NICOLÁS JOUVE DE LA BARREDA
La evolución biológica de la especie humana ha estado conducida por una serie de factores que, al menos hasta la adquisición de un cerebro poderoso y de una conciencia de la existencia, una vez comenzado el proceso de «hominización», pueden explicarse por selección natural. Sobre esta base se produce otro proceso claro y exclusivo del hombre que origina un aumento progresivo de su sentido moral, ético y de trascendencia. A esta etapa la podríamos denominar de «humanización».
Las claves de la especialización humana las debemos encontrar en las transformaciones biológicas operadas durante el proceso de hominización. En su origen los primeros representantes del género Homo coincidieron con un período geológico de enfriamiento de su hábitat en el plioceno y pleistoceno medio, hace más de 5 millones de años. Como consecuencia de este enfriamiento se originó una sustitución de los bosques tropicales por sabanas por lo que los primeros representantes de la línea evolutiva del hombre se vieron abocados a la adopción de una postura bípeda. El bipedismo supuso la liberación y utilización de las manos y el menor uso de los colmillos para el asalto y la defensa. La liberación de las manos debió desatar el desarrollo de la destreza de su utilización para la fabricación y el uso de utensilios. Esto, conllevaría un mejoramiento de la capacidad de relación con el medio ambiente y de comunicación con los restantes miembros de la especie e induciría un progresivo aumento de la búsqueda de soluciones, para hacer frente a las necesidades de alimentación y supervivencia. Dada la importancia de los objetos útiles para la caza, el vestido, la alimentación y en definitiva la conservación de la especie, es obvio que se debió operar una selección natural, favorecedora de la organización en grupos sociales todo lo cual debió repercutir en el perfeccionamiento del cerebro.
En resumen, las principales innovaciones biológicas de la etapa de hominización condujeron a la gracilización morfológica, el bipedismo, la liberación de las manos, el uso de herramientas, la reducción de los dientes, la adquisición de un lenguaje simbólico y articulado y el aumento del cerebro. De esta forma, a la evolución biológica se añade un proceso único y singular en la evolución humana respecto al resto de los seres vivos, la «evolución cultural». De acuerdo con Francisco Ayala, «La herencia biológica es, en el hombre, semejante a la de los demás organismos dotados de reproducción sexual y está basada en la transmisión, de padres a hijos y por medio de las células sexuales, de la información genética codificada en el ADN. La herencia cultural, por el contrario, es exclusivamente humana y reside en la transmisión de información mediante un proceso de enseñanza y aprendizaje, que es en principio independiente de la herencia biológica» [8].
De este modo, la característica específica de la evolución humana es la superposición de la evolución cultural a la evolución biológica. Homo sapiens es la única especie que además de genes transmite experiencias. Las pequeñas modificaciones del genoma en la línea evolutiva del hombre se tornan en la adquisición de un lenguaje simbólico de doble articulación, único en la naturaleza. Como consecuencia, aumenta en varios órdenes de magnitud el grado de intercambio y comunicación entre los individuos y las generaciones de la especie y con ello se potencia la organización social y la conquista del medio ambiente. Como consecuencia, el hombre emigra, somete a otras especies, construye refugios, adquiere destreza para la caza y la defensa, domestica plantas silvestres y animales salvajes y conquista todo tipo de ambientes.
De acuerdo con Aristóteles, el hombre deja de ser animal para convertirse en hombre. Durante la evolución cultural se produce la humanización que se caracteriza por el desarrollo de la inteligencia, la capacidad de razonar, la capacidad de comunicar ideas y el sentido ético de la vida. Hay un momento en la línea evolutiva humana en el que el hombre sabio se convirtió en un hombre ético, un Homo moralis. No es posible concretar cronológicamente en que momento emergería el sentido moral, que podríamos relacionar con el «Adán biológico» y relacionar con la aparición de la autoconciencia, generadora de la conciencia de la muerte y el sentido de trascendencia de la vida. Lo cierto es que a partir de un momento determinado se despiertan en el hombre una serie de interrogantes ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué somos?, ¿qué hacemos aquí? a las que trata de dar respuesta. No es posible precisarlo, pero a partir de ese momento nuestra especie se plantea su destino, piensa en el más allá, reconoce la existencia de un creador, dios, a quien da culto y ofrece el descanso de sus muertos por medio del enterramiento. Este sentido moral y religioso es una característica innata en el hombre como lo demuestra la universalidad de su existencia, que se evidencia en civilizaciones y poblaciones humanas sin ninguna relación cultural.
Mientras tanto, las líneas evolutivas conducentes al bonobo, el chimpancé, el gorila y el orangután han permanecido en una especie de estasigénesis, un estancamiento evolutivo en lo que atañe al comportamiento. En la evolución de estos grandes simios, a pesar del noventa y tantos por ciento de coincidencia en las secuencias del ADN, se detuvo el progreso y se produjo una estabilización del comportamiento en un punto máximo de mejoramiento muy por debajo del umbral alcanzado en la evolución biológica del hombre, sin llegar al punto de inflexión necesario para la conquista de la evolución cultural. En los grandes simios se produjo una evolución significativa y una especialización en unas formas de vida de gran eficacia, en lo que atañe al aspecto corporal y adaptación al medio, pero su techo evolutivo dista bastante del grado de sofisticación del comportamiento, la comunicación y la conducta ética conseguida en la evolución humana.
El Proyecto Gran Simio
El 23 de septiembre de 1977 en Londres, la. Liga Internacional de los Derechos del Animal adoptó la llamada «Declaración universal de los derechos del animal» que fue acogida por la UNESCO y posteriormente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esta declaración comienza con la afirmación de que todo animal «posee derechos» y que «todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia», y termina señalando que «los derechos del animal deben ser defendidos por la ley, como lo son los derechos del hombre».
Con este precedente, en 1993, un grupo de etólogos y filósofos, entre los que predominaban los norteamericanos, británicos, australianos y neozelandeses, sacó a la luz la iniciativa conocida como el «Proyecto Gran Simio», una especie de llamada de atención sobre las perspectivas de conservación, trato y consideración del hombre con respecto a los restantes homínidos, en que se acentuaban los derechos de estos animales evolutivamente próximos a nosotros. El eslogan del Proyecto Gran Simio es «La igualdad más allá de la humanidad», que también corresponde al título en español del libro en el que se contienen las aportaciones textuales de los promotores de la Declaración sobre los Grandes Simios [9]. Esta declaración se concreta en tres puntos que señalan sendos derechos elementales que los seres humanos habríamos hurtado a nuestros parientes los grandes simios: el derecho a la vida, el derecho a la libertad individual y la prohibición de la tortura, incluidas la participación de los Grandes Simios en todo tipo de espectáculos circenses o experimentos biomédicos que causan dolor.
Estas tres propuestas son razonables y aceptables, pero los promotores del Proyecto Gran Simio van más allá, al propugnar la extensión de la «condición moral» de los seres humanos a los chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. Peter Singer, Paola Cavalieri, Jane Goodall, Richard Dawkins y los demás promotores del Proyecto Gran Simio, prefieren conceder rasgos de humanidad a estos animales, porque según nos dicen poseen unas «facultades mentales» semejantes a las humanas, así como una «vida social y emocional rica y variada» y por ello merecen que se les reconozca unos «derechos morales fundamentales, que se pueden hacer valer ante la ley».
Dada la realidad evolutiva del hombre y las especies de grandes simios, la filosofía contenida en el Proyecto Gran Simio parece moverse en un terreno más ideológico y filosófico que en poco se corresponde con la evidencia de la evolución biológica de estos animales. Para sus promotores, la igualdad moral de los homínidos sería un primer paso hacia la reconciliación total del ser humano con los animales. El gran error es pretender una igualdad biológicamente inexistente para remediar una lamentable situación de riesgo de extinción y supuesto maltrato hacia estos animales tan próximos a nosotros. La pretendida igualdad como medio para corregir los errores que puedan haberse cometido no resiste una crítica. Dada la condición de ser ético de nuestra especie es de suponer que estamos obligados a buscar fórmulas más acordes con la realidad, para evitar el triste destino o la situación actual de estas especies, como se viene haciendo con muchas otras.
Me gustaría recordar al respecto la labor de numerosas iniciativas oficiales y no oficiales en pro de la conservación de las especies biológicas en peligro de extinción. De este modo, la «Unión Mundial para la Naturaleza» (UICN) [10] es una organización internacional que tiene por misión influir, estimular y ayudar a las sociedades de todo el mundo para que conserven la integridad de su naturaleza. La situación actual es tal que una de cada diez especies de aves y la cuarta parte de las especies actuales de mamíferos figuran en la llamada «lista roja» de especies amenazadas de desaparición. Es cierto que la extinción de animales se ha acelerado en los últimos 200 años como consecuencia directa o indirecta del crecimiento de la población humana y su influencia en los cambios ambientales. Sin ir más lejos, en España, el Catalogo Nacional de Especies Amenazadas recoge unas 56 especies animales en peligro de extinción, entre ellos los conocidos casos del lobo Canis lupus, el lince ibérico Lynx pardinus y el águila imperial Aquila heliaca y otros menos conocidos, como el pez esturión Acipenser sturio, el jarabugo Anecypris hispánica, un pequeño pez de agua dulce, el cavilat Cottus gobio, un pez cada vez más raro y que solo se encuentra en el río Garona en Cataluña, o el lagarto gigante Gallotia simonyi de la isla de El Hierro, por citar solo algunas especies animales. ¿Acaso son menos dignas estas especies de evitar su extinción que los grandes simios? y si han de ser corregidas nuestras acciones sobre ellas ¿se ha de afrontar su salvación con una iniciativa que conlleve su igualdad moral?
La salvación de estas especies, como las de los grandes simios, está en las manos del hombre y lo que ha de haber son iniciativas como las preconizadas por la UICN, encaminadas al estudio de su situación para promover el aumento de las poblaciones y asegurar su supervivencia en el ambiente en que viven o en reservas especiales e inexpugnables a cualquier influencia humana, que garanticen su conservación en condiciones acordes con su grado de especialización ambiental.
El Proyecto Gran Simio dice ampararse en los fundamentos de los más recientes avances de la biología animal, el evolucionismo, la etología y la genética. Basten los comentarios que preceden para clarificar lo infundado de estas apreciaciones. Probablemente, los fundamentos reales de la pretensión de igualdad moral de los grandes simios al hombre se deban más a razones de carácter político o ideológico. Y aún reconociendo que nuestra naturaleza biológica es producto de una evolución en una línea derivada de unos parientes animales comunes, ¿no se tratará de rebajar la condición del hombre como persona a la misma condición que el resto de los homínidos?
El australiano Peter Singer [11], Profesor de Bioética en la Universidad americana de Princeton y promotor del Proyecto Gran Simio, expresa que ser persona significa poseer autoconciencia, razón, autonomía y capacidad de sentir placer y dolor, cuyas propiedades no podrían ser atribuidas a seres humanos disminuidos psíquicos, en estado de coma, o que estuvieran temporalmente inconscientes tras un accidente o simplemente dormidos. Sin embargo, se reconocen en los grandes simios. No solo niega la condición de persona a un embrión, un feto o un ser humano inconsciente por diversas razones, sino que rebaja la dignidad de la vida humana al situar al hombre como un ser más de la naturaleza sin diferencias con otros animales en sus derechos individuales.
Resulta una paradoja y una incongruencia negar la condición de persona a un ser humano en estado embrionario, fetal o de coma y tratar de concedérselo a un chimpancé, un gorila ó un orangután, para a continuación esgrimir que con estas especies de grandes simios tenemos un noventa y tantos por ciento de ADN coincidente. Aparte de todas las demás consideraciones que ya hemos señalado, el embrión, el feto y el ser humano en estado inconsciente o no, son personas humanas en distintas etapas de su desarrollo, que pertenecen a la especie humana y tienen un cien por cien de ADN humano.
El pasado día 25 de abril representantes de partidos de izquierdas presentaban en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley para que el Gobierno español apoye las pretensiones del Proyecto Gran Simio. En su defensa, no se ocultó la intención de considerar «personas» a los grandes simios ya que, según esgrimían, tal distinción sería un paso fundamental para la supervivencia de estos primates. Según reza el proyecto, la consideración de personas implicaría que se les deje de considerar como una propiedad, porque «sólo las personas, y no las propiedades, están autorizadas a tener derechos, como el derecho a la vida». Lo cierto es que para garantizar la supervivencia de los grandes simios no hace falta ni una proposición no de ley ni el Proyecto Gran Simio, basta con reconocer la situación de dependencia incontrolada y en riesgo de estas especies y buscar las mismas soluciones que la «Unión Mundial para la Naturaleza» está procurando para las demás especies biológicas.
La ideología que subyace en el proceder de los promotores del Proyecto Gran Simio se evidencia además en su afán por negar la condición de persona y aún de vida humana a los embriones o los fetos humanos. Para estos diputados parece tener más derecho a la consideración de persona y por tanto a la vida un chimpancé ó un bonobo, que un ser humano en estado embrionario, al inicio de su desarrollo o en las postrimerías de la vida. Es el mismo argumento que justifica la utilización de los embriones en investigación, el aborto o la eutanasia.
Más lógico que conferir inexistentes derechos de igualdad a los grandes simios, sería imponer sanciones a las personas que los maltratan o torturan. Ahí creo que estaríamos todos de acuerdo ya que al hombre, en cuanto ser consciente garante de la naturaleza es responsable de su conservación. Es obvio que los animales no tienen derechos como las personas, aunque las personas si tienen obligaciones para con los animales.
[1] Aristóteles, Reproducción de los animales, Gredos, Madrid 1994.
[2] Darwin, Ch.. On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life, John Murray, London 1859.
[3] Darwin, Ch. The Descent of Man and Selection, in Relation to Sex, John Murray, London 1871.
[4] Lewin, R. Evolución Humana, Salvat Ciencia, Barcelona 1994.
[5] Jouve, N., Explorando los genes. Del big-bang a la nueva biología. Ediciones Encuentro, Madrid 2008.
[6] Lai, C.S.L. y col., «The SPCH1 region on human 7q31: genomic characterization of the critical interval and localization of translocations associated with speech and language disorder», en Am J Hum Genet 67(2): (2000), pp. 357-368.
[7] Enard, W. y col., «Molecular evolution of FOXP2, a gene involved in speech and language», en Nature, 418 (2002), pp. 869-872.
[8] Ayala. F.J. Origen y evolución del hombre. Alianza Editorial, Madrid 1980.
[9] Cavalieri, P. y Singer, P. (eds.), El Proyecto Gran Simio: la igualdad más allá de la humanidad, Trotta, Madrid 1998.
[10] cms.iucn.org/
[11] Singer, P. La Liberación Animal, Trotta, Barcelona 1999.
Nicolás Jouve de la Barreda es Doctor en Biología y Catedrático de Genética (Universidad de Alcalá)