Conocer para comprender: análisis de estrategias

La estrategia del terror: el IRA de Michael Collins

Mal podremos hacer frente al terrorismo si no entendemos cuál es su manera de pensar, su estrategia, las líneas que guían su acción. A este respecto es de gran interés revisar algunos grandes episodios como, por ejemplo, la ofensiva de Michael Collins en Irlanda entre 1919 y 1922. Su objetivo: golpear hasta provocar una respuesta brutal de los ingleses; una estrategia de terror y contraterror. A Collins le salió bien en Irlanda, pero esa misma estrategia fracasó en el Ulster. También le falló a ETA en el pasado, y le volverá a fallar. Conocer para comprender.

Compartir en:

NICOLÁS PERRENOT 

A los irlandeses, cuando evocan sus años trágicos de la independencia, les gusta recordar las columnas volantes de Tom Barry, el sacrificio en 1981 de Bobby Sands y de otras huelgas de hambre de los presos protestantes del Ulster. Por el contrario, prefieren olvidar otros episodios como la cruel guerra civil que ensangrentó el país de junio de 1923 a mayo de 1924 y que dividió a los nacionalistas entre los partidarios del tratado con el Reino Unido y aquellos otros que no querían aceptar la partición de la isla y el status de dominio británico.  

En esta memoria selectiva hay otra historia que ha permanecido en el olvido: la del “Squad”, el grupo de terroristas organizado por Michael Collins en Dublín entre 1919 y 1922. Por suerte, en los años cincuenta quienes sobrevivieron a la aventura aceptaron contar sus recuerdos al servicio histórico del ejército irlandés, a condición de que sus testimonios no se hicieran públicos hasta su muerte. Gracias a estos informes, por fin consultables, el periodista T. Ryle Dwyer ha escrito un libro con los testimonios de los asesinos del IRA. Una página alucinante de la historia irlandesa que es también un manual de uso del terror en política.

El nacionalismo a las puertas del poder

En 1919 el nacionalismo irlandés pasaba por un mal momento. El fracaso de la insurrección de Pascua de 1916 y la llegada victoriosa del ejército inglés de las trincheras de la Primera Guerra Mundial condenaron a la verde Erin a un doloroso statu quo. Sin embargo, las elecciones de 1918 fueron todo un éxito para los nacionalistas, que obtuvieron 73 de los 105 escaños de la isla, se reunieron en una asamblea irlandesa y designaron al gobierno. La situación era inédita: los escaños de los diputados irlandeses en la cámara británica de los comunes permanecieron vacíos, mientras que ellos se reunían en Dublín, formando la Dail Eireann, la asamblea que formó gobierno, el Aireacht, no reconocido por ningún país.

Muy ocupado con las negociaciones diplomáticas previas al Tratado de Versalles, el gobierno británico desoyó las reclamaciones nacionalistas. En cuanto a los irlandeses de a pie, preocupados por la situación de posguerra, no prestaron demasiada atención a aquellos diputados encerrados en su parlamento virtual. Michael Collins, oficialmente “ministro de Economía” del gobierno no reconocido de Irlanda, pero, sobre todo, patrón de los servicios secretos del IRA, se dio cuenta de que, para evitar un retroceso, era necesario empujar a los ingleses a ejecutar acciones violentas contra la población irlandesa, para golpear a la opinión pública y hacer que la independencia fuera irreversible a ojos del Gobierno inglés. 

¿Cómo empujar a los ocupantes al error?

Además del ejército, el poder inglés se apoyaba principalmente en dos cuerpos de policía. La Royal Irish Constabulary (RIC) estaba presente hasta en los pueblos más pequeños; sus agentes, todos irlandeses, procuraban valiosas informaciones sobre la población a una jerarquía mayoritariamente partidaria del proyecto unionista. El segundo cuerpo policial, con sede en Dublín, era la Metropolitan Police (DMP), de modelo londinense y cuya división G, compuesta por policías vestidos de paisano, se dedicaba a la persecución de los nacionalistas.

Michael Collins comenzó por organizar un servicio de información y de contraespionaje que reforzó rápidamente con especialistas en contrabando de armas y evasiones. Con el sobrenombre de Big Fellow, Collins reclutó a hombres de origen diverso, desde adolescentes nacidos en ambiente rural hasta dandis de guante y clavel a los que los soldados ingleses no se atrevían a pedir la documentación.

Financió sus actividades al mismo tiempo que las del Gobierno irlandés gracias a un empréstito público; tuvo tal éxito que hasta emisarios bolcheviques rusos acudieron a Dublin para pedir una limosna (lo hicieron con la garantía de las joyas de la familia imperial rusa). Collins instaló sus oficinas -a través de las cuales le llegaban las ayudas- al abrigo de respetables instituciones financieras, pequeñas industrias o en bufetes de abogados. Lejos de las miradas, los voluntarios buscaban en la prensa el nombre de los oficiales ingleses y de los policías que participaban en las actividades públicas. Otros leían línea a línea el Quién es quién para descubrir la red de relaciones de sus potenciales objetivos.  

Michael Collins reclutaba bellas mecanógrafas de la administración inglesa de Dublín (un procedimiento que usará medio siglo después el temible patrón de la Stasi germano-oriental, Markus Wolf). Éstas hacían copias suplementarias de los informes que mecanografiaban, y se los pasaban a sus contactos. Collins conocía así la situación en Irlanda antes que el gobierno de Londres. Y lo que es más, un puñado de policías en el corazón mismo del dispositivo que los combatía ofrecieron sus servicios al IRA.

Atacar los pequeños puestos aislados de la RIC para que el poder inglés evacuara grandes zonas del país o el boicot social fueron dos iniciativas que hicieron la vida imposible a quienes representaban a los ocupantes. Nadie hablaba a la mujer del juez, a la hija del aduanero o al empleado del catastro. El carnicero se negaba a venderles la carne del domingo, el cartero ya no les entregaría el Irish Times y en Misa nadie quería sentarse a su lado. Ello obligó a los ingleses a marcharse a las grandes ciudades. 

Michel Collins sabía que esta estrategia no funcionaría en Dublín, por lo que creó el Squad, un equipo de hombres decididos que se comprometían a aceptar cualquier misión, fuera la que fuera, sobre todo asesinatos a sangre fría. Como en un juego de billar, Collins tenía dos metas: eliminar a los policías más eficaces, sobre todo los de origen irlandés, privando así al gobierno británico de sus ojos y sus oídos en la metrópoli, e incitar a los ingleses a reaccionar violentamente, a ciegas, tanto en Dublín como en las provincias. Que los ingleses, hartos, cometieran atrocidades, era un punto clave para ganar la batalla de la opinión pública, tanto en Irlanda como en el extranjero.

Collins implantó una serie de reglas para que todo estuviera bien sujeto. Ningún miembro del IRA tenía derecho a designar sus propios objetivos. Toda acción debía estar sancionada previamente por un responsable político y el tirador no abriría fuego a no ser que el objetivo estuviera perfectamente identificado. En una época donde la fotografía no era de uso común, ello entrañaba unas complicaciones logísticas importantes. El tirador debía estar acompañado por un observador que conociera a la víctima, para que no hubiera ningún tipo de error.

El motivo de estas precauciones no era simplemente evitar ajustes de cuentas personales, sino procurar que no se les echara encima el conjunto de la policía. Se trataba de hacer comprender a los funcionarios que solamente eran objetivos aquellos que luchaban más ferozmente contra el Sin Féin y el IRA. Esta política aseguraba una relativa impunidad a Collins, quien iba y volvía de Dublín sin que los guardianes de la paz en uniforme hicieran amago de reconocerle. Uno de los sabuesos más importantes de la policía dublinesa, el inspector XX, especializado en asuntos criminales, cada vez que veía a Collins le saludaba con un respetuoso “Buenos Días, Mr. Collins”. Jamás revelaría estos encuentros a sus superiores.  

Al contrario que los policías ordinarios, los inspectores encargados de cazar a los nacionalistas irlandeses en general y a Collins en particular conocían bien el funcionamiento del IRA y su organigrama secreto gracias a la abundante documentación que recuperaron. Por el contrario, ignoraban la apariencia física de los jefes nacionalistas. Así, el 12 de septiembre de 1919, cuando Michael Collins se puso a discutir con algunos inspectores de origen irlandés con motivo de un registro en la sede del Sin Fein, acusándoles de colaborar con el enemigo, no le reconocieron y dejaron marchar a “aquel joven secretario exaltado”.

Collins llevó su osadía hasta el punto de penetrar en los archivos de la policía para comprender mejor el funcionamiento de la información inglesa. Le gustó especialmente leer su propio dossier; abandonó el lugar llevando consigo la lista de informaciones transmitidas a la policía durante la insurrección de Pascua de 1916. Sin sorpresa halló el nombre de muchos dublineses que después se reconvirtieron en el nacionalismo más puro. 

El primer asesinato

En junio de 1919 le autorizaron por fin para matar al primer policía. Hombres armados con pistolas del calibre 38 dispararon cuatro balas sobre el inspector Patrick Smyth en la puerta de su casa, ante los ojos de su hijo pequeño. Sobrevivió durante cinco semanas, antes de morir por sus heridas. El gobierno inglés aprovechó la emoción suscitada por este asesinato para ilegalizar el Sin Féin, lo cual, paradójicamente, liberó a Collins de cualquier control político. 

A lo largo de las semanas los asesinatos se multiplicaron. Los asesinos abandonaron el calibre 38 y comenzaron a utilizar el Colt 1911A1 de calibre 45, el que utilizaba el ejército americano, y que era mucho más potente. En diciembre de 1919 mataron en un tranvía a un consejero del Mariscal French, “lord gobernador” de Irlanda. Algunos días más tarde, cae en una emboscada el convoy del propio mariscal, aunque logró salir ileso.

Cuando termina 1919 el balance es tremendo para los ingleses: 221 muertos y 353 heridos en el conjunto de Irlanda. La policía se desmoraliza lentamente. Para reforzar a las fuerzas del orden, el gobierno autorizó que se unieran a ellos antiguos combatientes de la Gran Guerra e hizo venir a los policías del Ulster a Dublín para instaurar el orden. Pero el 21 de enero, uno de estos recién llegados, el inspector Redmond, nuevo jefe de la sección G, muere asesinado. Su muerte provocó una vuelta precipitada en Belfast de los policías leales y la sección G deja de estar operativa a partir de ese momento. Este éxito animó a Michael y los miembros del Squad dejaron sus actividades profesionales para consagrarse enteramente a la lucha armada. 

Con la llegada de los “Black and Tans” al suelo irlandés, los ingleses inauguran en 1920 la política de contra-terror que tanto esperaba Collins. Las autoridades tenían la vana esperanza de que ésta desanimara a los irlandeses y que dejaran de apoyar al IRA y el Sin Féin. No solamente los civiles fueron atacados sin discriminación, sino que las casas de simpatizantes de la causa nacionalista fueron incendiadas y los equipos de asesinos del gobierno inglés liquidaron a los jefes nacionalistas utilizando los mismos métodos que el Squad.

En Londres el mariscal Wilson, jefe del Estado-Mayor imperial, creyó que no habían sido suficientemente duros. Entonces propuso que se colgaran en las puertas de las iglesias listas de rehenes entre los que se elegirían cinco nombres al azar para fusilarlos cada vez que un militar o un policía fueran asesinados por el IRA. El ministro del Interior, Winston Churchill, propuso la adopción de los métodos bolcheviques: jueces itinerantes con autoridad para condenar a muerte a los prisioneros, que serían ejecutados en las ocho horas siguientes a la condena.

En Irlanda, sus subordinados comprenden que tienen carta blanca. El nuevo jefe de policía de la provincia de Munster, Gerald Brice Fergusson, dijo en junio de 1921 a un grupo de policías de uniforme del RIC que podían disparar a cualquier individuo sospechoso. “De cuando en cuando podéis cometer errores, pero ningún policía será perseguido por ellos”. Fergusson fue asesinado por el IRA el 17 de julio siguiente. Llegaron también a Dublín ingleses que comenzaron a trabajar en el más estricto secreto, cortando los circuitos de funcionarios ingleses que pasaban la información a Collins. Entonces los irlandeses descubrieron que estos agentes se reunían después de sus horas de servicio en el café Cairo y enviaron a algunos voluntarios a esta cafetería con el fin de confraternizar con ellos. El objetivo era identificarles y conocer sus domicilios.  

Domingo sangriento

El domingo 21 de noviembre de 1920 –el “Domingo Sangriento”-, Michael Collins movilizó a todos sus hombres para que eliminaran a una cincuentena de miembros del Cairo Gang, como ellos les llamaban, mientras dormían. El IRA tuvo que utilizar a muchos voluntarios sin experiencia ni madurez. De hecho, un joven pistolero, en el pasillo de una de las casas, vio a alguien moverse y disparó. ¡Era su propio reflejo! Ello alertó a su objetivo, que pudo escaparse por la ventana. Por la mañana habían muerto catorce ingleses y algunos agentes aterrorizados se habían refugiado con sus armas en el antiguo Castillo de Dublín. Pero Collins no estaba contento. De una cincuentena de incursiones, la mayoría habían fracasado, y algunos de sus preciados voluntarios habían caído en manos de los ingleses.

Las escenas descritas por los supervivientes en la comisión de historia militar son especialmente duras. Los objetivos del Squad fueron sorprendidos en la mayoría de los casos en la cama, con sus esposas y con sus hijos en las habitaciones contiguas. Fue una prueba psicológica muy dolorosa para los voluntarios.

En la mañana de ese Bloody Sunday, sin haber identificado a los responsables, los británicos se vengaron de estos ataques nocturnos disparando sobre los asistentes a un partido de fútbol gaélico. Mataron a quince espectadores, dos de ellos niños, e hirieron a otras sesenta personas.  

Las duras pérdidas de noviembre de 1921 llevaron a los británicos a reorganizarse. En Dublín separan definitivamente a los irlandeses de la lucha contra el IRA y se nutren exclusivamente de lealistas, en su mayoría protestantes y franc-masones. Esta precaución hizo que los trabajos de aproximación de los voluntarios del IRA fueran extremadamente difíciles. Para circular con mayor libertad por las calles de la gran ciudad, los ingleses encadenaban a rehenes irlandeses a sus vehículos, lo que frustraba las emboscadas del IRA. En el resto del país, los auxiliares multiplicaron sus exacciones y dejaron tras de ellos ciudades y pueblos en llamas y un gran número de cadáveres.

Estas tácticas británicas obtenían algunos resultados sobre el terreno, pero pagaban un alto precio en el seno de la opinión pública, tanto en Inglaterra como en el resto del mundo. Los reportajes publicados por la prensa suscitaron una gran conmoción y el gobierno del primer ministro Lloyd George se encontraba con una oposición creciente. Entonces, y para evitar dar argumentos a sus adversarios, Collins hizo que se abandonaran todos los proyectos de atentados contra los ministros ingleses en Londres. 

Para acelerar el curso de los acontecimientos, los responsables políticos irlandeses pidieron al IRA un gran golpe en Dublín. Collins, en contra de lo que pensaba que debía hacerse, organizó el 25 de mayo de 1921 la toma y el incendio de la Custom House, un edificio emblemático en el corazón de Dublín, que se ocupaba de la administración de las finanzas por toda la isla. Si el IRA pagaba con 5 muertos y 80 prisioneros, conseguía, sin embargo, un gran éxito de propaganda. El mundo entero se interesó entonces por Irlanda y el primer ministro Lloyd George, con el pretexto del ataque, se alejó de los partidarios de la represión y contactó con Éamon de Valera para, finalmente, acordar un alto-el-fuego, que se hizo efectivo el 11 de julio de 1921. 

Justo a tiempo: Collins había informado en junio al gobierno irlandés de que el IRA estaba falto de armas y municiones. Sus efectivos, diezmados por los ingleses, se limitaban a tres mil hombres. Más de cinco mil voluntarios habían sido detenidos y 500 habían muerto. Los protagonistas de esta guerra subterránea no salieron indemnes de aquella orgía de muerte: muchos rechazaron someterse a la decisión del parlamento de aceptar los términos del tratado de paz anglo-irlandés. Estos maximalistas lo pagaron con su vida en la cruel guerra civil que ensangrentó Irlanda desde el 28 de junio de 1922 a mayo de 1923.

Todo ello debe hacernos reflexionar sobre el uso del terror en la política. Michael Collins utilizó esta técnica en circunstancias excepcionales que maximizaron las ventajas: una población unida contra el ocupante a los que ayudaban colaboradores en secreto. Cuando Collins no se benefició de estas condiciones, como ocurría en el Ulster, el esquema no funcionó.


Por qué a ETA no le funciona el "esquema Collins".

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar