¡Pobre de mí!

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Ha finalizado hace poco la semana grande de Pamplona. Días de jolgorio y fiesta, pero, sobre todo, días de toros. De toros a primera hora de la mañana y de toros por la tarde en el tan peculiar coso pamplonica. De corredores y corredoras… Esperen, por más que me he fijado cada mañana, es ínfimo el número de féminas jugándose el físico delante de los seis morlacos (porcentaje inferior al 5%, según escuché a Javier Solano). Astados a su vez amparados por una manada de bueyes, que no bueyas. ¿Dónde está, queridas asociaciones feminoanimalistas, la paridad que tanto piden en absolutamente todo?

Observando todo ello, uno piensa que toros y encierros son, a día de hoy, uno de los pocos espectáculos que escapan al estoconazo de esta decadente sociedad nuestra. Pero no nos engañemos. Al igual que pasa con los medios, la educación o la cultura, los Sanfermines también van poco a poco perdiendo la esencia que tuvieron antaño. Recuerden ustedes la tensión que se respiraba en cada uno de los encierros. La incertidumbre en la curva de Estafeta al caer y partirse la manada, aumentando el peligro, claro está, pero dando la oportunidad a los mozos de realizar bellísimas carreras. Porque la esencia de un buen encierro reside en el misterio de no saber qué pasará, en correr sobre la delgada línea entre vida y muerte y salir victorioso sintiéndose un héroe, sintiéndose torero.

Pero echando antideslizante en el pavimento, con unos cabestros que parecen fórmulas uno, o permitiendo la entrada al recorrido a cualquier hijo de su madre, no estamos sino desvirtuando una de las escasas tradiciones taurómacas que, a día de hoy, escapa de la persecución sin tregua de las hordas animalistas.

Suscribo las palabras de algunos corredores ante todo lo dicho anteriormente: “Estimados amigos, es un clamor que el encierro actual está totalmente adulterado; las quejas entre los que corremos son unánimes y por eso decimos ‘basta de desnaturalizar el encierro’. Para los que hemos conocido otro encierro donde los toros se podían correr, ponían emoción y hacían de este acto algo único e impredecible, lo vivido estos últimos años nos resulta una farsa y un engaño. Basta de bueyes entrenados y ocupando el espacio del toro, basta de toros con un entrenamiento condicionado a ir en manada, basta de antideslizante (…)”.

Como ven, es un clamor popular. Como se canta el último día en Pamplona, ¡Pobre de mí!, ¡Pobres de nosotros ante la que se nos viene!

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