Las fuentes filosóficas del pensamiento de Putin

Hombre pragmático, Putin rechaza posicionarse como defensor de una única doctrina política pero propone una síntesis ideológica cuyos lemas podrían ser: patriotismo, ortodoxia, eurasismo.

Compartir en:

En su discurso de investidura, el presidente de la Federación de Rusia prometió “conservar la soberanía y la independencia de Rusia”. Esta frase resume, en muchos aspectos, la política de Vladimir Putin y, de manera general, su filosofía. Hombre pragmático, rechaza posicionarse como defensor de una única doctrina política pero propone una síntesis ideológica cuyos lemas podrían ser: patriotismo, ortodoxia, eurasismo.

El 25 de marzo de 2017, Le Monde titulaba: El putinismo, ese espectro que atemoriza a Europa: “Vladimir Putin continúa su política de desestabilización del orden continental que ha garantizado la paz en Europa occidental desde 1945”, “un régimen muy autoritario, que asesina a sus oponentes; la violación de las reglas internacionales con la anexión de Crimea; el apoyo al régimen sirio de Bachar Al–Assad, cuyos crímenes han alimentado el terrorismo yihadista en mayor medida que lo que los ha combatido; el repliegue étnico–religioso, sobre la cristiandad blanca, que encarnaría la verdadera Europa frente a un Occidente decadente”; estas son las frases que circulan en los medios para calificar a Vladimir Putin y a Rusia.

Nacido en 1952 en Leningrado, ciudad de Pedro el Grande y corazón de la Rusia zarista, fue agente del KGB, funcionario cercano a Anatoli Sobtchak, el alcalde liberal de San Petersburgo, Primer ministro en 1999, Presidente en funciones después de la salida de Boris Yeltsin y, por fin, Presidente en marzo de 2000. Si Vladimir Putin aparece, según los círculos mediáticos y políticos, como un enemigo de Occidente y como un jefe de Estado de tendencias autoritarias, es importante comprender que es, ante todo, un ruso y un patriota. Marcado por la historia de su país y fascinado por los héroes que iluminan su pasado, ha conocido el totalitarismo soviético, la caída del Muro, la anarquía de los años 90 y, hoy en día, una confrontación, en muchos aspectos, con Occidente. La Historia recordará sin duda que sus mandatos fueron los de la transición, los del paso del totalitarismo a la democracia o, al menos, a un régimen que se le parece, y de la vuelta de Rusia al concierto de las naciones. Desde su reelección en 2012, afirma y asume, con seguridad, la filosofía que guía su acción política.

El pensamiento filopolítico de Vladimir Putin parece apoyarse sobre tres pilares: el patriotismo, la ortodoxia y el eurasismo. Este tríptico conjuga historia y geografía, temporal y espiritual, económico y social. En varios ámbitos, lo que la memoria colectiva conservará como putinismo ha cambiado profundamente a Rusia volviéndola a colocar, sin embargo, en su historia natural. Es ahí donde se encuentra la paradoja: el putinismo, si parece una ruptura con el pasado cercano de Rusia, recoloca a todo un pueblo en su sustrato original, elemento que desentrañaremos en este artículo.

En enero de 2014, Vladimir Putin distribuyó tres obras a los altos funcionarios: L’inégalité de Nicolas Berdiaev, La justification du bien de Vladimir Soloviev y Nos missions d’Ivan Iline. Estos libros caracterizan el pensamiento del presidente y explican, de muchas formas, su política. Como para reactualizar un pasado glorioso olvidado, el putinismo reafirma el tríptico pregonado por el conde Ouvarov, ministro de Educación con Nicolás I: “autocracia, ortodoxia, vida nacional (narodnost)”. Así es como Ouvarov describe los fundamentos del régimen zarista, en oposición fundamental a la divisa de la Revolución francesa “libertad, igualdad, fraternidad”.

El amor por la tierra de los padres como medio de unir al pueblo alrededor de su Presidente

Patriotismo y unidad: dos términos complementarios en Rusia. En este punto, el putinismo parece basarse en el pensamiento de Iline, que prioriza conceptos tales como unidad, autoridad y libertad. Su filosofía promueve, para empezar, la unidad del cuerpo social que debe ser la obra del jefe del Estado, como lo recomendaba ya Platón. Lo reflejan las mismas palabras del partido mayoritario “Rusia Unida” y la popularidad del Presidente, ese principio sigue siendo central en la doctrina política expresada por el Kremlin. A través del patriotismo, debe unir a los ciudadanos a su alrededor, a la manera de un contrato social vinculando al pueblo con su representante supremo. Como lo ilustra la educación defendida por el Kremlin, esta antropología rusa patriota es apoyada y asumida por Vladimir Putin en persona. Como heredero de la Unión Soviética y como lo fue Yuri Andropov, comparado a menudo con Putin, el Presidente manifiesta su apego a la “tierra de los padres” que, como lo decía Iline: “Rusia tiene necesidad de una dictadura firme, nacional–patriótica e inspirada de la idea liberal. Su jefe debe guiarse por la idea del Todo y no por motivos particulares, personales o partidistas. [...] Golpea al enemigo en lugar de perder el tiempo, lidera al pueblo en lugar de estar a sueldo de extranjeros”. Esta frase ilustra muchos aspectos del putinismo: amor por la tierra de los padres, la autoridad y el bien común. Tres elementos inherentes a la política de Vladimir Putin.

Sourkov, cercano al jefe del Estado, sigue esta tesis desarrollando el concepto, singularmente ruso, de “democracia soberana”, corolario del de “vertical del poder”. Esta noción está unida a la doctrina del eurasianismo que considera que Rusia dispone de una especificidad política, económica y social que le es verdaderamente propia. La necesidad de un poder fuerte y único frente a la democracia liberal “a la occidental” es el único régimen que puede permitir el bien común en Rusia ya que, como lo recordaba Catalina II en su tiempo, “un país de semejante amplitud no puede gobernarse de otra forma que la autoritaria”. Junto a esta noción de autoridad, y como lo explica Soloviev, la noción de jerarquía es inherente al buen funcionamiento de la Ciudad. Querida por el sentido común y el orden natural de las cosas, permite el desarrollo correcto de la política, entendida como la organización de la vida de la Ciudad, y la puesta en marcha de proyectos para el futuro: traducción de la política rusa desde hace una veintena de años…

Nuevo ejemplo de esta visibilización del patriotismo: el ejército. Esta institución permite, en efecto, vehicular los valores de arraigo casi espiritual a la tierra de los ancestros y la inclinación a la disciplina y a la obediencia. Iline, nuevamente, parece inspirar este ideal cuando afirma que “el soldado representa la unidad nacional del pueblo, la voluntad del Estado ruso, la fuerza y el honor”.

En su libro, Iline propone un verdadero programa político que Vladimir Putin parece concretar más que ningún otro desde su reelección en 2012. Para resumir, una frase permite expresar su filosofía y coloca a Vladimir Putin como un hijo espiritual del pensador: “Sabemos cuál es la tarea principal de la salvación y la reconstrucción nacional rusa: la ascensión hasta la cumbre de los mejores, hombres comprometidos con Rusia, que sienten su nación, que piensan en su Estado, voluntarios, creativos, que ofrecen al pueblo no la venganza y la decadencia, sino el espíritu de liberación, justicia y unión entre todas las clases. Si la elección de esos nuevos hombres rusos es un éxito y se consigue rápidamente, Rusia se levantará y renacerá en unos años. Si no es el caso, Rusia caerá en el caos revolucionario en un largo período de desmoralización postrevolucionario, decadencia y dependencia del exterior”.

La ortodoxia: medio de afirmación del conservadurismo y objeto de oposición a Occidente

La caída de la URSS permite una verdadera renovación religiosa que, hoy en día, coloca al patriarca en el lugar más cercano al poder político. El conservadurismo, entendido sobre todo como la preservación y la promoción de valores espirituales y políticos tradicionales, es un vector del renacimiento de la ortodoxia en Rusia. Aquí es donde Berdiaev interviene cuando defiende el conservadurismo como un “movimiento hacia adelante”. Basándose en una visión gloriosa y respetuosa de la Historia, el putinismo está vinculado al pasado y se sirve de él para entender mejor el presente. El filósofo pone por delante también la noción de libertad, valor cristiano por excelencia, y ataca frontalmente el igualitarismo y la ideología socialista. Escribe que “la cultura occidental es una cultura de progreso. El pueblo ruso, sin embargo, es el pueblo del fin”. Aunque no parezca y, a contracorriente de toda forma de imperialismo, el putinismo se basa en un corpus de valores con acento religioso y conservador.

Soloviev se presenta como la segunda fuente del putinismo. Se enfrenta al utilitarismo que no se basa más que en la acumulación de bienes y placeres materiales, y certifica que el bien debe cimentarse sobre el honor, la caridad y la piedad. La libertad humana, entendida aquí en su sentido cristiano, es el “principio primordial y central en la persona”. Soloviev se refiere a Iline cuando afirma: “Quien ama a Rusia debe desear su libertad, ante todo la libertad para la misma Rusia, para su independencia y su autonomía internacionales, la libertad para Rusia como unidad de los rusos y de todas las demás culturas nacionales. Y, finalmente, la libertad para los rusos, la libertad para todos nosotros, la libertad de la fe, de la búsqueda de la verdad de la creación, del trabajo y de la propiedad”. En Rusia, la libertad se concibe, pues, como un medio de orientarse hacia el bien, de rechazar sin ambages lo que se lo opone y, de manera más práctica, de alejar de Rusia cualquier forma de influencia extranjera.

Como lo afirmaba Soloviev y Vladimir Putin hoy en día, la Revolución solo creó hombres serviles y llevó, por ese hecho, a la nada. Sin embargo, Occidente es hija de la Revolución y de la Ilustración, las cuales confunden el bien y el mal, la verdad y la mentira. El conservadurismo, que liga el futuro al pasado, se entiende, al contrario que el espíritu revolucionario de la tabla rasa, como un medio de mantener las tradiciones y transmitir los saberes, conocimientos y costumbres no racionales a través de la Historia, los cuales forjan las civilizaciones. Citemos a Vladimir Putin (Consejo de la Federación, 12 de diciembre de 2013): “Hoy, en numerosos países, las normas de la moral y las costumbres son reexaminadas, las tradiciones nacionales borradas, así como la distinción entre las naciones y las culturas. La sociedad no reclama ya únicamente el reconocimiento directo del derecho de cada uno a la libertad de conciencia, de las opiniones políticas y de la vida privada, sino el reconocimiento obligatorio de la equivalencia, aunque pueda parecer extraño, del bien y del mal, que son opuestos en su esencia”.

El responsable del Kremlin se refiere también a Konstantin Leontiev el cual, a imagen de Carl Schmitt en Alemania, defiende la “revolución conservadora”. Crítico con la democracia, el liberalismo, la igualdad y la secularización, Leontiev promueve una Rusia que, volviendo a los valores que le han impulsado, sea y se conserve propiamente rusa. Desarrolla así la idea de un Estado impermeable a cualquier forma de influencia exterior. Vladimir Putin retoma en numerosas ocasiones estas consideraciones, recordando que la doctrina conservadora rusa permite contener al pensamiento occidental. En definitiva, propone una nueva filosofía que no responde forzosamente a los estándares de un nuevo mundo globalizado liberal uniformizado bajo la tutela de una ideología atlantista mortífera, si se escucha a los ayudantes más radicales del jefe del Estado. Como conservador antiliberal, Leontiev afirma que “la libertad, la igualdad, la prosperidad son aceptadas como unos dogmas, considerados racionales y científicos. Pero ¿quién nos dice que eso son verdades?”

También en el campo de la moral es donde Vladimir Putin aumenta la distancia que le separa de sus vecinos europeos. Durante una reunión en el Club de Valdaï el 19 de septiembre de 2013, afirmó que los países “euro–atlánticos rechazan los principios éticos y la identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa o incluso sexual. Llevan una política que pone al mismo nivel una familia numerosa y una pareja del mismo sexo, la fe en Dios y la fe en Satán. Los excesos de lo políticamente correcto conducen a que se considere seriamente autorizar un partido que tenga como objetivo la propaganda de la pedofilia. Las personas, en numerosos países europeos, sienten vergüenza y temen hablar de su pertenencia religiosa”. Queriendo ser el heraldo de una Rusia conservadora y tradicional, el putinismo se manifiesta como una ciudadela asediada o como el último bastión contra la “decadencia” occidental. Frente a los occidentales individualistas, el putinismo refleja aquí la filosofía de Yakunin quien entendía unir lo temporal a lo espiritual con el fin de favorecer la implantación de una política cristiana. Sin buscar construir una forma de sacerdotalismo en el corazón del poder, propone un renacimiento moral y religioso en Rusia. ¿Cesaropapismo por parte de Vladimir Putin, quien utilizaría a la Iglesia con fines políticos? ¿Verdadera alianza del Trono y el Altar con el objetivo de hacer renacer a la Santa Rusia?

El eurasismo: entre retorno de Rusia a la escena internacional y despertar de las ambiciones imperiales

En su obra La Russie et l’Europe (1871), Danilesvski expone que “la lucha contra Occidente es el único medio salvador para la curación de nuestra cultura rusa”. En ese conflicto ideológico que opone al campo atlantista a Rusia, el eurasismo y el paneslavismo son promocionados para construir un espacio de resistencia frente a todas las formas de hegemonía occidental.

Jomiakov, Kireïevski y Danilesvski afirmaban que los eslavos forman un “pueblo único” con sus propios “códigos culturales” y, basándose en ellos, Vladimir Putin defiende el eurasismo, traducción geopolítica de la eslavofilia. Estas dos nociones corresponden al concepto de unificación y reunión de los eslavos, destinados a reagruparse en un espacio económico o político común, por sus semejanzas culturales, religiosas, lingüísticas e históricas. En un discurso de 2013, el jefe del Estado afirmaba que “Rusia, como lo decía de manera tan clara el filósofo Leontiev, se ha desarrollado siempre como una complejidad floreciente, como un Estado–civilización basado en el pueblo ruso, la lengua rusa, la cultura rusa, la Iglesia ortodoxa rusa y las demás religiones tradicionales de Rusia”. La Unión económica eurasiática, creada en 2015 y que se extiende hoy hasta Serbia, es una concreción de todo ello.

Alexander Dugin, cercano al Presidente, retoma esta idea cuando promueve la creación de un continente entre Europa y Asia, un puente entre Occidente y Oriente, como dice Berdiaev: “Rusia está en el centro de Occidente y de Oriente, une a los dos mundos”. Según afirmó el jefe del Estado durante el Consejo para la cultura y el arte el 25 de noviembre de 2003: “Rusia, como país eurasiático, es un ejemplo único donde el diálogo de las culturas y las civilizaciones se ha convertido prácticamente en una tradición en la vida del Estado y de la sociedad”. El putinismo quiere estar, pues, a la cabeza de un nuevo espacio que haga contrapeso a la cultura occidental pero, también y sobre todo, que reúna a los pueblos destinados a vivir en armonía. Una gran parte de la estrategia rusa en Ucrania se basa en esta idea.

La filosofía de Goumiliov contiene también esta doctrina: la geografía crea grupos humanos diferentes unos a otros, los eslavos disponen de una “energía vital” debida a su clima riguroso, temperamento que les confiere una especificidad cultural singular y, por ese hecho, una vía propia de desarrollo. Sobre esta consideración se basa el putinismo, que se mueve en el límite entre liberalismo y autoritarismo (aunque un término excluya forzosamente al otro). El régimen político ruso sería, así, específico y singular y, por tanto, indefinible. Para los defensores del liberalismo, se trata de una forma de gobierno fatalmente nefasta.

Eurasia será, para Moscú, como su “extranjero cercano”, espacio de intereses privilegiados en el cual se combatirá toda intervención extranjera. Por eso Rusia ha temido siempre el desmantelamiento del Estado y la desestabilización de sus fronteras. Es en esa óptica en la que Vladimir Putin se agarra a preservar la integridad de su país y del espacio que lo rodea, asunto que le cuesta comprender a Occidente. La “guerra humanitaria” en Kosovo en 1999, en la cual los rusos se indignaban diciendo “hoy Belgrado, mañana Moscú” ilustra de forma emblemática ese espíritu que se resume en esta frase: la unión de los eslavos frente al atlantismo. Se afirma también esta doctrina geopolítica en el discurso de Munich de 2007, donde Vladimir Putin refuta “la unipolaridad del mundo” y la hegemonía americana. Rusia está en el camino de convertirse en una superpotencia y debe “reunir las tierras rusas”, expresión que retoma la doctrina eurasista.

Conclusión

En definitiva, Vladimir Putin pretende poner en práctica la expresión de Pedro Stolypin, último Primer ministro de Nicolás II, que decía “quieren el gran desbarajuste, nosotros queremos una gran Rusia”. Insondable en muchos aspectos, el putinismo es bastante comprensible e inteligible en algunas de sus concreciones. Afirmando que el “liberalismo es una idea obsoleta”, Vladimir Putin defiende una filosofía propiamente rusa a contracorriente de cualquier forma de postulado específicamente occidental.

Por el patriotismo, la ortodoxia y el eurasismo, Moscú parece determinado a recuperar su calificativo de la Tercera Roma. Siguiendo a Dostoievski, quien se indignaba contra la decadencia moderna en sus obras, el putinismo entiende ser el precursor de una nueva filosofía conservadora. Pero es sobre todo tras Solzhenitsyn y su discurso El declive de la valentía, pronunciado en Harvard en 1978, como Vladimir Putin se ve antitotalitario al rechazar toda forma de ideología que interprete la realidad en función de ideas preconcebidas. En efecto, el putinismo es pragmático, pero sobre todo está determinado a volver a colocar a Rusia en su sustrato histórico y cultural original. Solzhenitsyn viene a resumir aquello a lo que el putinismo se opone: una sociedad occidental donde “la noción de libertad ha sido desviada hacia un descontrol desatado de las pasiones del lado del mal. Los derechos humanos han sido situados en un lugar tan elevado que aplastan los derechos de la sociedad y los destruyen. La ideología reinante que pone por encima de todo la acumulación de bienes materiales y la persecución del confort, lleva a Occidente al ablandamiento del carácter humano, al declive masivo del coraje y de la voluntad de defenderse”.

¿Nos dirigimos hacia una doctrina de estado oficial en Rusia? En cierto sentido y, a la vista de la popularidad del Presidente, el putinismo se ha convertido, de hecho, en la nueva filosofía en Rusia. Pero no hay realmente un consenso civil forzado, aunque algunos medios critiquen la política rusa que estaría basada en la propaganda y la represión que son, por otro lado, los portadores del totalitarismo que Vladimir Putin rechaza de forma indiscutible. Al inscribir su acción en el largo plazo y al verse como representante de una forma de misión divina, el putinismo se quedará como la marca de su depositario actual pero será la doctrina que participe en el regreso de la nueva Rusia, situándola en un sustrato filosófico tradicional y claramente dirigida hacia el bien común.

© Conflits

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar