ASSUNTINA MORRESI/PAGINASDIGITAL.ES
Un sondeo del Times asegura que en Gran Bretaña el 50% de los ingleses es favorable a la creación de embriones mixtos (hombre/animal) para la investigación. Es menor, sin embargo, el porcentaje de ingleses favorables a suprimir la necesidad de que haya un padre para acceder a las técnicas de fecundación in vitro: sólo el 32% de los ciudadanos británicos permitiría a una mujer soltera o a una pareja de lesbianas tener hijos con técnicas de procreación asistida.
A un mes de la votación de la nueva ley inglesa que regula la fecundación asistida y la investigación con embriones, un sondeo así debería animar a sus defensores, considerando que, según el mismo periódico, entre los parlamentarios “muchos objetan por motivos religiosos y difícilmente cambiarán de idea”. En las últimas semanas, de hecho, el primer ministro ha concedido, con desgana, la libertad de voto sobre algunos puntos de la futura ley después de las protestas de tres ministros que no comparten las nuevas normas y que han contado con el apoyo de medio centenar de parlamentarios y de más de cien profesores universitarios.
Pero, tal vez por la modalidad con la que se ha desarrollado este sondeo, toda la campaña realizada estos meses en gran parte de los medios de comunicación internacionales a favor de la investigación con embriones interespecie hombre/animal deja mucho que desear. La primera pregunta del sondeo, sobre los embriones mixtos, dice textualmente: “Investigaciones médicas quieren crear embriones humanos, con una pequeña cantidad añadida de materia animal porque creen que esto ayudará a comprender el origen de enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer. Será ilegal implantar estos embriones en el útero o estudiarlos durante más de 14 días. ¿Cree que estos experimentos deberían ser permitidos o no?”.
La trampa y la ley
Se pregunta por tanto si se quiere que se autoricen las investigaciones médicas que podrían ayudar a vencer enfermedades incurables y que genera discapacidades graves, investigaciones que de otro modo estarían sujetas a rígidos vínculos y que requieren de la creación de embriones humanos ligeramente modificados. Una pregunta hecha con mala fe, que busca influir en el juicio ético dando informaciones científicas falsas. Habría sido más correcto explicar que este tipo de embriones se tendrían que obtener utilizando la técnica llamada “clonación terapéutica”, la misma con la que se hizo nacer a la oveja Dolly.
Y también habría sido oportuno añadir que el pasado mes de noviembre Ian Wiolmut, el padre de Dolly, el científico que usó aquella técnica con éxito, ha declarado públicamente que quería abandonarla porque había sido un fracaso: con animales, la clonación funciona poquísimo y mal, y por tanto con seres humanos el fracaso ha sido total. Los embriones humanos clonados nunca han llegado a alcanzar un desarrollo tal que permita extraer las preciadas células, con lo que no existe terapia alguna posible, ni siquiera a nivel experimental. Y si la clonación no ha funcionado utilizando material genético de individuos de la misma especie, ¿por qué debería funcionar mezclando el patrimonio genético de una vaca con el de un ser humano?
El camino actualmente más prometedor en este sector –siempre partiendo de la hipótesis de que valga la pena investigar con este tipo de células- es el que ha seguido el científico japonés Shinya Yamanaka, que mediante manipulación genética se arriesgó a hacer “rejuvenecer” células de la piel hasta hacerlas parecidas a las embrionarias. Se llaman iPS (células pluripotenciales inducidas) y se obtienen sin necesidad de utilizar embriones. ¿Por qué obstinarse entonces en la clonación, poniendo en pie un experimento como la creación de embriones interespecie, cuyo fracaso ya nos han demostrado los conocimientos científicos que tenemos?
Las motivaciones posibles son de carácter económico e ideológico. Gran Bretaña ha invertido mucho, en términos económicos y de recursos, en el campo de los embriones mixtos hombre/animal, así como en el de los hijos programados sin padre: dos modos distintos de afirmar que cualquier cosa que pueda ser técnicamente proyectada debe poder ser realizada; para reafirmar nuestra capacidad para modificar desde lo más profundo la naturaleza humana, para poder y querer hacerlo, con la arrogancia de quien quiere jugar a ser el amo del mundo.