La mundialización del miedo: epidemiología del catastrofismo

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Ahí está la paradoja de una epidemia de la que no podemos saber hasta qué punto debe preocuparnos pero que ilustra a la perfección la mundialización de los fenómenos y la abolición de las distancias. En el momento en el que escribimos estas líneas, el número de muertos se eleva oficialmente a 132; los casos detectados, oficialmente también, son más de 6 000. Las bolsas y el precio del petróleo se hunden, y los primeros casos en suelo europeo, incluso si se cuentan con los dedos de una mano, nos recuerdan que el mundo se ha convertido en algo minúsculo. Ciertamente, la gripe se lleva por delante cada año alrededor de 10 000 muertos en Francia, en la indiferencia general. Son muertos “normales”, aceptados, ya que se repiten cada año. Muertos que no permiten ni siquiera abogar por más vacunas. Muertos que parecen estar en el orden normal de las cosas.

Sin embargo, el coronavirus es un desorden. Las calles vacías de Wuhan y Pekín son las imágenes amenazantes que obligan, al otro lado del planeta, a dudar entre la compasión lejana y la angustia inmediata. La mitología de la epidemia nos devuelve a los miedos ancestrales de la humanidad. Y en las sociedades posmodernas, regidas por las redes sociales, esa ruptura introduce la sospecha, puesto que el culpable va de la CIA a los laboratorios farmacéuticos ávidos de vender vacunas. La satisfacción narcisista por sentirse superiores, a los ingenuos que creen todavía en lo que los medios cuentan, es el motor más grande de la sociabilidad en internet.

Pero podemos también descifrar los automatismos del discurso mediático que escenifica la “solidaridad” humana que surge en circunstancias semejantes, o que nos tiene en vilo ante las demostraciones de fuerza del Estado chino: “56 millones de personas en cuarentena”. El gigantismo de las cifras da vértigo y ayuda a construir una mitología: la de esa dictadura donde la palabra se convierte en eficacia.

En realidad, la brutalidad de las decisiones de Xi Jinping no sirve más que para compensar el retraso del principio, en la provincia de Hubei. El mismo mecanismo que ha permitido enclaustrar a millones de chinos es el que retrasó el tomar decisiones al incitar a las autoridades regionales a esconder la epidemia para complacer al poder central. A su llegada al poder, en 2013, el presidente chino se impuso justamente como programa una recentralización para poner fin a las baronías locales corruptas, y debía desembocar después en una nueva descentralización en una organización saneada. La segunda etapa no está todavía en el orden del día.

Evidentemente, cada uno se puede imaginar cuál es el grado de fiabilidad de las cifras ofrecidas por el gobierno chino. Pero hay un hecho que está claro: si existe psicosis en China es porque, desde hace un tiempo, la información circula. Es una de las numerosas paradojas de un país que ilustra las nuevas formas en las que se concreta la mundialización. Veinte aviones al día aterrizan en cualquier aeropuerto de capital europea, con origen en China. ¡Veinte al día! Y parte de la economía occidental gira alrededor de esos turistas chinos que vienen a compensar la destrucción de la industria europea.

Ese virus, de repente, nos enfrenta a la realidad de nuestro mundo. Gentes que, ayer, veían totalmente natural comprar en Amazon un producto fabricado en China, con la excusa de que era unos euros más barato, preguntan hoy a médicos y periodistas para saber si su paquete les puede contaminar… Lo más chocante es, sin duda, la forma en la que esta epidemia amplifica hasta el absurdo los fenómenos que están en nuestras sociedades. Se habla del virus, de sus riesgos, los periodistas informan, los humoristas se ríen y, enseguida, sale un artículo hablando de ese insoportable racismo antichino que se destila en la sociedad. La web del Huffington Post publicó un artículo sobre un movimiento en las redes sociales surgido para protestar contra las miradas de los ciudadanos hacia esos asiáticos sospechosos de ser chinos portadores del virus; incluso un periódico francés que se atrevió a titular “¡Alerta amarilla!” tuvo que pedir disculpas…

Nadie sabe todavía cuál será la magnitud de esta epidemia pero sabemos desde ahora que se alimenta de la absurdidad y de la inconsistencia de nuestro mundo.

© ElInactual

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