Mientras que toda Europa lleva un año sumida en el caos de la (mala) gestión de la pandemia, entre vacunas, aperturas y cierres de fronteras y de actividades, un enemigo insidioso ha conquistado numerosas posiciones, ante la pasividad de casi todos: el islamismo. En Francia se encuentra la mayor avanzadilla de este enemigo, y es la nación más cercana a sucumbir ante él. Hace unos pocos meses, cuando fue degollado el profesor de secundaria Samuel Paty, tuvimos de nuevo constancia (por enésima vez) de esta realidad. Sin embargo, e incomprensiblemente, en las universidades francesas avanza sin tregua el islamo-izquierdismo y cada día se acusa de islamofobia a algunos de sus profesores; son incluso señalados por los propios colegas y también por los estudiantes, quedando así expuestos al filo del cuchillo de algún fanático. Y a todo esto, según el presidente de la
En la región francesa de Auvernia hasta cinco alcaldes han sido amenazados recientemente con ser decapitados
región de Auvernia, en los últimos días hasta cinco alcaldes han sido amenazados con ser decapitados.
El islamismo está conquistando las élites intelectuales y políticas, como en Sumisión, la novela de política-ficción de Michel Houellebecq: el alcalde de Estrasburgo, sede del Parlamento Europeo, está dispuesto a construir la mayor mezquita del viejo continente, con fondos procedentes de Erdogan. Las protestas de gaullistas y lepenistas ponen de manifiesto que no la aceptan, como tampoco aceptan el Gobierno de Macron, que aunque ha tomado en los últimos meses decisiones importantes contra la “radicalización”, parece que esas medidas han sido como cerrar las puertas del establo cuando ya todo el ganado se ha escapado.
La situación de Francia no dista mucho de la del Reino Unido, donde la expulsión de un profesor, sólo porque había “osado” mostrar unas caricaturas sobre Mahoma a sus alumnos, demuestra que se puede despreciar el cristianismo (es más, resulta “chic” hacerlo), pero que el islam es intocable. Cabe destacar que, por ahora, sólo una minoría de islamistas es violenta, pero es indudable que, frente a la autocastración identitaria de las élites occidentales, las civilizaciones fuertes y seguras de sí mismas, como la islámica y la china, están destinadas a devorarnos. Pero ¿qué tiene que ver con ello la actual pandemia? Tiene que ver, y mucho. En primer lugar, porque ha desviado la atención general sobre un fenómeno que no había hecho más que empezar con las grandes masacres de años anteriores; en segundo lugar, porque ha centrado el trabajo de las fuerzas del orden en labores meramente burocráticas, mientras que dichas fuerzas habrían podido aprovechar el tiempo y los recursos en inspeccionar los suburbios, que ya son “tierra de nadie”, lugares fuera de la ley, o incluso adentrarse en los barrios gueto ingleses transformados en pequeñas repúblicas islámicas. Y en último lugar, porque los confinamientos han empobrecido a los que ya eran pobres: y como bien es sabido, el terrorismo islamista no lo organizan los desheredados, sino que se sirve de ellos, los usa. Éstos son los hijos de inmigrantes de segunda o tercera generación, desarraigados de todo, aunque no del Islam, usados como mano de obra para la ejecución de sus acciones. ¿Apuestan algo a que, una vez erradicado el virus, nos toparemos de frente con otro virus infinitamente más peligroso?
© Il Giornale
Traducción: Cecilia Herrero Camilleri
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