La catedral ortodoxa rusa de Madrid

El odio contra todo lo ruso

Es el odio del mundo ruso, el wokismo antieslavo, la putinofobia delirante.

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¿Conocen ustedes a Pavlov, el genial Ivan Petrovitch Pavlov (1849-1936)? El mismísimo tipo de científico ruso: con una espesa barba llena de migas, con el aire de un sacerdote a lo Dostoievski y un revolucionario endomingado. Muy guapo, muy digno, muy 1900. Los rusos que triunfan en la vida suelen dejar su nombre asociado al invento que les hizo famosos: Kalashnikov y su fusil de asalto; Tupolev, que hizo volar a los mamuts con sus grandes aviones; Stajanov, incansable corredor de maratones de cadencias infernales; Molotov y su cóctel de vodka con chispas. Es el caso de Ivan Petrovich Pavlov. Obviamente, debía de preferir los perros a los hombres. No le culparía yo por ello. Lo mejor del hombre es el perro, decía el maravilloso Alexandre Vialatte. Lo cierto es que fue en los perros donde Pavlov ejerció sus dotes de observación, que no tenían parangón y que le valieron el Premio Nobel de Fisiología en 1904. Fue él quien descubrió los reflejos condicionados en los perros. El perro saliva primero ante la aparición de las croquetas, luego saliva en previsión de la aparición de las croquetas y, finalmente, saliva incluso cuando ya no hay croquetas. La rusofobia está hecha del mismo material. Su función gástrica es similar a la del perro. ¿Sus croquetas? Es el odio del mundo ruso, el wokismo antieslavo, la putinofobia delirante.

A la vista de un ruso, la glándula salival del rusófobo le empuja a ladrar

A la vista de un ruso, la glándula salival del rusófobo le empuja a ladrar; y eso es todo lo que hace, ladrar, ladrar, ¡incluso cuando ya no hay necesidad de ladrar!

La lista negra de la cultura rusa

No sé si es usted como yo, pero es fascinante lo que está ocurriendo en los medios de comunicación occidentales desde que Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero. Es un festival bélico antirruso que suena en bucle como un viejo LP rayado. Es como estar en el 1984 de George Orwell. En su distopía, Orwell imagina que cada día existen los "dos minutos de odio", un ritual diario de liberación de todo lo que hay en nosotros de más podrido. Es a la vez una salida para los sentimientos reprimidos, las frustraciones y el resentimiento acumulado, pero más que eso, es una forma de comunión negativa, una orgía unificadora, una socialización a través de la desocialización, como los rituales ejercidos contra muñecos del vudú, pero esta vez contra muñecas rusas.

Pues bien, estos "dos minutos de odio" es lo que depara cada día el informativo de la televisión francesa H24. Se trata de ver quién puede llegar más lejos en la satanización de Rusia. Todo lo que comúnmente se prohíbe aquí se alienta, se recomienda, se prescribe. Ni que decir tiene que los rusos carecen de las consideraciones que se suelen reservar a los yihadistas, a los locos de Alá y a los degolladores con turbante. "¡No tendréis mi odio!" [frase típica de los colaboracionistas proislámicos. N. del T.] Pues vaya si lo tendrán los rusos, y con todas las opciones habidas y por haber. "¡No hay que hacer amalgamas!" [Otra frase típica de los colaboracionistas. N. del T.] "¡No hay que incitar al racismo!" ¡Pues venga a incitarlo! ¿Acaso Facebook, la mayor plataforma de censura del mundo, no ha decidido modificar temporalmente sus sacrosantas normas de uso para permitir llamar al odio contra los rusos? Todo por el estilo. Cuando no se prohíbe a Tolstoi, se desprograma a Chaikovski, se excluye a Dostoievski, se desconecta a Russia Today y a Sputnik, se embarga al Bolshoi, y no hablemos de la FIFA y de las federaciones de atletismo que llaman al boicot de todo lo ruso, hasta de los gatos rusos que no pidieron nada y a los que la Federación Internacional Felina les ha prohibido participar en sus competiciones. E incluso Eurovisión, que ha expulsado a Rusia. Así que no veremos a las Pussy Riot ganar el concurso; lo cual es una buena noticia para el arte lírico ruso.

¡Maten a todos los rusos, Dios reconocerá a los suyos!

En cuanto a Putin, no hablemos de él. Es la síntesis de Adolfo Hitler, Gengis Kahn, Drácula e Iván el Terrible. Ni siquiera Saddam Hussein ha recibido un tratamiento mediático semejante. Hay realmente unanimidad en contra de él. Y la unanimidad siempre señala una disfunción importante en el régimen de libertades. Desde este punto de vista, Francia no es mejor que Rusia —incluso en Rusia, una periodista blandió un cartel contra la guerra en el telediario de la televisión local—. Le puede caer el pelo, es cierto. Pero no hemos visto nada parecido en Francia. Conozco bien a los periodistas, soy uno de ellos. A los periodistas les encantan los malos, les permitensólo disfrazarse de justicieros, pero es para dar la alarma y acabar con la bestia. El vocabulario de la caza es rico en lecciones. La manada, la maldición, la perrera. Pavlov estaría encantado. Y todo esto ladra a coro, sin rechistar. Por lo general, surge algún obstáculo. Esta vez, ninguno. Fascinante, repito. La unanimidad reina en París, al igual que el orden reinaba ayer en Varsovia y hoy en Kiev.

La cultura de la cancelación triunfa incluso en un universo, el de la geopolítica y de las relaciones internacionales, que hasta ahora había quedado relativamente al margen.

Rusia es "anulada", borrada, negada, con una furia iconoclasta digna de las guerras de religión

Rusia es "anulada", borrada, negada, con una furia iconoclasta digna de las guerras de religión. Y es efectivamente una guerra de religión la que se libra hoy, o al menos tiene todo el aspecto, empezando por el primero y más característico de sus rasgos: el castigo colectivo, la erradicación definitiva del enemigo. ¡Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!

En el antiguo orden mundial, clásico y civilizado, que prevaleció en Europa hasta principios del siglo XX, no existía el castigo colectivo. En el Congreso de Viena de 1815, fue Napoleón quien fue castigado, no Francia ni los franceses. Según el gran jurista alemán Carl Schmitt, el principal mérito de esta concepción del derecho internacional era que permitía dejar de lado la doctrina medieval de la "guerra justa", que hacía del enemigo un "criminal" y un "bárbaro" al que había que eliminar, y no un adversario con el que se podía concluir una paz. De modo que sí, los rusos tendrán todo nuestro odio, pero sobre todo, ¡nada de amalgamas!

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