Políticas minúsculas

La política española se juega en nimias rebatiñas regionales. ¿La nación? No se la espera.

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Sobre el páramo de una política nacional tan estéril a derecha como a izquierda, todo se juega ya sólo en envites locales: Castilla y León, este domingo; Andalucía, en unos meses. Ahí se decidirán las alianzas y claves de la política española: lo local ha suplantado al Estado.

Una fragilidad amenazó, desde su nacimiento, al bipartidismo querido por la Constitución de 1978. Todo había sido previsto para que dos grandes condensadores de poder –tanto económico como político–, bajo convencionales metáforas de ‘izquierda’ y ‘derecha’, dieran cuerda a la inercia de un pendular juego de alternancias sin sobresaltos. Con proyectos de fondo intercambiables y variables decorativas destinadas sólo a evitar el aburrimiento del votante. Quienes pusieron a punto esa máquina la soñaron más estable que nada de lo que la España moderna hubiera experimentado.

El artilugio constitucional tenía un punto de quiebra, sin embargo: la paradoja que yuxtapone al sujeto constituyente de la nación –«la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado»–, la inesperada excepción que otorga el «derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran».

Con variables decorativas destinadas sólo a evitar el aburrimiento del votante

El neologismo ‘nacionalidades’ solapaba así una parte sustancial del poder constituyente de la nación misma. Y los minúsculos partidos implantados en tales ‘nacionalidades’ –en el País Vasco y Cataluña, sobre todo– pasaban a verse mutados en árbitros de la prevista alternancia, merced a apenas un puñado de votos que el sistema electoral multiplica exponencialmente en escaños. A partir de esa quiebra del principio que funda la democracia sobre el tópico «un hombre, un voto», lo que llamamos representación quedó en no demasiado más que un acto escénico.

Bien gestionada, la red clientelar que las autonomías ponían en manos de quien supiera alimentarlas, debía necesariamente generar corrupción y voto cautivo. Los agotadores años de autocracia socialista, bajo González, serían así impensables sin el sistema de ayudas y tutelas con el que fue regada la comunidad andaluza. De paso, no pocos cuadros altos y medios del partido mejoraron sustancialmente su patrimonio. Enriquecer a tus fieles siempre ayuda.

El modelo acabó por morir de éxito, cuando los comodines catalán y vasco juzgaron llegada la hora de desconectar con una nación ya moralmente troceada. El golpe de Estado de 2017 en Barcelona fue un primer ensayo. Vendrán otros: esperemos que, al menos, sean igual de chapuceros. Más pragmático, el PNV se seguirá limitando a hacer fuero y caja: es lo sensato.

Y, mientras tanto y en ausencia de un Estado, la política española se juega en nimias rebatiñas regionales. Castilla y León, este domingo. Andalucía, dentro de muy pocos meses. Ése es todo el envite del minúsculo presente. ¿La nación? No se la espera.

© ABC

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