¡Milagro! Úrsula von der Leyen, la presidente de la Comisión Europea, se ha percatado de que Erdogan es musulmán. Y no solo eso, sino que es también la cabeza visible de un proyecto de expansión de la religión de Mahoma en todo los países de la UE. Y que usa su poder en todo momento para conseguir este objetivo específico. Un poder simbólico, lo cual constituye, según algunos, la más alta forma de poder. La fotografía de la presidente de la Comisión Europea sentada en un sofá aparte, a menos altura y bien distanciada de los hombres, permanecerá en los anales de la historia. Esto no es que aporte nada nuevo sobre Erdogan: todos sabemos quién es y cuáles son sus intenciones. La condena de su gesto como agravio diplomático, político y cultural es más que obvio. Tan obvio que deberíamos preguntarle a la Sra. Úrsula: pero ¿usted era la única en todo el mundo que no conocía al Sultán? Que éste reaccionase así era de esperar. Así pues, esa foto, permanecerá en nuestras retinas y quedará para la historia como prueba de la holgazanería y pasotismo de la UE y la hipocresía de su “Estado guía”, como no Alemania, principal patrocinador del Sultán. Von der Leyen estaba en esa reunión no para tomarse un té con pastas, sino para discutir cuestiones sobre la enésima concesión al jefe del Estado turco. Desde hace muchos años la Unión Europea le concede a Erdogan cuantiosos fondos (que al fin y al cabo son nuestro dinero, el de los europeos, el de nuestros impuestos) para que, con unos métodos poco ortodoxos, pare la invasión de inmigrantes en Europa. En lugar de adoptar una política comunitaria seria que defienda las fronteras de la UE, lo cual debería, en mi opinión, llevar aparejado un bloqueo naval, Bruselas encomienda el trabajo sucio al jefe del Estado turco, y a cambio lo riega con generosas aportaciones económicas. Así se otorga al Sultán un inmenso poder de extorsión y chantaje: de hecho, cada cierto tiempo Erdogan amenaza con hacer saltar por los aires el pacto, con la certeza de tener la sartén por el mango. Sin ese “muro turco”, el flujo de inmigrantes sería tan devastador que haría que 2015 pareciera un año de bonanza. Y a cambio de esto, la UE mira hacia otro lado en cuestiones como violaciones de derechos humanos, tema sobre el que es estrictamente severa con ciertos países miembros de la UE como Hungría o Polonia, que nada tienen que ver con los métodos de Turquía. La UE ignora y hace como si nada ante los métodos utilizados por Erdogan para frenar la inmigración, mientras sostiene políticamente a las ONGs que transportan a ilegales hasta nuestras costas. Y hace como que no se entera de ese proyecto expansionista del Sultán. Y éste no solo se limita a aceptar nuestro dinero: no tolera que nadie se oponga a la construcción de mezquitas en ciudades europeas (y ahí tenemos, por ejemplo, la gran mezquita de Estrasburgo). Resulta ciertamente hipócrita y falsa la indignación ante los últimos actos. Tras las pertinentes protestas, los “negocios” con Erdogan comenzarán de nuevo. Y así, el Sultán habrá ganado de nuevo la partida, la “simbólica”.
© Il Giornale
Traducción: Cecilia Herrero Camilleri
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