiento del estamento real y nobiliario que regiría los destinos de Europa durante la Edad Media como una auténtica “aristocracia de sangre”. Esto es así, al menos, para los teóricos “nordicistas” como el conde de Gobineau, Vacher de Lapouge, Ludwig Woltmann, H.S. Chamberlain, Gustav Kossinna y Hans F.K. Günther. Para ellos, Europa era el fruto de la fecundación de los pueblos mediterráneos por los pueblos de filiación indoeuropea y origen nórdico (arios, celtas, eslavos y, sobre todo, germanos). Pero, ¿dónde estaban los nórdicos originales cuando florecieron Grecia, Roma, la Francia carolingia, la España imperial? El propio Hitler pudo decir que cuando los griegos ya habían construido la Acrópolis, en el sur de la marca danesa se dedicaban al cuidado de las vacas. De nada sirve el martillo sin un buen yunque para forjar la espada.
 
¿Y por qué son tan distintos los europeos nórdicos? La despigmentación de estas poblaciones responde a la necesidad de sintetizar los escasos rayos solares ultravioletas de su entorno para transformarlos en vitamina Dy calcio, cuya ausencia puede provocar fenómenos de raquitismo. En la Europa central y occidental de la época glacial y, posteriormente, en la Europa nórdica post-glacial, pobre en luz solar y rica en frío y humedad, se dieron las condiciones climáticas a las que se adapta la piel blanco-rosada y los ojos con el iris de tonalidades azuladas, por su mayor receptividad frente a las radiaciones solares y, también, por su mayor capacidad para producir la enzima llamada lactasa que posibilita la ingestión de grandes cantidades de leche fresca, alimento básico en los territorios nórdicos. De esta forma, el mayor índice de supervivencia de descendientes de pigmentación clara (pobre en menalnina), más resistentes que los de pigmentación morena en ambientes de poca radiación solar y déficit alimenticio, dio como resultado una mayor proporción de individuos con el fenotipo claro. En definitiva, un sencillo proceso de adaptación al medio ambiente y de selección genética natural. Nada de pueblo elegido por Dios y predestinado para salvar a la Humanidad.
 
Precisamente, esa raza nórdica, que Hitler quiso hacer conquistadora del mundo y esclavizadora de las razas oscuras, se encuentra en franco peligro de extinción. En Europa, por la invasión y colonización de prolíficos inmigrantes de los otros continentes. En Sudáfrica y Australia, por la presión indígena o la inmigración asiática. En Norteamérica, por la emancipación y el crecimiento autóctono de unas minorías que pronto serán mayoritarias. Y sin embargo, el “nuevo nazismo” que dice actuar en defensa de una “raza blanca” de contornos desdibujados, pues en la misma se alinean “neonazis” de muy diversa procedencia –sorprendentemente, eslavos y mediterráneos, pero también curiosamente, de origen sudamericano–, continúa utilizando, sin embargo, a hombres y mujeres de perfiles nórdicos en todas las imágenes estandarizadas de sus clandestinas campañas propagandísticas. Para estos “neonazis” de nuevo cuño, la llamada “raza blanca” adquiere una nueva dimensión mundial, definiéndose por contraposición a las poblaciones “no-blancas” –asiáticas, africanas, amerindias y australoides–, proponiendo, en última instancia, el retorno a una “raza nórdica original y primigenia” como un ideal estético a realizar en el futuro, extremos ideológicos que no parecen compartir, sin embargo, sus radicales y celosos correligionarios del norte de Europa y de América, los cuales continúan despreciando y agrediendo a todo aquel cuyos rasgos físicos sean siquiera un tono más oscuro que los habituales entre las comunidades germánicas de todo el mundo.
 
Y sin embargo, el mito nórdico, aunque sea como ideal estético de belleza, sigue imponiéndose en numerosos ámbitos de la vida de nuestra humanidad, como sucede, por ejemplo, en el mundo de la publicidad, la moda o el cine, en el que el clásico patrón nórdico –especialmente el femenino–, de piel extremadamente blanca o sonrosada, cabello rubio y ojos azules, sigue imponiéndose a otras consideraciones materiales, espirituales o artísticas, incluso en países donde el elemento nórdico es nulo, muy escaso o prácticamente inexistente, igual que los millones de muñecos/as que se encuentran en todos los hogares y rincones del planeta, reproduciendo lo que parece ser el modelo humano triunfante e imperante que debe ser imitado y clonado. Seguramente, el éxito del “modelo nórdico” no dependa tanto exclusivamente de ideales raciales, como de factores culturales y psicológicos asociados a la idea del poder del “hombre blanco” y a la imposición en todo el orbe de la poderosa –y forzosa- civilización occidental.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar