San Isidoro de Sevilla solía repetir que la confusión es lo más parecido al infierno. Y ¿qué es la confusión? Pongamos un ejemplo concreto y extremo para comprenderlo: supongamos que en una botella de 750 cc colocamos 250 cc del mejor champagne francés, otros 250 cc de perfume Carolina Herrera 212 y completamos la capacidad de la botella con un cuarto litro de diarrea de burro. Mezclamos bien como hacen los bármanes y observaremos que esa confusión de olores, texturas y sabores, no sirve ni para beber, ni para perfumar, ni siquiera para abonar la tierra. El infierno es la confusión de los perfiles existenciales, un descenso abrasador al sinsentido y, por tanto, a la desesperación.
El pueblo argentino, que en su peculiaridad maravillosa ha engendrado a Perón y a Borges, a Discépolo y a Yupanqui, a Maradona y a Messi y hasta a un papa –¡figúrese usted! -, ha consagrado Presidente de la Nación a un anarcocapitalista, el primero en la historia de la humanidad. En síntesis, un anarcocapitalista es aquel que sostiene una defensa irrestricta de la propiedad privada y, a la par, una anulación de toda interferencia coercitiva del Estado. Su aparente mentor ha sido Murray Rothbard, devenido hoy en una de las musas inspiradoras del flamante titular del Poder Ejecutivo.
Demorémonos en algunas perlitas que nos ha dejado la jornada del pasado 10 de diciembre en la que don Javier Gerardo Milei juró como primer mandatario argentino. No hilaremos fino en los contenidos conceptuales del discurso, ni haremos una crónica de los hitos de tan larga jornada, pero si denunciaremos algunas contradicciones que forman parte de la confusión de la que antes hablábamos:
El primer gesto, aparentemente llamativo en la toma de mando, ha sido el lugar elegido para su primer mensaje. Ya con investidura presidencial, Milei optó por dar la espalda a la Asamblea Legislativa y desde las escalinatas del Congreso les habló a sus votantes y, por extensión, al resto de los argentinos. Decimos “aparentemente llamativo” porque es un gesto que se condice con el pensamiento de un “anarco”. Milei no le habló a “la casta”, es verdad, pero tampoco se privó de invitarla al magnífico Teatro Colón para su noche de Gala, y así los hemos visto descender uno por uno de sus coches último modelo. No le habló a la casta, pero sonrió demasiado con la misma que trató de “chorra” (ladrona), mostrándole la empuñadura de su bastón de mando con las caritas de sus cinco perros.
En segundo lugar, vale destacar sus citas doctrinales. Antes de 1852 —esbozó el señor presidente—, “éramos un pueblo de bárbaros”, pero gracias al pensamiento ilustrado de la Generación del 37, primero, y a la obra de Sarmiento y Roca, después, nos convertimos en potencia mundial. Julio Argentino Roca ha sido justamente el arquitecto del Estado argentino, ¿y qué hace el anarco? Lo alaba, claro. Por lo demás, nada nuevo, sino la reedición de aquella vieja dicotomía sarmientina que emerge de las entrañas del Facundo: Civilización y barbarie. Sarmiento, el maestro ilustre y civilizado que leía bajo la higuera mientras su madre hilaba en la rueca, es el mismo que le escribe a Mitre en 1861: “no ahorre sangre de gauchos, que es lo único humano que tienen y es un abono necesario”. Al mismo tiempo, y sin hipótesis de conflicto, el flamante presidente cita a su prócer Benegas Lynch (h) al sostener que “el liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión”, es decir, como hacían Mitre y Sarmiento.
En tercer lugar, el enjambre geopolítico montado en el Salón Blanco de la Casa Rosada. No vino Lula (que es presidente), pero sí vino Bolsonaro (que ya no es nada), de modo que nos preguntamos: ¿es una asunción presidencial o un cumpleaños de quinceañera donde la chica no invita a los primos con los que está peleada? Allí estaban, “como en botica”, Zelenski al lado de Orban: el actor junto al jurista, la vedette de la OTAN frente a su prolija resistencia. Zelenski se volvió a Ucrania con la menorá y algunas promesas; Orban se volvió a Hungría con insolación. Abascal espera que a Milei le gusten los toros, pero Milei le habló de “El Matadero” de Esteban Echeverría, ícono de la tradición y del asco. Boric le habrá cantado al oído una canción de Violeta Parra y la flamante Vice, en su peculiar nacionalismo, le habrá respondido con alguna copla de Rimoldi Fraga. Los adeptos libertarios equiparan a Milei con Trump, pero Javier viajó a EE. UU. hace diez días para almorzar con Clinton. En fin, en épocas de presidencialismos fuertes, en la Argentina “manda” un anarco.
Por último, un elemento de orden espiritual. En la misa de la tarde, ¡perdón! ahora se debe decir “celebración interreligiosa” —¡malditos sean los eufemismos!—, el flamante presidente ingresó a la Catedral Metropolitana, hizo una prolija genuflexión y con la cabeza inclinada se persignó sobriamente, todo lo opuesto a Macri en 2015, cuando, al santiguarse, no se sabía si le picaba la tetilla derecha o mataba un mosquito sobre su frente. Milei hincado, parecía un caballero cristiano de otros tiempos; pero a los veinte minutos se abrazó con “su” rabino y lagrimeó tupido cuando éste le habló mirándolo a los ojos. La búsqueda del sentido de la vida es algo loable, pero la inmadurez espiritual de un hombre de mando es preocupante. Por lo demás: “quien no siembra conmigo, desparrama”.
Así las cosas, la Argentina inaugura un nuevo tiempo —¿un nuevo tiempo o la rémora de un viejo liberalismo con nuevo rostro?—, un tiempo que debuta con el cóctel similar al del champagne, el perfume y la diarrea de burro. Una vez, ante mi pregunta en clase: "¿Puede existir un círculo cuadrado?", un alumno me respondió: "Sí, profe", y pasó al pizarrón a dibujarlo. Tomó la tiza, me miró y dijo: “No, no se puede”. ¿Podrá Milei sostener la idea de un círculo cuadrado o será una revolución nonata? Mientras tanto, Dios lo asista, por el bien de todos.