Así se titula el artículo de opinión publicado en Bloomberg que afirma que quienquiera que llegue a la Casa Blanca en 2025, Washington ya está trazando planes para salir de Europa. Según el columnista, Andreas Kluth, las vías geopolíticas de EE. UU. y el Viejo Continente se han separado y actualmente van en direcciones opuestas.
Por una parte, dice el autor, hay varios miembros europeos de la OTAN que han escatimado durante décadas en gastos de defensa, “aprovechándose del poderío militar estadounidense”, lo cual estaba “frustrando y enfureciendo a los contribuyentes y a los políticos responsables” en EE. UU. Incluso si ahora algunos países miembros comienzan a aumentar sus gastos, “será tarde y mal”, afirma el columnista.
Por otra parte, Washington se ha ido alejando de su vínculo transatlántico. Según Kluth, desde la era Obama, los inquilinos de la Casa Blanca han intentado, aunque sin éxito hasta el momento, “pivotar” desde Europa y Oriente Medio hacia el “Indopacífico”, donde está China, que representa un desafío mucho más importante y peligroso para Washington.
El columnista explica que, como ya es cosa del pasado el fugaz momento unipolar en el que EE. UU. era una hiperpotencia capaz de controlar todas las regiones del mundo, cosas como la permanente crisis presupuestaria y una deuda aplastante obligan a Washington a tomar dolorosas decisiones.
Como consecuencia, gane quien gane en noviembre, el próximo presidente estadounidense seguirá la lógica dictada por las circunstancias económicas y geopolíticas. Si con Trump la salida del Viejo Continente será deliberada y rápida, Harris renovará su compromiso con Europa sólo retóricamente, pero “igual que a Trump, las contingencias podrían obligarla a retirarse del continente”, concluye Kluth.
Previamente la Comisión Europea había publicado un "informe sin precedentes" acerca del futuro de la competitividad de la alianza europea. En el documento se reconoce que la Unión Europea ha perdido sus ventajas económicas (y como consecuencia podrá “perder su razón de ser“) debido al rechazo de las fuentes de energía rusas, la fuerte competencia por parte de China y la pérdida de interés hacia el Viejo Continente por parte de un EE. UU. que cada vez se enfoca más en su rivalidad con Pekín.
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