Luigi di Maio (5 Stelle) y Matteo Renzi (PD), enemigos a muerte hasta hace quince días, y hoy felices y contentos aliados en el Gobierno.

Italia: la oligarquía, la UE y sus aliados izquierdistas

Con esta primera colaboración, el profesor Marco Gervasoni, conocido analista político italiano, se incorpora a las columnas de El Manifiesto.

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Imagínense si, después de caer el gobierno tras haber estado un año aliado con Podemos, Pedro Sánchez volviera a ser primer ministro, pero aliado ahora con.... Vox, y sin pasar por elecciones. Invirtiendo los términos, y salvando las distancias, es lo ocurrido en Italia con Giuseppe Conte, quien, después de haber gobernado con un partido de derechas (la Lega, aunque no se defina como tal), ha pasado a presidir, en menos de un mes, un nuevo gobierno con el partido de la “izquierda” socialdemócrata.

Es como si, habiendo estado un año aliado con Podemos, Pedro Sánchez volviera a ser primer ministro..., pero aliado ahora con Vox.

Semejante cosa –es decir, que el mismo personaje siga siendo presidente del gobierno con dos mayorías opuestas y sin pasar por elecciones– nunca había ocurrido en Italia, donde ha habido combinaciones parlamentarias de todo tipo. Pero algo así nunca había pasado en ninguna democracia seria, ni siquiera en la tristemente conocida Cuarta República Francesa, experta en maquinaciones, y que con razón terminó mal.

Esto ha sido posible gracias a una serie de factores.  El primero es, sin duda, el papel jugado por el presidente de la República, el cual dispone de los poderes ambiguos que establece la legislación italiana. Una situación similar en sistemas parlamentarios con un presidente verdaderamente neutral (Alemania y Austria, por ejemplo) o con un monarca como jefe de Estado, habría dado lugar, sin duda, a la celebración de elecciones, ya que el presidente del gobierno saliente no habría tenido ni fuerza ni legitimidad suficientes para forzar las cosas de tal modo. En nuestro caso, sin embargo, el apoyo del presidente de la República ha sido fundamental.

Pero Conte ha sido capaz de sobrevivir y, de hecho, de ampliar su poder pasando de la alianza con Salvini a la del jefe de la izquierda, Zingaretti, porque se ha convertido en el principal garante de un conjunto de poderes, nacionales y supranacionales que querían impedir que en Italia se celebraran unas elecciones que le habrían dado probablemente la victoria a Salvini.

El poder supranacional más evidente es, por supuesto, el de la UE y el de los dos principales socios mayoritarios, Macron y Merkel: una medida de cerco a Salvini que, en realidad, había comenzado hace meses y había culminado con el voto a favor de Van der Layen como presidente de la Comisión de la UE por parte del Movimiento 5 Stelle y del PD. Esta conjunción ha sido uno de los factores que han llevado a Salvini a romper el acuerdo de gobierno.

El resultado es que en Italia tenemos ahora un gobierno totalmente vasallo y sometido a las órdenes de Bruselas, y en el que el "partido francés", el que está cerca de Macron, ejerce un fuerte peso, pretendiendo de hecho convertir a la península en territorio presa para las empresas francesas.

La continuidad con todos los gobiernos tras el de Berlusconi de 2011 –derribado mediante un golpe de Estado propiciado por Merkel, Sarkozy y la UE– es, por lo tanto, muy clara: incluso si los ministros son de segunda mano y la estructura gubernamental es de calidad muy mediocre.

La duración y el éxito del experimento también servirán de lección para los demás países europeos: ¿es posible, mediante intrigas y golpes palaciegos, poner y mantener a  gobiernos claramente opuestos a las orientaciones del país? Si el gobierno de Conte II demuestra que ello es posible, la UE podrá intentar exportar el modelo también a otros países de riesgo. Y si la cosa no resulta, el establishment eurocrático buscará otros medios para detener la rebelión soberanista.

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