De cómo China tira el mundo abajo

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La revista digital El Inactual vuelve a la actividad tras el confinamiento y nos obsequia con este “actualísimo” artículo de Olivier Piacentini sobre el gran poder de China en el mundo.


Hace treinta años, China, bajo la empresa del maoísmo, figuraba como un país atrasado y marginado. Treinta años después, China representa el 20% del PIB mundial. El imperio de la miseria se ha convertido en la fábrica del mundo, el primer exportador del planeta.

¿Una historia del éxito comunista? No del todo. Porque China tiene dos caras. Una sonriente, ultramoderna, industriosa, que exhibe ante todo el mundo. Y otra sombría, la que las autoridades intentan camuflar. Si este rostro fuera desenmascarado la imagen del país y de su éxito quedarían debilitados.

El éxito de China descansa en tres pilares

Las masivas inversiones de las multinacionales occidentales en los años 90 relanzaron a un país entonces incapaz de hacerlo por sí mismo.

La presencia de gigantescas masas de mano de obra miserable, moldeable a deseo, ideal para las industrias.

El régimen totalitario permite mantener el orden y la cohesión social pese a la persistencia de la pobreza para la inmensa mayoría de los chinos. Permite invertir en la exportación de altas tecnologías e infraestructuras antes que diluirlas en la sociedad, como hacemos los europeos.

China debe su éxito industrial y comercial a la persistencia de una inmensa pobreza. Y al hecho de que las instituciones mundiales cierren los ojos ante sus carencias. Miembro de la OMC desde 2001, China tiene la obligación de converger hacia un mejor orden social, sanitario, industrial cualitativo, medioambiental, cultural y político. Lo hace con parsimonia. El avance de los productos chinos deriva de una manifiesta competencia desleal que los otros países nunca han denunciado antes de la llegada de Donald Trump. Desde hace tiempo, China debería haber sido sancionada.

La debilidad nunca paga. Los occidentales lo han dejado pasar durante 30 años. Hoy China es una auténtica bomba que amenaza al planeta entero. Su situación sanitaria presenta un evidente riesgo para los demás, con mil quinientos millones de habitantes, y millones de turistas. Pero China también tiene toneladas de productos peligrosos, tóxicos, exportados por todo el mundo. Las falsificaciones que privan a nuestras empresas de miles de millones de euros en su cifra de negocios. China es la campeona en emisiones de gas carbónico, de aerosoles tóxicos, de ácidos que contaminan la capa freática y el aire.

China, con sus bajos salarios y sus inexistentes normas sociales, resulta muy cara para nuestras industrias y para nuestros asalariados precarizados, condenados al desempleo o a los empleos basura. China, con su régimen totalitario que pone a cada persona bajo su videovigilancia, es también un riesgo para la democracia en el mundo. ¿Cómo podrán nuestras democracias, tan versátiles, soportar a un gigantesco competidor, totalmente movilizado al servicio de una estrategia planificada durante treinta años?, ¿cuánto tiempo aguantarán nuestras empresas frente a la voracidad de los chinos, que compran gradualmente toda nuestra economía?

El coronavirus es, hoy en día, una oportunidad para llamar a China al orden. Esta crisis es la ilustración de la situación del país, de su ambivalencia y de las fechorías de su régimen. El doctor Li Wenliang había alertado a las autoridades, desde el mes de diciembre, sobre la peligrosidad del virus: murió en prisión… ¿Qué fiabilidad puede tener Pekín, obnubilado solo por el poder económico y dispuesto a sacrificarlo todo por él? Debe recordarse que el origen del virus procede del estado sanitario del país, los alimentos vendidos sin control en los mercados. Si el virus se extiende sin control, nosotros pagaremos la ligereza de un régimen que lo sacrifica todo al altar de la expansión económica. Además, el impacto sobre la actividad mundial será considerable, sobre todo cuando la segunda potencia económica, Estados Unidos, parece estar hoy paralizada, congelada, por el miedo.

Por consiguiente, este virus podría ser la ocasión para imponer a China, de una vez por todas, el respeto a las normas internacionales. ¿Lo exigirán los dirigentes occidentales? Después de Trump, ¿cuántas divisiones afloran en Europa al respecto? El futuro nos dirá si nuestros dirigentes supieron hacerle frente a China, o si Xi Jinping conservó las manos libres para continuar engañando al mundo entero con toda impunidad.  

Coronavirus: los daños de la mundialización y del laxismo occidental hacia China

China es miembro de la OMC desde hace casi 20 años. A cambio de un acceso privilegiado a los mercados mundiales, China tenía que evolucionar en la cuestión de los derechos humanos y avanzar en la vía de un mejor orden social, sanitario y medioambiental.

¿Cuál ha sido el resultado? El Imperio del Medio sigue siendo una dictadura con un régimen de partido único, la represión se ha reforzado después de la ascensión al poder de Xi Jinping, el sistema de reconocimiento facial abre la puerta a un totalitarismo de nueva generación. En las cuestiones sociales, China se apoya siempre, fundamentalmente, en una masa de mano de obra explotada, infrarremunerada, privada de los derechos que se adquirieron en Europa hace más de siglo y medio. El nivel del gasto social muestra claramente que el país, lejos de impulsar su mercado de consumidores, continúa privilegiando su modelo exportador.

En cuanto a la mejora sanitaria, el coronavirus ha arrojado luz sobre lo que ya se sabía de la sociedad china, pero que el laxismo occidental dejaba pasar. El virus podría haberse originado en los hábitos alimentarios de otra época, en esta ocasión de sopas de murciélago o de otras extravagancias, pero también a base de insectos, reptiles, etc., todo sin un control sanitario estricto. Los puestos de los mercados chinos están llenos de animales salvajes vendidos directamente a los particulares, sin ninguna condición específica ni examen de las autoridades. 

Ni en este tema, ni en las cuestiones de la contaminación atmosférica, y todavía menos en los derechos humanos, se inquietan los occidentales por la resistencia de China y las consecuencias a escala planetaria: solo interesan los beneficios de las multinacionales implantadas allí. Resultado: China se ha convertido en una bomba sanitaria y medioambiental, lista para explotar y para exportar al mundo entero, ante la indiferencia casi general. Como ha demostrado el caso del coronavirus, la vitrina ultramoderna y high tech de China solo afecta a una minoría de chinos. La gran mayoría de la población china sigue viviendo como en el siglo pasado. Y Occidente lo acepta sin rechistar, igual que la deslocalización de las industrias, los déficits comerciales, la desindustrialización y el desempleo que provocan las prácticas desleales e inhumanas chinas. Cuando China se adhirió a la OMC, Clinton llegó a afirmar que Occidente se beneficiaría de ellos: ya hemos visto lo que pasó. Ha llegado el momento de imponer a China el respeto por las obligaciones que su inserción en el mercado mundial se le imponen, igual que al resto de países. 

¡Pongamos a China frente a sus responsabilidades!

Detrás del virus, férrea oposición de Occidente hacia China...

En las últimas semanas, el naufragio de Europa frente a la pandemia ha dado un nuevo impulso a China y a Xi Jinping. En un artículo de la revista Global Times, órgano próximo al Partido comunista chino, se señalan las debilidades de Occidente, el fin del liderazgo euroatlántico. En Pekín, parecen estar listos para desplegar todavía un poco más su potencia sobre un mundo ahora en apuros.

Es cierto que Occidente, en su conjunto, no saldrá renovado de esta crisis. ¿Y China? Su organización totalitaria le ha permitido imponer a la población un extremo rigor en la gestión de la pandemia que nosotros seríamos incapaces de reproducir. Pero debe recordarse que el virus que ha golpeado al mundo comenzó en China; ha sido China la que ha contaminado al mundo, de una persona a otra. Y la ha contaminado a causa de sus graves carencias: deplorable estado sanitario, falta de higiene personal y pública, ausencia de seguridad alimentaria, etc.

Y quizás haya sido peor: el profesor Luc Montagnier, premio Nobel de medicina, declaró que este virus era la consecuencia directa de un accidente en el laboratorio chino P4 próximo a Wuhan, puesto que su hibridación/mutación parece artificial. Un laboratorio sobre el que las autoridades americanas ya habían advertido, en enero de 2018, sobre sus riesgos de seguridad… También están las cifras. ¿Quién cree todavía en los algo más de 3.200 fallecimientos anunciados por Pekín? Luego, China, ante la presión internacional, admitió otras 1.300 muertes… Lógicamente, han sido bastantes más, en miles.  Las negaciones y ocultaciones de Pekín probablemente han jugado un importante papel en el retraso de las medidas adoptadas por los gobiernos occidentales: de haber sabido la cifra real de afectados y de fallecidos, posiblemente hubiéramos reaccionado con mayor diligencia ante el desastre que se avecinaba. Con sus ocultaciones, al intentar evitar un daño irreparable para su imagen internacional, Xi Jinping ha contribuido a expandir y amplificar la crisis vírica mundial. Y ahora, está encantado de ver a todo Occidente sumido en la catástrofe, mientras sus medidas de drástico confinamiento, que pudo imponer al pueblo chino gracias a sus métodos totalitarios, sacaron a su país del atolladero antes que nadie.

Cuando Trump habla de un virus chino y provoca así la ira del Partido comunista chino, lo hace conscientemente para recordarnos que este país y su régimen totalitario están en el origen de la catástrofe. Trump quiera así reunir a la comunidad internacional, sobre todo a los europeos, para poner a China a los pies de los caballos. Frente a esta tragedia, parece difícil seguir permitiendo que el Partido Comunista Chino siga haciendo lo que quiere, sin plegarse a ninguna regla internacional, continuando haciéndonos competencia desleal, inundando el mundo con sus productos en detrimento de los nuestros, destruyendo nuestro empleo con el dumping salarial, y a la larga, socavando nuestros sistemas sanitarios. Habrá que extraer las inevitables consecuencias de esta situación, obligar a China a respetar las normas y pagar las reparaciones necesarias por los daños causados.

Todos estamos de acuerdo en decir que el mundo ya no será como el de antes: empecemos por poner a China frente a sus responsabilidades e impidiendo el despliegue de su potencia económica tal y como ella la concibe. Esto será un primer paso, saludable, porque después de haber puesto en grave peligro la salud del mundo entero, el imperialismo chino, si no tomamos medidas, acabará amenazando nuestras libertades…

© ElInactual

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