Decía Juan Belmonte que se torea como se es, como se siente. Lejos de los manierismos contemporáneos, ya sea en arte, literatura o política, a medio y largo plazo triunfa aquello que se hace con el alma y se es capaz de transmitir. Exactamente lo que lleva ocurriendo con Vox en los últimos meses, y lo vivido ayer en Cataluña no es sino otro peldaño más del éxito que se les augura.
Con el panorama político cual mágico albero, aquellos catalanes antes indefensos, otrora maltratados, han pasado de ser toreados a convertirse en toreros. Recuerden que, en este mundo, quien no torea, embiste. Ello les da un halo de esperanza, un camino a seguir que defiende sus derechos, sus intereses, su libertad.
Al alimón, Santiago Abascal e Ignacio Garriga han llevado a cabo aquello que mejor los representa: la política pura. Pura porque llevan los valores de tantos españoles por bandera y ponen vox a todos aquellos ciudadanos que, hasta ahora, no encontraban representante que lo hiciera: desde el tendero y el comerciante hasta el empresario, pasando por agricultores y ganaderos, todos ellos asfixiados por el gobierno sociocomunista cuyo único fin es erradicar todo atisbo de libertad y riqueza. Además de pureza, la valentía es su otro pilar fundamental, porque salteando obstáculos, aguantando insultos, amenazas y agresiones, continúan, impertérritos, defendiendo aquello en lo que creen.
La pureza y el clasicismo siempre tendrán cabida en cualquier tiempo histórico
La política se asemeja a la tauromaquia y, tanto una como otra, van evolucionando en función de los gustos e intereses de la sociedad que la demanda. Una cosa está clara: la pureza y el clasicismo siempre tendrán cabida en cualquier tiempo histórico. Clásico es aquello que no se puede hacer mejor. Y yo me pregunto, ¿por qué no defender la pureza en la política?
Rafael Ortega fue un torero de fama que sobresalió por su valentía con cualquier tipo de toro, especialmente como estoqueador. No muy popular entre el público debido a su figura poco airosa y pesada, sus seis puertas grandes en las Ventas muestran que la gran masa coral de aficionados que pueblan los cosos taurinos se equivocaba en su veredicto. Como muchos, tuvo que esperar a su retirada para ver su arte y su trayectoria reconocidos.
Su psicología y forma de entender el toreo y, por ende, la vida, la manifestó en su obra El toreo puro, que podemos resumir en “citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el cite. Luego usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo lleva y lo despide”. Aunque la pureza en el toreo ya la instauró Belmonte, sin el cite no existe lo anterior.
Aquí es donde cobra importancia la gesta de Vox: en aunar los valores antes divididos en siglas más preocupadas por sus propios intereses que por lo que publicitaban en mítines y campañas sinsentido. Con el único objetivo de recuperar la libertad en Cataluña, Vox ha entrado en el Parlamento para quedarse como la primera fuerza nacional. Como sucedió en Andalucía o Madrid, esto no es sino la mecha que ha de continuar prendiendo para dinamitar la dictadura social y comunista en que nos encontramos, cuya explosión esperemos dinamite consigo las taifas en que se ha convertido nuestra gran nación.
En definitiva, el toreo y la política son sentimiento, y aquellos que lo ejecuten tienen que sentir lo que hacen para poderlo transmitir, y para lograrlo es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toreo le pida, porque el toreo no puede traerse hecho de casa.
Dejemos que nuestro trabajo hable. Seamos como Rafael Ortega. Seamos Vox.
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