Primero, me he restregado los ojos. Luego me he pellizcado (demasiado fuerte: me he hecho un poco de daño). Acto seguido he comentado el asunto con varios colaboradores del Manifiesto, quienes me han confirmado que sí, que lo había leído bien y que no había ni pizca de ironía en dos —dos…, si solamente hubiera sido uno— de los comentarios que ha suscitado mi artículo de ayer sobre la represión en Gran Bretaña de los “niños racistas”. (Los dos comentarios proceden, por lo demás —resulta chusco, aunque intrascendente—, de la América Romana, como diría Juan Pablo Vitali,[1] al igual por cierto que el comentario de Fernando Fernández Garganta, tan agudo y sutil como siempre.)
Resulta que estos dos comentaristas han tomado al pie de la letra mi artículo, en el que, recurriendo al
sarcasmo, se combaten y ridiculizan varias cosas: el “antirracismo” (“este nuevo totalitarismo”, como dice Alain Finkielkraut), el “etnomasoquismo europeo” (la afortunada expresión es de Guillaume Faye), la represión ejercida por el pensamiento (¿?) de lo políticamente correcto (esa represión que, como señala Fernando F. Garganta es consubstancial a cualquier dictadura) y, colmo de los colmos, el que todo ello, incluida la delación y el chivatazo, sea ejercido en contra de… 34.000 niños denunciados en un año en Gran Bretaña.
¡Y vienen luego estas dos bellas almas a discrepar diciendo que la culpa no es de los niños, sino de los padres! Observación que es infinitamente más grave que el hecho de no haber entendido ni media palabra del artículo, pues significa que para ellos sí hay culpa (así corresponda a los padres), sí hay racismo, sí es punible que una niña, por ejemplo, quiera cambiar de clase porque en la suya sólo se habla una lengua africana… (Consideraciones de estos dos lectores a las que, redundando en su mismo espíritu, un tercero se ha sumado luego.)
Las cortas entendederas de tales lectores no merecerían, desde luego, comentario alguno, si no fuera por lo altamente significativo que es el hecho: unas personas —y hay obviamente muchas más— que, por lo que parece, están en su sano juicio, que son capaces, además, de leer un periódico como El Manifiesto y de pergeñar en él un comentario, pues bien, semejantes personas consideran que hay que expulsar del colegio (o si la expulsión es exagerada: castigar o, en términos buenistas, "corregir") a un niño que le pregunta a otro: “¿Eres moreno porque vienes de África?”
¡Apaga y vámonos!
Pero ¿por qué “apagar”?… ¿No será que los problemas de nuestro mundo vienen, entre otras cosas, de esta loca pretensión de intentar darle a todo el mundo la palabra?
[1]Alusión al artículo que se publicará mañana.