En un brillante artículo recientemente publicado en La Gaceta y titulado “La ofensiva de los Carvajales: Vox debe morir”,[1] Pedro Carlos González Cuevas analiza y arremete contra la demonización que la mal llamada “derecha” política y mediática ha emprendido contra VOX. Su resultado más clamoroso ha consistido en que 500.000 españolitos que un mes antes habían votado por VOX dejaron de hacerlo al ponerse a temblar ante "la amenaza fascista". Como resultado, la mal denominada "derecha" política y mediática ha dejado a España, suponiendo que aún quede algo de ella, sumida en otros cuatro años de tiranía sanchista.
Reproducimos seguidamente la parte que, en dicho artículo, se dedica a glosar la figura más conocida de esta campaña emprendida contra la única Derecha existente en España. Dicha figura, cuyas ruindades también hemos comentado aquí, no es otra que la del baturro Federico Jiménez Losantos.
Esta campaña políticamente indecente tiene nombres y apellidos. Y no hay que esconderse; es preciso denunciarlo. Ahí están las páginas de ABC, La Razón, El Mundo, The Objective, El Independiente, El Confidencial, El Español, Libertad Digital, etc., etc., etc., que se han convertido en órganos del Partido Popular y en detractores sistemáticos, con frecuencia soeces y sarcásticos, de VOX. En esta batalla, lo que ha llamado en primer lugar mi atención ha sido la asunción por parte de estos medios de los fundamentos del universo simbólico del progresismo actual: la cultura woke, el antifascismo sin fascismo, la ideología de género, el globalismo, las abstracciones cosmopolitas, etc., etc. A partir de ahí, el desprecio hacia VOX y su base social adquirió un contenido no ya grosero, sino obsceno, pedestre y maloliente. Contra VOX toda diatriba es posible: homófobos, racistas, machistas, fascistas, incultos, patanes, anacrónicos; incluso puede que huelan a ajo, aunque no estoy muy seguro de esa última diatriba. Son los Torrentes del espacio político español. Igualmente ha llamado mi atención un singular y significativo retorno de los viejos brujos del «centrismo», la mayoría ya caducos, que repiten los tópicos de hace cuarenta años. No se han lavado los pies ni las axilas ideológicas desde hace mucho tiempo; y ya huele; huele muy mal. Reaparecen aquí, gritan y gesticulan y escriben, eso sí muy moderadamente, todos y cada uno de los sumos sacerdotes y vestales del «centrismo» puro y duro: Abel Hernández —¡el periodista orgánico de Adolfo Suárez—; Pedro J. Ramírez —león convertido en gatito siamés—; Casimiro García Abadillo —solemne repetidor de tópicos fraudulentos—; Victoria Prego —inventora de una falaz y acrítica transición a la partitocracia—; José María Carrascal —que lleva cien años escribiendo el mismo artículo-, y un largo etcétera de folicularios cuyo único objetivo era que el Partido Popular gobernara sin VOX. A fe mía que lo consiguieron. De las nuevas hornadas del periodismo “centrista” no es preciso hablar; son bustos parlantes sin relevancia.
Sin embargo, el Carvajal más rudo y ruidoso contra el partido verde ha sido Federico Jiménez Losantos, otrora erigido en martillo de centristas y «sorayos». Hasta hace poco sus enemigos mortales habían sido Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, Pablo Casado y Alberto Núñez Feijoo. En poco tiempo, todo cambió. El aguerrido periodista aragonés publicó hace pocos meses un libro titulado El retorno de la derecha, obra en mi opinión absolutamente biodegradable, un panfleto plagado de errores, inexactitudes y crasas mentiras. De mí no dice más que tonterías, maldades; y una sola verdad: que no me gustan ni su estilo ni sus planteamientos. Tiene toda la razón; en eso y sólo en eso estamos de acuerdo. Su leitmotiv está claro desde el principio, pues Jiménez Losantos es un ser muy elemental: la unidad de los distintos partidos de la derecha bajo la jefatura de Isabel Díaz Ayuso, con él como consejero áulico, por supuesto. Lo de siempre. El aragonés no ha aprendido nada de su experiencia con Aznar, Rajoy, Casado y ahora Núñez Feijoo. Queda la lideresa madrileña como alternativa. Fracasará, sin duda. En el libro somete a crítica al extinto Ciudadanos, a los «centristas» del Partido Popular y, por supuesto, a VOX, a quien acusa de estar hegemonizado bajo la férula de una fantasmal sociedad secreta denominada El Yunque, caracterizada por su fundamentalismo religioso. Sin aportar prueba documental alguna, denuncia que un sector de la élite dirigente del partido verde milita en esa sociedad secreta. Como hubiera dicho Menéndez Pelayo, Jiménez Losantos convierte a El Yunque en «coco de niños» y «espantajo de bobos». Ni tan siquiera los sectores más radicales de la izquierda se han tomado en serio su denuncia. Es inverificable. No obstante, la influencia del aragonés en algunas mentes superficiales del pueblo de derechas sigue siendo grande; y seguramente tuvo sus consecuencias en el resultado de las elecciones de julio, sobre todo en la pérdida de votos por parte de VOX. Y es que hay un sector de la derecha que no piensa, y deja a otros que piensen por ellos; es más cómodo.
La influencia de Jiménez Losantos en un sector de la derecha española ha sido, y es, muy negativa.
Jiménez Losantos encarna una tendencia política que podríamos denominar «neoliberalismo baturro»
Jiménez Losantos encarna una tendencia política que podríamos denominar «neoliberalismo baturro». Aunque es más un estilo personal que una doctrina, no carece de elementos claramente ideológicos. Se trata de una curiosa amalgama de baturrismo, dialéctica erística y liberalismo económico a ultranza. Jiménez Losantos encarna como nadie una clara renovación del baturrismo, hasta ahora bastante olvidado en su Aragón natal. Es el sosias de Paco Martínez Soria y, si me apuran, de Marianico El Corto, baturros por excelencia: personaje elemental, cazurro, vocinglero, tozudo, lenguaraz. «Chufla, chufla, que como no te apartes tú», decía Miguel Ligero en referencia al tren, en la célebre película Nobleza baturra. «Rediez que te rajo», decían, según el historiador Javier Varela, en su libro La novela de España, unos baturros que servían de escolta a Joaquín Costa durante sus conferencias y mítines. Complemento del baturrismo es el recurso a lo que el gran Arthur Schopenhauer teorizó como dialéctica erística, es decir, orientada en el único sentido de obtener la victoria en las disputas, sin tener en cuenta para nada la verdad. Si escuchamos sus peroratas radiofónicas o sus tertulias inanes, nos daremos cuenta de su permanente recurso al ataque personal, a los argumentos ad hominem, a la homonimia, a la retorsio argumenti, al argumento ad vericundiam, etc., etc. Otro de los recursos permanentes del aragonés es el de la seudología o silogismo de falsa identidad o, como diría Leo Strauss, la reductio ad hitlerum. Un ejemplo: «Charles de Gaulle era anticomunista; Adolf Hitler era anticomunista; luego De Gaulle equivale a Hitler», así razonaban los miembros del Partido Comunista Francés; y así razona Jiménez Losantos cuando hace referencia a la nueva elite de VOX. Todo ello en defensa de su peculiar forma de entender el liberalismo. Como ha señalado el sociólogo italiano Carlo Gambescia, el liberalismo no es una tradición política homogénea; hay diversas tradiciones liberales que se definen por su relación con la dinámica estatal: anárquica, microárquica, árquica y megaárquica. El neoliberalismo baturro es, siguiendo a Mises, Hayek o Rothbard, de clara tendencia anárquica o microárquica. Es decir, su objetivo es combatir cualquier obstáculo a la maximización de beneficios, contra toda civilización asociada al Estado social o a la idea de justicia social, acusando a sus defensores de conservadurismo arcaico, tradicionalismo, fundamentalismo, «nacional-catolicismo» o fascismo.
Lo mismo que la izquierda, aunque, eso sí, en un sentido opuesto
Lo mismo que la izquierda, aunque, eso sí, en un sentido opuesto. Todo esta argumentación es absolutamente falaz; y puede refutarse dentro del horizonte ideológico del propio liberalismo. En sus obras Ensayo sobre las libertades e Introducción a la filosofía política, el gran Raymond Aron afirmó que la democracia debía basarse en una economía mixta; y que los planteamientos liberales a ultranza de Hayek llevaban a una dictadura. Tenía toda la razón, porque finalmente Hayek apoyó el régimen militar de Augusto Pinochet. ¿Acaso Rothbard y Hayek, no han sido feroces críticos de la democracia, antesala, según ellos, del socialismo? Menos charlatanería neoliberal, y más formación doctrinal, por favor.
De hecho, Jiménez Losantos siempre ha considerado a VOX como un apéndice del Partido Popular, cuya función sería que los azules no derivaran a las prácticas políticas amorfas y “centristas”. Cuando el partido verde ha intentado defender su autonomía, como en Madrid o Castilla-León, la respuesta del aragonés ha sido radical, soez, insultante, empleando una jerga arrabalera; puro baturrismo. Finalmente, llegó la ruptura con VOX; lo que condujo al aragonés a significativas y puede que mortales contradicciones de tipo político, táctico e ideológico. Llevado de su animadversión a VOX, dio cancha nada menos que a Núñez Feijoo, el «centrista» más centrado, el más sorayo de todos los sorayos. Increíble, pero cierto; todo es posible en España. ¡Al fin sorayo!, podemos gritarle. Clara señal de decadencia política e intelectual. Y es que el neoliberalismo baturro no da para más. Es un estilo, el de un personaje singular, no una escuela de pensamiento. En su delirio, Jiménez Losantos llegó incluso a tomarse en serio las encuestas de Narciso Michavila. El resultado ha sido catastrófico, pero Jiménez Losantos nunca reconocerá, como se vio en su abrupta discusión con Juan Carlos Girauta, sus errores. Es baturro y, como tal, muy tozudo.
¿Superará VOX la ofensiva de los Carvajales? Conjeturo que sí. El partido verde no es equiparable a Ciudadanos; tiene su propia sustantividad y una base social todavía exigua, pero fiel y motivada. Nada que ver con el «centrismo». Siguiendo a Rousseau, podríamos decir que los militantes de VOX son ciudadanos activos, no meros «burgueses». Y es que el Partido Popular sigue sin dar la talla. Como Ortega y Gasset, ya podemos hacer referencia al «error Feijoo». No es que el político gallego haya cometido errores; es que ha sido en sí mismo un error. Y ya le están moviendo la silla. Aunque ahora se niegue, todo llegará. Las alternativas a su liderazgo no son excesivamente ilusionantes. Isabel Díaz Ayuso no es una figura nacional española. Practica madrileñismo, nacionalismo madrileño, no una política vertebradora a nivel nacional. En el fondo, resulta tan particularista como cualquier líder regional o secesionista. Fuera del ámbito capitalino, carece de existencia. De Moreno Bonilla mejor es no hablar; es el arquetipo de lo que Alain Deneault ha denominado «mediocracia». ¿Se lo imaginan disputando con Pedro Sánchez, incluso con Yolanda Díaz? Sería una masacre dialéctica. ¿Hay alguien más en el Partido Popular? Me temo que no.
Es evidente que VOX se encuentra, en estos momentos, en una encrucijada que pondrá a prueba su resistencia a todas las agresiones simbólicas y a todas las ofensivas mediáticas de que ha sido objeto. VOX sigue siendo más necesario que nunca, lo dice alguien que no es militante del partido, pero que simpatiza con muchas de sus propuestas. Dada la actual situación del Partido Popular, es poco previsible que VOX sea neutralizado por los acólitos de Núñez Feijoo, sosias de Mariano Rajoy. Debe dotarse de un aparato mediático propio que defienda sus posiciones. Preservar su autonomía política, frente al parasitismo inherente al Partido Popular. Y, sobre todo, prescindir de la influencia de personajes como Jiménez Losantos. VOX es, en realidad, la única fuerza conservadora real. Su desaparición sería un desastre, ya que el Partido Popular ha perdido, si alguna vez la tuvo, todo perfil doctrinal.
[1] El título alude a la leyenda medieval según la cual el rey Fernando IV de Castilla murió inopinadamente treinta días después de la ejecución de los hermanos Juan Alfonso y Pedro de Carvajal, a quienes había acusado —y por ello, jurando su inocencia, los hermanos lo emplazaron— de la muerte de Juan Alonso de Benavides, privado del monarca.
El término 'sorayo', utilizado más adelante en el artículo, alude a Soraya Sáenz de Santamaría, ex-vicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy y, junto con éste, uno de los más nefastos personajes de aquel equipo.