NICOLÁS JOUVE DE LA BARREDA/PAGINASDIGITAL.ES
Hace más de 2000 años, Aristóteles (384 a 322 a.C.) definió al hombre como un animal de sangre caliente y destacó la enorme proporción de su cerebro, su especial inteligencia y su capacidad de relación con sus semejantes cuando sentenció que «el hombre es un animal político». La distinción y la singularidad que Aristóteles atribuía a la especie humana con relación al resto de las criaturas, quedaba patente también en la certera secuencia de acontecimientos con la que explicaba la emergencia de la especie humana en su ensayo De la generación de los animales [1]: «Primero lo vivo, luego el animal y por ultimo el hombre».
Mucho más tarde, en 1758, el naturalista sueco Carl Von Linné (1707-1778) publicó una ingente obra titulada «Sistema Naturae», que suponía el primer intento de ordenación y clasificación de los seres vivos. Linné propuso por primera vez el género Homo para designar el grupo al que pertenecemos e incluyó en él una única especie viviente, el hombre sabio Homo sapiens. Linné denomino «primates», que quiere decir los «primeros entre los animales», al grupo de especies en el que se integran los humanos, los simios y los monos.
Ya en el siglo XIX, Charles Darwin (1809-1882) incluyó a la especie humana en el mismo esquema evolutivo de todas las especies en su obra «El origen de las especies por selección natural» [2], de cuya publicación celebramos en este momento el 150 aniversario, y más explícitamente en su ensayo «El Origen del Hombre y la Selección en relación al sexo» [3], publicado en 1871. La acertada inclusión del hombre en el mismo contexto evolutivo de las demás especies levantó una importante discusión, no sólo por razones de índole religioso, sino por falta de pruebas, ya que en aquella época se carecía casi por completo de restos fósiles de los eslabones intermedios entre los primitivos simios y el hombre moderno.
Un contemporáneo y fervoroso defensor de la obra de Darwin, Thomas Henry Huxley (1825-1895), señaló que el hombre difiere menos del chimpancé y del orangután que estas especies de los monos inferiores. A esta aseveración se ha referido no hace mucho el prestigioso antropólogo, Roger Lewin en su obra «Evolución Humana» [4], al señalar que «...la conclusión de Huxley... fue un elemento clave para la mayor revolución de la historia de la filosofía occidental: los humanos pasaron a ser considerados como formando parte de la naturaleza y no aparte de la naturaleza».
Tras más de un siglo de investigaciones, la colección seriada de restos fósiles humanos por parte de los antropólogos, fruto de numerosas exploraciones y excavaciones en muchos lugares del mundo, es cada vez más completa y está mejor datada. Esto ha permitido conocer con bastante exactitud la línea evolutiva que conduce desde los antiguos Ramapithecus, que vivieron hace unos 10 a 14 millones de años en el centro de Asia y que representan el ancestro evolutivo común de los actuales orangutanes y los restantes homínidos entre los que se incluye la línea evolutiva que conduce al hombre moderno. La primera especie de esta línea es el Australopithecus africanus presente hace unos 3 millones de años en África del Sur. Se trataba de unas criaturas de baja estatura que caminaban con el cuerpo erguido, tenían dentición más parecida a la del hombre que a la de los monos más emparentados y cuyo cerebro tenía un volumen de aproximadamente la tercera parte del hombre moderno, solo ligeramente superior al de los chimpancés actuales.
Los siguientes eslabones que condujeron al hombre actual fueron sucesivamente las especies Homo habilis (2,3 a 1,6 m.a.) y Homo ergaster (1,9 a 1,4 m.a.), cuyos restos aparecen nuevamente en África. Una rama lateral de éste último condujo a Homo erectus (1,8 m.a a 40.000 años), considerado como la primera especie que emigró hacia el norte y entró en Asia, por donde se expandió y vivió hasta hace unos 40.000 años como lo demuestran numerosos restos fósiles. La capacidad craneana de Homo erectus era ya de unos 850 a 900 centímetros cúbicos, casi el doble de la de Australopitecus africanus, pero todavía inferior a la del hombre moderno. Junto a Homo erectus, también descendiente de Homo ergaster, apareció una rama separada de otra especie a la que se ha denominado Homo Heidelbergensis, que tuvo un origen africano como todas las anteriores.
En España, dentro del conjunto de excavaciones de la Sierra de Atapuerca, se han encontrado los restos del antepasado más antiguo de la presencia del hombre en Europa, el Homo antecessor considerada como una especie que vivió hace unos 800.000 años y que sería anterior ó un tipo primitivo de Homo Heidelbergensis, que vivió en Europa y que debió ser el último antecesor común del Homo sapiens sapiens y su pariente extinguido Homo sapiens Neanderthalensis. El hombre moderno Homo sapiens sapiens surgiría como consecuencia de una progresiva evolución a partir de Homo antecessor, probablemente en Africa hace unos 150.000 años, para al igual que Homo erectus migrar hacia el norte a través del Oriente medio. La historia de la evolución humana es rica en yacimientos y hallazgos que pueden seguirse con mayor extensión en la obra «Explorando los Genes. Del big-bang a la Nueva Biología», del que es autor quien suscribe estas líneas y en la que se explica el origen evolutivo del hombre en su doble aspecto biológico y cultural [5].
Todo esto sitúa a la especie humana, el hombre sabio, el hombre moderno, como la única especie superviviente de una línea evolutiva dentro de la familia de los Homínidos, que se enmarca en el Orden de los Primates y que se separó de sus especies más relacionadas hace unos 6 millones de años. Al tiempo que se producía la evolución divergente del género Homo, el grupo de los homínidos se diversificaba en otras líneas evolutivas que conducirían a las especies de los grandes simios actuales, siendo el más cercano el chimpancé Pan troglodytes y su pariente próximo el bonobo Pan paniscus, y a más distancia el gorila Gorilla gorilla y el orangután Pongo pygmaeus.
Para entender el significado biológico de las diferencias de los Grandes Simios y el hombre es importante tener en cuenta al menos cuatro consideraciones básicas en el contexto evolutivo de los Hominidos.
En primer lugar se ha de tener en cuenta la separación radical de todas estas especies entre sí. Se trata de especies auténticas y diferentes, de características físicas y de relación con el hábitat distinto y con barreras insalvables de intercambio genético, por la existencia de mecanismos infranqueables de aislamiento reproductor.
En segundo lugar, hay que reconocer que, desde el punto de vista biológico, nuestra especie cuenta con el mismo tipo de componentes moleculares y celulares, propiedades y funciones biológicas que el resto de las especies, no solo de los Homínidos, sino de toda la biosfera. Con el resto de los animales superiores compartimos la organización biológica, los mismos tipos de células, semejantes modos de desarrollo y reproducción y miles de genes que ejercen funciones idénticas. Con los mamíferos tenemos en común una mayor semejanza física y el mismo modo de reproducción y gestación, garantizadora de un desarrollo en estrecha dependencia de la madre. Con los primates y en particular con el chimpancé, el bonobo, el gorila y el orangután, se reducen las diferencias en el semblante morfológico y corporal y se evidencian muchas semejanzas.
En tercer lugar está el dato de relativa importancia de la similitud de las secuencias del ADN. Recordemos que el ADN es la «molécula de la vida» en la que se encuentra codificada la información genética de cada especie. Se trata de unas moléculas replicativas de gran estabilidad, compuestas por unas unidades elementales, las bases nucleotídicas, que se alinean formando unos largos polímeros que compartimos todos los seres vivos y, lo que es más importante, que conserva el mismo código genético. Conviene aclarar que el código genético es el conjunto de reglas por las que se lleva a cabo la traducción de la información del ADN en las proteínas. La existencia de un código genético universal, heredado por todas las especies, es la mejor prueba del origen monofilético de la vida. Este código se ha mantenido desde la primera forma de vida, el cenancestro, que surgió en la Tierra hace unos 3.800 millones de años, hasta las pequeñas bacterias, los hongos, los virus, las plantas y los animales superiores actuales. En el lenguaje de las 4 bases nucleotídicas del ADN se encuentra escrita la información codificada de los genes.
Para entender mejor el significado del ADN hay que señalar que tanto el tamaño del genoma, unos 3.100 millones de pares de bases nucleotídicas, como el número de genes, unos 25.000, como las funciones de éstos, son comunes a la práctica totalidad de los mamíferos y dentro de éstos, dos especies cualesquiera tendrán mayor proximidad evolutiva cuanta más semejanza muestren al comparar las secuencias de su ADN. El hecho de que exista una elevada similitud en las secuencias del ADN de los grandes simios y el hombre, por encima del 90%, no debe sorprendernos, pues al fin y al cabo solo han transcurrido entre 6 y 10 millones de años de evolución divergente y, aunque la evolución se explica sobre la base de mutaciones y cambios de bases en el ADN, los mutaciones son graduales y lentas y de acuerdo con su importancia funcional, la mayor parte de los genes tienden a ser conservados. Debido a esto es menos importante el porcentaje de coincidencia en el ADN que el significado cualitativo de las pequeñas diferencias en las secuencias de los genes, que pueden conducir a variaciones en su funcionamiento, incluida la mayor o menor intensidad de su expresión a lo largo del desarrollo y en diferentes tipos de tejidos o hasta su silenciamiento.
En cuarto lugar, es básico reconocer que entre el hombre y los grandes simios existen unas grandísimas y evidentes diferencias genéticas que afectan a la evolución del cerebro y como consecuencia al comportamiento, con adquisiciones evolutivas en el hombre tan importantes como la autoconciencia, el razonamiento abstracto y la comunicación por medio de un lenguaje articulado.
El ADN de los grandes simios
Las especies de homínidos más próximas al hombre son básicamente las cuatro ya mencionadas: el orangután, el gorila, el chimpancé y el bonobo.
De entre estas especies la más alejada filogenéticamente es el orangután Pongo pygmaeus, que habita en las selvas húmedas de Indonesia y Malasia (Asia). Al comparar las secuencias del ADN de los orangutanes y el hombre se aprecia un 96,4% de similitud. Lamentablemente casi el 80 % del área de distribución de esta especie ha sido destruida por el hombre en los últimos 20 años, de modo que actualmente sólo quedan unos 35.000 ejemplares en libertad, la mayoría en la isla de Borneo.
La siguiente especie en orden de proximidad es el Gorila Gorilla gorilla, que vive en las selvas húmedas de montaña o tropicales de llanura de Ruanda, Uganda, Congo y Tanzania, extendiéndose hasta la costa de Camerún y Gabón. El grado de semejanza del ADN del gorila y humano es del 97,7%. Se supone en torno a los 100.000 ejemplares en libertad.
La tercera especie la constituye el chimpancé Pan troglodites, que es la especie de simio más extendida y en menor riesgo de extinción. Habita en las selvas tropicales y en las sabanas húmedas de todo el cinturón centroafricano. La similitud del ADN de chimpancé y humano es del 98,4% y la población libre de esta especie se calcula en torno a los 150.000 ejemplares.
Finalmente, se incluye entre los grandes simios al bonobo Pan paniscus, un pequeño chimpancé del que sólo existen ejemplares libres en el Congo por lo que se considera que es la especie en mayor riesgo de extinción entre los grandes simios. El grado de semejanza con el ADN humano es similar al del chimpancé y se supone una población libre de unos 15.000 ejemplares en su hábitat natural.
En septiembre de 2005 se publicó en la revista Nature y en otra serie de medios científicos de comunicación, un análisis comparativo del ADN de parte del genoma del hombre y el chimpancé, en el que se señalaba que las diferencias se reducen a menos de un 2%. Trabajos posteriores sobre el genoma de los grandes simios corroboran que el porcentaje de similitud del ADN humano y los restantes homínidos es muy alto, en torno o por encima del 95%. Sin embargo, la similitud del ADN no debe entenderse en la dirección de minimizar las enormes diferencias que existen entre el hombre y los primates más próximos y en lugar de fijarnos en el porcentaje del ADN coincidente, lo que interesa conocer es la trascendencia de las diferencias. De este modo, el análisis comparativo del genoma humano y el chimpancé, las especies de homínidos más próximas entre sí, ha revelado la existencia de unos 35 millones de mutaciones puntuales de simples cambios de bases nucleotídicas en el ADN (SNPs), además de no menos de 5 millones de diferencias por inserciones o pérdidas de bases nucleotídicas (indels) en el ADN, junto con un número significativo de cambios cromosómicos acumulados durante los seis millones de años de evolución divergente (en realidad 12 millones de años si tenemos en cuenta que ambas líneas evolucionan de forma independiente).
El caso es que las diferencias en el ADN implican diferencias en las proteínas que codifica el ADN y las diferencias en las proteínas, no solo en su estructura sino especialmente en su función, tienen sus consecuencias, que son las que se traducen en las diferencias físicas y de comportamiento. De hecho hay unos 3 millones de pequeñas diferencias en el ADN que pueden afectar a numerosas funciones vitales. El análisis comparativo demuestra que no es tan importante la estructura del ADN como los cambios en el uso diferencial en tiempo e intensidad de una información común, debido fundamentalmente a las pequeñas diferencias en el ADN que afectan al silenciamiento o potenciación de la expresión de los genes y al momento a lo y lugar del organismo en que se expresan. De este modo, las aparentemente pequeñas diferencias de cambios de base en los genes homólogos son tan importantes que suponen diferencias superiores al 80% de las proteínas que codifican.
Es interesante añadir, que los investigadores dedicados al análisis genómico de estas especies han descubierto que algunas clases de genes han cambiado inusualmente más deprisa en la línea evolutiva del hombre y del chimpancé que en las demás especies de homínidos, y algunos incluso han mostrado un ritmo de sustitución de bases nucleotídicas más acelerado en el hombre que en el chimpancé. De este modo, entre los genes de evolución humana acelerada se encuentran algunos de funciones tan importantes como los implicados en la capacidad de emitir sonidos y de hablar, la transmisión de las señales nerviosas, la producción de esperma y la síntesis de proteínas de membranas celulares, como algunas implicadas en el transporte celular de iones. La trascendencia de cada uno de estos cambios es fundamental para el grado de especialización evolutiva al que ha llegado cada especie.
Los investigadores sospechan que la evolución rápida de muchos de estos genes puede haber contribuido a las características especiales del hombre respecto a las restantes especies de primates. De este modo, el análisis del genoma humano ha desvelado la existencia de un gen muy importante en la evolución humana, denominado FoxP2, que existe en los demás animales superiores investigados, pero que parece mostrar una rápida evolución en la línea evolutiva que ha conducido al hombre moderno. Este gen codifica una proteína que funciona como un factor de transcripción, es decir una proteína que interviene en la expresión de otros genes, entre ellos algunos que tienen que ver con el lenguaje y otras funciones cerebrales [6]. El estudio de la secuencia del ADN del gen FoxP2 muestra un ritmo más acelerado en el reloj molecular que conduce al hombre en los últimos 200.000 años [7] que en millones de años de evolución anterior. Con una coincidencia en la secuencia del ADN del gen próxima al 100%, el hombre dispone de una proteína FOXP2 distinta en tan solo dos aminoácidos (del total de 715) respecto al resto de los grandes simios. Tan exigua diferencia a nivel molecular supone nada menos que la capacidad de hablar y como consecuencia la adquisición de las habilidades de comunicación y creatividad propias del hombre moderno. La capacidad de comunicación por medio de un lenguaje articulado es requisito para el desarrollo del razonamiento abstracto, la inteligencia y la transmisión de experiencias, al margen de los genes.
En conclusión, el dato del porcentaje de coincidencia en las secuencias del ADN es menos importante que la repercusión de los pequeños cambios en el cómo, cuando y con qué intensidad funcionan los genes, para cuya variación basta a veces un mínimo de modificaciones de una o unas pocas bases nucleotídicas en el conjunto de los varias decenas o centenas de miles que configuran cada gen.
(Próxima entrega: “Hominización y humanización: evolución biológica y evolución cultural”)