Banderillas negras para todos

Las banderillas negras de las pasadas elecciones han despertado al morlaco, o a la becerrita.

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Cualquiera es libre de presentarse a unas elecciones con las siglas que le venga en gana. ¿Existe tal libertad? Si es cierto que sobre el papel podemos hacerlo, está claro que, tras el resultado del pasado abril, socialmente no es tal esa libertad de la que, mal que nos pese, sólo disfrutan aquellos que a día de hoy abrazan el poder establecido. Café (y casoplones) sólo para unos pocos.

Pese a controlar el poder y el orden social, la progresía parece no ser aún consciente de ello. Y menos aún aquella de tintes morados que, moribunda, se niega a desaparecer de un mapa político cada día más coloreado. O colorao, pues ese pelaje luce el ya cansino morlaco. Cansino y manso. Al toro manso, puya, dicen los entendidos. Pero aún los hay que ni con la puya se crecen en el castigo y continúan huidizos y refugiados en tablas. A ese toro que nos toca lidiar hoy día, al toro colorao (o morao, llámese como quiera) solamente cabe darle una solución: banderillas negras.

Me explico. Las banderillas negras o de castigo son aquellas que se utilizan frente a toros de acusada mansedumbre. Lo curioso de la legislación taurina es que sea el rojo el color del pañuelo que, para colocarlas, ha de sacar el presidente, como si de una premonición se tratase. Ese rojo que ha inundado España, pero que a la vez ha dado paso a un castigo en forma de veinticuatro banderillas verde esperanza. Y más de dos millones y medio de valientes que los respaldan. Pero no nos engañemos, el enemigo ha sido, es y será el mismo: el colorao o la progresía cobarde.

Las banderillas negras de las pasadas elecciones han despertado al morlaco, o a la becerrita (llámese como quiera, pues la tontería progre cada vez aparece a más temprana edad) que, como decía el gran Juncal, mira con temor, recelo, rescoldo, aprehensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, cangui, canguelo, julepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repullo toda esta nueva situación. ¡Casi !

Pues bien, ante la acusada mansedumbre del colorao, y el escepticismo que, desde su cómoda posición neoburguesa, parece mostrar ante los últimos resultados electorales (no nos engañemos, han sido de oreja con fuerte petición de la segunda), no podemos sino recrearnos en la suerte mientras continuamos lidiando, presentando batalla y, como no, pidiendo al presidente una única cosa: banderillas negras para todos.

Y es que cuando un puñado de valientes dan un paso al frente, torean por derecho, cargando la suerte, defendiendo aquello en lo que creen, al progre colorao, ya de por si manso, no le queda sino huir, o malhuir de aquella manera cobarde, ruin y deshonrosa que los caracteriza. Que sigan su camino. Ancha es Castilla.

Un paso adelante, y muere el torero. Un paso atrás, y muere el hombre. No lo olviden.

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