La cuestión del futuro del cristianismo y de la civilización judeocristiana lleva rondando desde hace al menos dos siglos. Hegel, Nietzsche y Heine, por nombrar sólo algunos, predijeron la "muerte de Dios". Kant deseaba una religión que fuera sólo "moral". El laicista Michelet profetizó el declive del cristianismo. Durkheim, Renan y muchos otros, ateos o agnósticos, proclamaron la inevitabilidad de la descristianización. Comte defendió un positivismo religioso. Marx afirmó que la religión es el opio del pueblo. Donoso Cortés o Christopher Dawson, por su parte, afirmaron que una sociedad que ha perdido su religión, tarde o temprano pierde su cultura. Péguy observó que hemos pasado de la era cristiana a la era moderna. Más recientemente, el teórico de la Nueva Derecha, Alain de Benoist, celebró el regreso del paganismo; Marcel Gauchet predijo el fin de la organización religiosa del mundo y Michel Onfray predijo el fin de la civilización judeocristiana. Los ejemplos podrían multiplicarse. Por su parte, usted ha publicado este año 2021 un ensayo con un título evocador y rotundo, La fin de la Chrétienté [El fin de la Cristiandad], con la editorial Cerf, una antigua casa parisina fundada por los dominicos hace casi un siglo. Como filósofa católica y liberal-conservadora, ha reavivado y alimentado el debate de forma notable. Usted explica que el cristianismo ha llegado al final de su agonía. Y precisa inmediatamente que se refiere al cristianismo como civilización y no al cristianismo como religión. ¿Por qué un diagnóstico tan pesimista a principios del siglo XXI?
En primer lugar, y para confirmar lo que usted dice, sí, se trata efectivamente del cristianismo como civilización influenciada y gobernada por la moral y las leyes del cristianismo, y no del cristianismo como religión. Creo que el cristianismo no se está desvaneciendo ni muriendo, sino que es su control de las sociedades, su civilización, lo que se está derrumbando. No creo que mi diagnóstico sea pesimista. Mi mirada es fría. Empiezo por observar la increíble transformación de las costumbres. Las costumbres revelan las creencias y les dan forma concreta. Desde el momento en que los dogmas cristianos ya no deciden sobre la moral (divorcio, aborto, etc.), desde el momento en que quienes deciden son los comités de ética multicolores, el cristianismo ha desaparecido.
La Iglesia católica cuestiona constantemente el universo cultural cristiano, mostrando implícitamente que se avergüenza del cristianismo. Son inequívocas las declaraciones al respecto del papa Francisco, quien parece incluso querer representar una moral humanitaria postcristiana, casi sin trascendencia, en la que el Más Allá y la salvación eterna ocupan un lugar residual. ¿Cómo y por qué la Iglesia como institución y, en general, todo el pensamiento cristiano ha renunciado al cristianismo?
Está haciendo usted dos preguntas muy distintas.
En primer lugar: no creo que el papa Francisco haya renunciado a la trascendencia, pero sí está influenciado por los tiempos, lo que no es raro históricamente para los jesuitas, que siempre están bajo la seducción de las modas y las atmósferas. Fueron ellos los que en la China del siglo XVII rozaron la heterodoxia por ósmosis con las sabidurías chinas, fueron ellos los que a mediados del siglo XX recorrieron "un largo camino con el comunismo", etc. Francisco está fascinado por la religión ecológica y por el humanitarismo postcristiano.
La segunda cuestión: pero la Iglesia como institución y el pensamiento cristiano han renunciado al cristianismo porque no hay otro camino, porque ninguna sociedad occidental acepta vivir bajo la moral y las leyes del cristianismo. En los pocos países que siguen siendo cristianos de nombre, como Polonia, la Iglesia es tan radical y rígida que está perdiendo sus últimos partidarios. Puedo verlo ante mis ojos, en directo.
En el análisis y la descripción de la evolución de la Iglesia católica, hay dos corrientes principales. Para algunos, desde el siglo XIV o la Revolución de 1789, o incluso el Syllabus de Pío IX (1864) o el Vaticano II (1965), la Iglesia católica sólo se ha adaptado; ha intentado actuar más o menos de acuerdo con los tiempos, y esta actitud la conduce inexorablemente hacia el abismo. Para otros, por el contrario, la Iglesia católica siempre ha luchado contra la modernidad; se ha congelado en el poder con el clericalismo y nunca se ha abierto decididamente a la realidad del mundo. Para este último, el Dios cristiano puede renacer en Europa a través de la mística individual, o de forma comunitaria, pero sólo si la Iglesia católica acepta reformarse y evolucionar, especialmente en materia de sexualidad. En su opinión, ¿está la Iglesia actual en proceso de desmundanización o, bajo la apariencia de desmundanización, está en proceso de volverse más mundana?
Podemos, en efecto, observar estos dos movimientos, que están en contradicción entre sí y que han dado lugar a disputas a veces graves entre los cristianos durante los dos últimos siglos. Creo que existe una contradicción real y sustancial entre la modernidad y el catolicismo. Este último no puede aceptar la libertad de conciencia, ni el individualismo. Es holístico por su propia naturaleza. Los últimos acontecimientos en los casos de pederastia describen trágicamente la obligación de la Iglesia de obedecer a una época que le repugna: anteponer el individuo a la institución, es decir, volverse más o menos individualista.
El marxismo fue una respuesta dada en el siglo XIX al hundimiento del cristianismo
Sólo el protestantismo está en sintonía con la modernidad. Hoy en día, las tendencias dentro de la Iglesia católica son plurales. Algunos son tan mundanos que son protestantes. Otros defienden a ultranza el viejo mundo (el otro día di una charla a un sacerdote que ve la única solución en la vuelta al Syllabus). Pero una cosa es cierta: la mayoría de los clérigos están intranquilos, preocupados, atormentados, y no tienen ni idea de hacia dónde van.
Resulta sorprendente la casi coincidencia de las fechas entre la extinción del modelo marxista y el fin del cristianismo. ¿Es sólo de algo fortuito o accidental?
El marxismo fue una respuesta dada en el siglo XIX al hundimiento del cristianismo. Se apoderó de muchas cosas del modelo cristiano, aunque distorsionándolas. Forma parte de las utopías terrenales, presentes desde la Revolución francesa, las sustituyen la Salvación por la salvación en la inmanencia y la impaciencia. No dura mucho, debido a su locura intrínseca. Cuando se derrumbó en 1989, el cristianismo estaba simplemente al final de su largo proceso de hundimiento (dos siglos). Las dos extinciones no son comparables en términos temporales y no se puede decir que coincidan: el comunismo es un régimen, el cristianismo una civilización que se entiende a muy largo plazo...
Hablando de las Iglesias occidentales, mi maestro y amigo, el historiador calvinista Pierre Chaunu, efectuaba en 1975 una demoledora constatación en su libro De l'histoire à la prospective [De la historia a la prospectiva]: "Es penosa la mediocridad intelectual y espiritual de los dirigentes de las Iglesias occidentales a principios de los años 70. Una gran parte del clero francés constituye una subclase social, intelectual, moral y espiritual; de la tradición de la Iglesia, esta fracción a menudo sólo ha conservado el clericalismo, la intolerancia y el fanatismo. Estos hombres rechazan una herencia que les aplasta porque son intelectualmente incapaces de comprenderla y espiritualmente incapaces de vivirla". Esta mediocridad de gran parte del clero y, sin duda, aún más de los jerarcas de la Iglesia, ¿ha constituido un factor importante en la aceleración de esta decadencia?
Chaunu tiene razón, aquí como en muchos puntos... Debe de ser difícil para una Iglesia disponer de un clero. Hoy en día, dado que frecuento muchas instituciones dirigidas por el clero y soy activa en ellas, me sorprende descubrir una especie de inmovilidad y de estupor entre nuestro clero (del tipo: ¡Y qué!... ¡Ya pasaron cosas parecidas!...), junto con un autoritarismo increíble, como si fueran los únicos que tuvieran que gobernar la tierra y el mar, a lo que se le añade un gusto enfermizo por los honores, por los puestos (lo veo directamente en el Instituto donde estoy en la primera fila). Todo esto es triste.
En Polonia la Iglesia impone a los fieles comportamientos morales inimaginables hoy en día
Creo que es muy difícil ser un clérigo hoy en día, en medio de todos estos vientos en contra. En cuanto a lo que ocurre en los países que siguen siendo clericales, como Polonia, donde paso mucho tiempo, la cosa es aterradora: los clérigos son de otra época, viven tan ricamente de los bienes de la Iglesia, imponen a los fieles comportamientos morales inimaginables hoy en día, blanden desde la altura de su autoridad declaraciones más cercanas a la brujería que al cristianismo ("las vacunas están hechas de embriones"). La Iglesia, aquí y en otros lugares, goza de mala salud. Pero ¿ha gozado alguna vez de buena salud?
(Continuará)
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