El rey del escrache

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Según el Diccionario de la RAE, el escrache es una “manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir”. Palabra que tiene su origen en el americanismo “escrachar”, que significa, fundamentalmente, dejar en evidencia a alguien. ¿A quiénes? A todos aquellos que no comulgamos con la ideología sociocomunista, porque, curiosamente, hasta que Podemos llegó a la política española, no habíamos oído hablar de esta práctica.

Como con todo, la izquierda se adueñó de ella. Recordarán ustedes los famosos escraches a Cristina Cifuentes en el verano de 2012, el puñetazo a Rajoy en 2015, o los insultos a Javier García Albiol algunos años después, en 2018, caracterizadas por gritos, improperios y escupitajos cuyo único fin era amedrentar a aquellos que, sencillamente, no simpatizaban con su pensamiento. ¡Jarabe democrático! Incluso las más recientes pintadas a los padres de Albert Rivera en su tienda y las innumerables amenazas de muerte contra Santiago Abascal.

Quién les iba a decir que, años más tarde, esos escupitajos iban a caer sobre la cara de sus queridísimos y amados líderes. Hace unos días, el fundador de Podemos, Juan Carlos Monedero, tuvo que abandonar un bar de la localidad gaditana de Sanlúcar de Barrameda al grito de “sinvergüenza” y de “jarabe democrático”. Por no hablar del continuado y pacífico acto de reunión de los vecinos de Galapagar frente a Villa Tinaja. ¿Solución? Cerrar la calle del macho alfa de Podemos, vulnerando, eso sí, la libre circulación. Impunidad del acoso hacia la derecha, legalidad frente al hostigamiento si es hacia su persona.

¿Qué les parece la última? El vicepresidente del Gobierno y líder de Unidas Pandemias, fruto de la ansiedad producida por sus vecinos en los alrededores de Villa Tinaja, y a pesar de que nos encontramos en una segunda ola de contagios por la pandemia del coronavirus, Iglesias se ha trasladado junto con su pareja, la ninistra de Igualdad, a Asturias. Casualidades de la vida, han tenido que acortar sus vacaciones por “el acoso de la extrema derecha”, visibilizado en pintadas donde se podía leer “Coletas rata”. Y cual rata, el Coletas malhuyó.

Curro Romero. El number one del escrache

Esto del acoso mediático no es nuevo, ni lo ha traído la política, mucho menos Podemos. El number one del escrache, el rey del alboroto y la polémica hace más de cincuenta años, ya había probado en sus carnes el jarabe democrático. Y no de un grupo de universitarios exaltados, sino de varios miles de personas que esperaban impacientes su actuación. Me refiero a Curro Romero, Faraón de Camas y rey del escrache.

Tuvo en su carrera el camero tardes de gloria, pero también otras muchas de almohadillas. Eso es afición incondicional, sin duda. Y respeto, ese que echamos de menos hoy día con cualquier acción “democrática”. “¡Curro, el año que viene va a venir a verte tu madre…y yo!” fue el improperio que le cayó en una de sus malísimas tardes en Sevilla.

No solo tuvo que soportar la ira de los aficionados en sus malas tardes, también violencia y el entierro mediático por parte de la prensa. Incluso una agresión de uno de sus incondicionales. Sucedió en 1987, en Madrid, y al negarse a matar un toro, Miguel Galallo, el agresor, saltó al ruedo reclamándole el dinero de su entrada. Más tarde, declaró haberse sentido engañado, pero que era currista de toda la vida. Sus vecinos dirán que Miguel es un tipo amable, tranquilo, pacífico, sólo que Curro lo volvió loco.

Por un lado, la sublimidad torera; por otro, las espantás. Curioso que, en la memoria de los aficionados a este noble arte, queden grabadas a fuego, no ya las mejores faenas, sino también los peores bochornos. En los últimos, como Cagancho en Almagro, hay que ser muy torero para aguantar el escrache colectivo en plazas como Madrid o Sevilla, con más de 20.000 y 11.000 localidades respectivamente, y no solo sobreponerse a la animadversión, sino transformarla, en horas, en noble admiración. Pero, a diferencia de nuestros políticos, a Curro no le abroncaban, le reñían por lo que dejaban de ver. Curro no tenía miedo. Curro no tenía miedo de tener miedo.

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