El viejo Steiner tenía razón: la fuerza instrumental del concepto de cortesía entró en decadencia. En España el hombre, en vez de señor, es caballero. El mahometano, en cambio, no. Ahí está Ceuta: miles de tiorros llegando en plena pandemia sin que un policía aplicara a ninguno el protocolo:
–¡Caballero, caballero! La mascarilla.
¿Qué es un caballero? Un caballero, contesta Santayana, en Inglaterra es un hombre que tiene criado, si bien tener muchos sirvientes, aunque haga al hombre amo, no lo hace caballero. Para ser un cumplido caballero debiera tener también un caballo, y montarlo con gallardía.
Yo prefiero que un guardia me diga "señor" (que viene de “senior”, o sea, de “más viejo”) a que me diga “caballero”: después de todo, puedo tener más años, pero en ningún caso un caballo, que siempre me muerden, como el caballo Morante de Diego Ventura mordía a los toros (y uno, en Sevilla, junto a la Giralda, me quitó con sus dientazos la cartera, gracia en la que había sido amaestrado).
Desaparecidos de los ruedos los Peralta, en España no veo de caballero más que a Santiago Abascal, capaz de montar con gallardía, como mandaba Santayana, en el video de Morante donde los liberalios vieron a un señorito de novela de Manuel Halcón, señal de que tampoco se habían leído Las aventuras de Juan Lucas.
–También don Quijote tuvo caballo, además de criado.
Claro que, tal como está España, más que el caballero de Cervantes, Abascal parece el caballero de Durero visto por Jean Cau:
–El caballero que cabalga su vida entre la muerte y el diablo. Invencible y vencedor. ¿Alguien le sigue? No importa. El valor no tiene necesidad de recompensa.
En el grabado de Durero, el caballero (“viril, lúcido, sereno y fuerte”) avanza sobre “espectros y fantasmas” sin mirarlos (monta un caballo sacado de los bocetos de Leonardo para el monumento a Sforza), como exige su dignidad caballeresca.
¿Qué sabe de caballería un guardia de tráfico, un conductor de taxi o un dependiente de comercio?
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