En el 450.º aniversario de la gesta de Lepanto

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7 de octubre de 1571: una de estas fechas que marcan la historia. Y la marca, en este caso, para bien. En tal día como hoy, la armada del Imperio otomano caía derrotada en el golfo de Patras, frente a las costas griegas (Grecia..., de nuevo Grecia, siempre Grecia). Lo hacía frente a los navíos de la coalición de naciones empeñadas en defender el destino de Europa, entonces más comúnmente conocida como la Cristiandad, en el curso de lo que un célebre soldado que ahí quedó manco calificó como

“La más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”

“la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.

Para conmemorar semejante aniversario (ignorado, como no podía ser menos, por nuestras autoridades), nos complace reproducir el siguiente fragmento del artículo “Álvaro de  Bazán, azote de corsarios”, escrito por Javier Martínez-Pinna, autor de Eso no estaba en mi libro de historia de la piratería (Editorial Almuzara).


A finales de los años 60 del siglo XVI, la situación en el Mediterráneo hizo que el choque entre la Cristiandad y el Imperio otomano resultara inevitable. Efectivamente, la presencia turca en el norte de África amenazaba con un posible desembarco en el sur de la península ibérica con el apoyo de los moriscos hispanos que habían ofrecido su ayuda a los piratas berberiscos durante sus incursiones depredatorias en las costas españolas. Además, la conquista de Chipre por las tropas de Selim II suponía una gran amenaza para Venecia que, por lo tanto, terminó decantándose por la intervención directa. Así, en mayo de 1571 se firmaron las capitulaciones de la Santa Liga entre el Imperio español, el Papado, la República de Venecia, el Gran Ducado de Toscana, la República de Génova y Saboya. La flota reunida por la Santa Liga, estaba compuesta por doscientas siete galeras, seis galeazas y setenta y seis buques ligeros, a cuyo frente estaban tres comandantes: por el Papado, Marco Antonio Colonna, por Venecia, Sebastián Veniero y por España, don Juan de Austria, quien ostentó el mando supremo.

La flota cristiana llegó a Corfú el 16 de septiembre de 1571 y el 27 de ese mismo mes fue informada sobre la presencia de la escuadra turca en Lepanto por lo que, tras hacer aguada en Cefalonia, se puso nuevamente en movimiento. Por fin, ambas flotas se encontraron el 7 de octubre, siendo la turca sensiblemente superior en barcos y más equilibrada en fuerzas embarcadas. Las disensiones entre los comandantes cristianos no se hicieron esperar ya que algunos, debido a la superioridad turca, optaron por esperar acontecimientos en un puerto resguardado; pero frente a esta postura más prudente, don Juan de Austria terminó aceptando el consejo ofrecido por don Álvaro de Bazán de presentar combate inmediato.

Cuando ambos comandantes, el cristiano y el turco, entendieron que ya no existía la posibilidad de dar marcha atrás ordenaron a sus oficiales tomar posiciones. Ambas escuadras adoptaron una formación similar, con alas, centro y reserva. Por el lado cristiano, los venecianos, con Agostino Barbarigo, ocuparon el cuerno izquierdo; los españoles, con don Juan de Austria, asumieron el centro; Andrea Doria ocupó el cuerno derecho; y la reserva quedó al mando de don Álvaro de Bazán. La batalla comenzó con la orden de Alí Pasha, generalísimo turco, de atacar el ala izquierda cristiana a cuyo frente estaba, como sabemos, Barbarigo. Los barcos otomanos de Mehmed Siroco intentaron envolver a los del noble veneciano, quien no rehuyó la lucha y agrupó a todos sus barcos para soportar la acometida turca. Sin embargo, en su empeño de frenar el avance de Siroco, dejó un canal libre entre el ala izquierda cristiana y el centro que permitió a la flota otomana avanzar con la intención de romper las líneas enemigas. Afortunadamente, Bazán, que contaba con treinta galeras de reserva y una agrupación de barcos menores, fue consciente del peligro y mandó parte de sus barcos para frenar la acometida turca, logrando salvar esta situación tan comprometida.

Mientras todo esto ocurría, el ala izquierda turca tomó la iniciativa y cargó contra la formación de Andrea Doria, que optó por no enfrentarse a su adversario sino extender la línea, navegando en paralelo, para dar tiempo a que la batalla se decidiese en el centro, donde los barcos de don Juan de Austria ya se batían, a cara de perro, contra las naves turcas. Llegamos, de esta manera, a uno de los momentos decisivos de la contienda porque Doria quedó algo retrasado con respecto a la formación cristiana, circunstancia que aprovechó Uluj Alí, comandante del ala izquierda turca (la única en volver a Constantinopla tras la batalla) para sobrepasar la retaguardia del genovés y cargar contra el centro cristiano. Nuevamente, la actuación de Álvaro de Bazán resultó decisiva, ya que de forma inmediata mandó diez galeras en apoyo de los barcos de la Orden de Malta que estaban a punto de ser sobrepasados, con el peligro de dejar el centro cristiano en una posición muy comprometida. Los barcos de reserva llegaron en el momento oportuno y tras un intenso choque obligaron a los turcos a retroceder.

En el centro, La Real, buque insignia de don Juan de Austria, se abalanzó sobre La Sultana, nave capitana turca de Alí Pasha. Cuando ambos barcos se enzarzaron en un duro combate, el grueso de ambas formaciones se lanzó al ataque para imponer su superioridad y hacerse con la victoria en este enfrentamiento en el que se iba a decidir el destino de las principales potencias mediterráneas. Decenas de galeras turcas se unieron a la refriega, por lo que Marco Antonio Colonna avanzó con sus barcos y se situó a la retaguardia de La Sultana, aislándola de socorro. Al mismo tiempo, Álvaro de Bazán cargó con su propia galera a la cabeza y con el resto de los barcos de la reserva, llevándose por delante la galera verde del capitán Mami, guarnecida por los temidos jenízaros de élite. Como resultado de este esfuerzo, el centro otomano no pudo sostenerse mucho tiempo, sobre todo después de la derrota y muerte de Alí Pasha, de manera que los pocos barcos otomanos que aún se mantenían a flote emprendieron la retirada. Queda claro que la participación y el buen hacer de Álvaro de Bazán fueron decisivos a la hora de conseguir esta importante victoria cristiana sobre la todopoderosa escuadra turca. En este sentido, su actuación en los tres momentos críticos de la batalla impidió a la escuadra de Alí Pasha imponer su dominio en los distintos escenarios donde se produjeron los choques más importantes.

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