Vox puede desaparecer

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¿Puede Vox desaparecer? Probablemente, el autor del artículo (al igual que todo el Sistema político y mediático español) arda en deseos de que así suceda. Cualesquiera que sean, sin embargo, sus deseos, el artículo no deja de lanzar una lúcida advertencia, al tiempo que permite sacar diversas consideraciones: ir repitiendo como un sonsonete los aburridos —amén de catastróficos— lemas del liberalismo imperante (ya de “derechas”, ya de “·izquierdas”) es garantía casi segura de que la gente acabará rechazando sus imitaciones y quedándose con el original; es decir, con cualquiera de las dos versiones del PP-SOE.

Es lo que les ha pasado tanto a Ciudadanos como a Podemos. Y es lo que le podría pasar a Vox si no se consolidara la actual vía ‘i-liberal’ que parece estar tomando el partido de Santiago Abascal. Seamos, sin embargo, prudentes: de momento, dicha vía sólo parece estar abriéndose paso, por más que el director de Libertad Digital la considere ya plenamente establecida, razón por la cual va gritando desaforadamente que Abascal es Mussolini. Si quieren divertirse un rato leyendo tales excentricidades, les invitamos a hacerlo aquí.


Exactamente igual que el difunto Ciudadanos y que el Podemos de Pablo e Irene, irrelevante chalupa desvencijada que hoy vaga a la deriva ante la indiferencia general, Vox también puede acabar en la nada. Y por las mismas razones de fondo, además, que los otros dos partidos integrantes de aquello que se diera en llamar la nueva política. Ciudadanos, el fruto del hastío irritado de las clases medias con la negligencia de una élite política a la que se señalaba como responsable del colapso posterior al estallido de la burbuja, se hundió por su incapacidad para ofrecer una propuesta programática diferente de la propia de esa misma clase política tradicional. A fin de cuentas, el ramillete de tópicos liberales que exhibía Ciudadanos como sucedáneo de una ideóloga específica formaba parte, y de modo íntegro, del patrimonio doctrinal del Partido Popular.

Ciudadanos, simplemente, no tenía nada original que ofrecer a la derecha sociológica española una vez superada la Gran Recesión. Por su parte, Podemos, expresión política en su día de la variante más precarizada de una generación sobre la que se había decidido cargar de modo desproporcionado los costes de la crisis, ha sufrido un destino similar. Así, tampoco Podemos se reveló competente a fin de generar un discurso económico específico, algo propio con lo que se pudiera identificar aquella base electoral que los había llevado tan cerca de las puertas del cielo. Un vacío que trataron de rellenar apelando a todo tipo de quincallas extravagantes importadas del ámbito intelectual norteamericano y sus guerras culturales. Toda una huida de la realidad española que los ha acabado empujando a la antesala de la extinción. Y a Vox, decía, le puede pasar lo mismo.

Giorgia Meloni, gobernante italiana que viene de donde viene, es primera ministra por una muy sencilla razón, a saber: porque recibe el voto de las periferias urbanas más degradadas y empobrecidas del país, las que albergan a la Italia popular y empobrecida, la que peor lo pasa para llegar a fin de mes. En cambio, el Partido Democrático, antiguo PCI, triunfa por norma dentro de las zonas de bajas emisiones que delimitan la entrada de vehículos contaminantes a las muy exclusivas calles nobles de Roma, Florencia, Turín o Milán. Vox, sin embargo, sigue obteniendo sus mejores resultados en sitios como el madrileño barrio de Salamanca y, en general, en las mismas secciones censales donde la derecha clásica que encarna el Partido Popular resulta ganadora de modo rutinario.

Dos países, dos partidos, dos mundos que nada tienen que ver entre sí. A Vox le fue mal el 23 de julio. Pero donde peor le fue resultó ser en los territorios en los que más había subido en las elecciones de diciembre del 19. No parece difícil adivinar la razón. En 2019 las calles de Cataluña estaban todavía incendiadas, y el PP, en manos de un chico sin experiencia que acababa de salir un cuarto de hora antes de las Nuevas Generaciones. Aquellos votos a Abascal, obviamente, procedían del PP y solo fueron prestados. Eran, está claro, de ida y vuelta.

En el Occidente desestructurado de la nueva centuria, los viejos partidos de derechas son preferidos por los votantes con patrimonio y rentas elevados; los antiguos partidos de clase de la izquierda devienen la opción propia de electores con formación universitaria, un estatus social e intelectual que no se tiene que corresponder necesariamente con sus rentas; el resto, quienes no poseen patrimonio ni rentas elevadas, careciendo igualmente de estudios superiores, se decantan cada vez más por las nuevas formaciones de la derecha iliberal y populista que enarbola propuestas económicas

antiglobalistas, proteccionistas y anti-inmigración. Puede que hablen, sí, de cosas como la llamada violencia intrafamiliar o la también llamada ideología de género, pero su tema central es siempre la economía. Siempre. He ahí, por lo demás, el secreto de su éxito. O Vox los imita, y rápido, o desaparecerá.

© The Objective

 

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