Tanto los progres como los liberales creen que sí. ¿Y usted?…

¿Puede existir el hombre desgajado de una patria, de una comunidad?

Vivimos una época en la que el individualismo, el desarraigo y el vacío son hechos empíricos bien difícilmente discutibles. En contrapartida, existe una evidente necesidad para el hombre de poseer un espacio territorial definido,que le sea propio y que sea percibido como tal. El destacado antropólogo Robert Ardrey ha teorizado profundamente acerca de este factor clave para la existencia, habiendo señalado que"el hombre posee un instinto territorial, y si defendemos nuestro hogar y nuestra patria es por razones biológicas; no porque decidamos hacerlo, sino porque debemos hacerlo".

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Vivimos una época en la que el individualismo, el desarraigo y el vacío son hechos empíricos bien difícilmente discutibles. En contrapartida, existe una evidente necesidad para el hombre de poseer un espacio territorial definido,que le sea propio y que sea percibido como tal. El destacado antropólogo Robert Ardrey ha teorizado profundamente acerca de este factor clave para la existencia, habiendo señalado que“el hombre posee un instinto territorial, y si defendemos nuestro hogar y nuestra patria es por razones biológicas; no porque decidamos hacerlo, sino porque debemos hacerlo”.

Conocidos teóricos del nacionalismo como Ernest Gellner han definido el sentimiento nacional como una realidad cultural exclusiva de la que depende el factor político: “Las fronteras políticas son (o deben ser) fronteras culturales. Las fronteras culturales son (o deben ser) fronteras políticas”. Tanto el factor biológico como el cultural son los determinantes del sentimiento de pertenencia a una Nación, una Patria, una comunidad.

Discutir acerca de la necesidad imperiosa que tienen los hombres de sentirse identificados con aquellos que se les parecen no resultaría necesario de no ser por algunos imprevistos, producto de los fenómenos sociológicos y antropológicos que se han generado en los últimos tiempos. Y es que las comunidades de pertenencia que la modernidad ha venido socavando ha impedido a las nuevas generaciones poder sentirse identificadas con aquello que les era propio: la Patria.
 
En Hispanoamérica, las fuerzas políticas posicionadas a la derecha, las cuales ven en el concepto de Patria el significado de la vida en comunidad, se encuentran hoy ante la imposibilidad de poder ver materializado en el plano público un discurso creíble, al punto de no ser percibido en lo más mínimo por los más jóvenes.
 
Cual mito movilizador histórico, la nación, que es concebida como aquella unidad de destino que rige la vida y el devenir de los hombres, contempla en su cuerpo la existencia de micro grupos que constituyen dicha unidad superior, y que están representados por los clanes familiares.Sostiene Ardley que el hombre no se contenta con identificarse con respecto a su grupo. Necesita también hacerlo dentro de ese grupo; es decir, puesto que es a la vez semejante y único, debe determinar su sitio y su personalidad.Esa determinación se desarrolla tempranamente en el ámbito familiar.
 
Es precisamente en este contexto donde el entramado sufre una fractura psicológica de vital significación ¿Qué sucede cuando la misma personalidad del joven no puede desarrollarse coherentemente ante la inexistencia de un ámbito propiamente familiar?Sin la familia como unidad mínima de integración social, no hay nacionalismo ni mito nacional posible. Como acertadamente afirmó Giorgio Locchi, “Cuando el Mito se desmorona, cuando esos arquetipos ideales ya no son percibidos como tales, desaparece la unión comunitaria, de modo que todo individuo es considerado como ideal en sí, por el simple hecho de que es un individuo”.
 
La familia ha caído en un abismo demasiado agudo y significativo como para que los más jóvenes puedan percibir el significado comunitario de este primer y elemental grupo en el que llegan al mundo. A raíz de esta realidad podemos decir sin lugar a equívocos que la nación, ese conjunto de comunidades más pequeñas, posee aún mayores dificultades de ser vivida, aunque no falten recursos para ser recordada.
 
En lo que respecta al Uruguay —realidad que nos implica en lo personal— deben sumarse las dificultades propias de la peripecia histórica de este país. El sentimiento nacional ha pasado a ser una colección de anécdotas deportivas o gastronómicas que suplen la inexistencia de sólidos mitos fundacionales. Como corolario, y parte de la conquista cultural debida, se ha de agregar que la precavida izquierda ha monopolizado a su favor estos escasos símbolos hace buen tiempo. Si atendemos a Gellner, la derecha nacionalista está en grandes aprietos.
 
Al día de hoy, la tribu urbana, la subcultura de turno o sencillamente el grupo de pares, son el único vínculo que une al joven con su espacio de proximidad. La esencia biológica y cultural se mantienen intactas, solo que encarnadas en nuevas formas de socialización, tan particulares, estrechas y tan poco profundas como un barrio o incluso una esquina de dicho barrio. Pedirle a una generación de desarraigados —en el más amplio significado del término— una inmolación por la Patria no es más que el recurso fallido en la utilización de un nostálgico símbolo movilizador de tiempos pasados.
 
Quizá fuera conveniente que cierta derecha comenzase a indagar en la obra del sociólogo francés Michel Maffesoli, quien afirma que“los tiempos actuales se prestan a la segmentación y debemos tratar de ver cómo conseguir un ideal comunitario, de la misma manera que antes hubo un ideal democrático”. Las viejas categorías (viejos mitos) podrán en un futuro ser retomadas como ideales a seguir, pero la diferencia y el sentimiento de pertenencia requiere hoy de nuevos espejos, un nuevo mito que como sostiene Locchi es esa fuerza histórica que da vida a una comunidad, la organiza, la lanza hacia su destino. Que lo venidero ayude a la reintegración de las futuras generaciones a su esencia comunitaria que ayer era sentida y vivida como la pertenencia a una Patria.

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