Hace treinta años, China, bajo la empresa del maoísmo, figuraba como un país atrasado y marginado. Treinta años después, China representa el 20% del PIB mundial.
Aparece en todos los telediarios investido de una auctoritas universal cuyo criterio no puede ser puesto en duda; se apela a su palabra, a su supuesta infalibilidad científica y política.
Ahí está la paradoja de una epidemia de la que no podemos saber hasta qué punto debe preocuparnos pero que ilustra a la perfección la mundialización de los fenómenos y la abolición de las distancias.