La espantá

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Con los tiempos que corren, y las nubes negras que se avecinan, las siguientes líneas van a hacer referencia a algo tan torero como la espantá. Movimiento tan torero y artístico a la par que emocionante, pues no cualquiera vale para ello. En el ruedo y en el día a día, echamos de menos a hombres de verdad, hombres con valor y valores que, no contentos ante el enemigo a lidiar, por considerar que no va a ser propicio para desplegar su arte, por julepe, pavor o jindama (¡el miedo es libre!), creen conveniente llevar a cabo esta suerte. Y digo suerte, porque según decía el divino calvo Rafael el Gallo, “las banderillas son las banderillas; el pase natural, el pase natural; el volapié, el volapié, y la espantá, la espantá”.

La espantá es, para que entiendan propios y extraños, la negación de llevar a cabo una obligación para con determinado público. Ahora bien, hay que saber realizar esta suerte.

Decía don Rafael que la espantá la daba, como todo, porque le salía del corazón y… por falta de piernas, de dominio hacia el toro. Una lógica aplastante para un señor que no pisó escuela, ¿no creen? De lo más lógico. Si estuvieran delante del toro y vieran que le iba a coger, porque los toros avisan, ¿se quedarían ustedes delante? ¡Por supuesto que no! Seríamos idiotas.

Todos hemos visto la retirada del líder ciudadano en los últimos días. Retirada que, por desgracia, no servirá de ejemplo, y no será porque el toro de la España cansada de los últimos meses no deja de embestir, tirando derrotes a diestro y siniestro. Cincuenta y dos derrotes para ser exactos. ¡Cincuenta y dos!

España se ha convertido en un toro con sentido. Se le ve, se le siente, te mira, te avisa y, si no te retiras a tablas, te acaba cogiendo.

España se ha convertido en un toro con sentido. Se le ve, se le siente, te mira, te avisa y, si no te retiras a tablas, te acaba cogiendo. Se ha librado Albert quizás del cornalón, ese del que no podrá salvarse quien le siga en el cargo. Y quien ose ponerse delante. Porque el toro con sentido aprende rápido, y no da puntada sin hilo.

Vuelta al ruedo, Albert, como premio, por tu espantá que, aún sin gracia ni vergüenza torera, es digna y hay que aplaudirla. Porque aquí, aunque Paulistas, también aplaudimos a Curro si así lo merece. Es la democracia, es la fiesta de España, son los toros.

¿Y de los demás, qué? Naranjito abandona la lid, pero aún quedan otros tres esperpentos en la corrida (esperemos no lea Pablenín estas letras, no sea que se emocione y abandone espantao el ruedo para, al alimón, abrazarse y dios sabe qué junto a su socio rojo). Dos de ellos, de grana y oro uno, morado y plata, otro, no sólo no van a abandonar su orgasmo progre, sino que, según podemos leer en su manifiesto, quieren continuar con la imposición totalitaria a la que estamos acostumbrados. El tercero en la terna, de azul celeste y oro, no hace sino observar, cual Rivera Ordoñez en la famosa corrida de los quites entre Joselito y Enrique Ponce del 96, y esperar ese momento que nunca va a llegar.

Pero algo ha cambiado, pues ha llegado y para quedarse la política del valor, la de cargar la suerte, pisar los terrenos del totalitarismo y, en lidia desigual, salir airosos en esta gran plaza de toros que es la vida, en la cual el que no torea embiste. Hagamos lo que mejor sabemos: parar y templar, que mandar, ya mandaremos. Por ahora, vale más un hombre quieto que dos hombres en mal movimiento.

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