Entrevista con Guillaume Travers

“Hay que construir una economía de oposición”

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Tras el coloquio “Miradas entrecruzadas sobre nuestra identidad”, organizado por la Academia Christiana y la revista Elements, entrevistamos a Guillaume Travers.

En primer lugar, ¿podría presentarse a nuestros lectores en pocas palabras?

Trabajo para la revista Elements y enseño economía en la École de Commerce. Escribo principalmente sobre temas económicos, pero también puedo abordar las ciencias sociales, la sociología, etc.


En el coloquio "Miradas entrecruzadas sobre nuestra identidad", su presentación versó sobre el predominio del dinero y la tradición. En particular, distinguió la economía moderna, basada en el individualismo y el utilitarismo, de la economía medieval tradicional, e insistió en que había sido necesario crear la economía moderna, crear el mercado. Hoy, sin embargo, se tiene la impresión de que nuestra forma de actuar es natural y siempre ha existido. ¿Podría referirse de nuevo a este lado "artificial" de la economía moderna y situar su surgimiento temporal?

La economía tradicional estaba sumamente localizada y siempre subordinada a objetivos colectivos, ya fueran políticos, comunitarios, etc. (por ejemplo, en términos de interés para la aldea, para una corporación...)

Para crear el gran mercado, fue necesario destruir todas las instituciones sobre las que se había edificado la economía. Es decir, fue preciso destruir las corporaciones y abolir las muchas fronteras que existían dentro del propio reino. La cosa ya había comenzado antes de la Revolución francesa, pero culminó en los tiempos de la Revolución.

Antes, muchos intercambios se sustraían a la economía monetaria, se estaba más en una lógica de donación y contradonación. Pero en un momento dado, hubo un deseo de romper estos sistemas comerciales tradicionales para gravarlos mejor fiscalmente. Esto se hizo de acuerdo con un doble interés, el del rey de Francia y el de la burguesía, que de alguna manera se aliaron contra los intereses de las provincias, de todas estas múltiples pequeñas patrias locales que eran mucho más autónomas. El objetivo era crear grandes mercados.

En el coloquio citó la oposición entre la figura del comerciante y la del héroe, desarrollada por el economista alemán Werner Sombart a principios del siglo XX. ¿Podría explicar a grandes rasgos esta cuestión?

El comerciante y el héroe obedecen a dos tipos de ética completamente distintos. Tienen dos metas diferentes en la vida. Según Werner Sombart, el comerciante siempre se pregunta qué puede tomar y hace sus cuentas en términos monetarios. Se sitúa en una jerarquía cuantitativa en la que aspira a la acumulación de riqueza. El héroe, en cambio, pretende dar; no razona en términos monetarios, sino que obedece a valores. Forma parte de una jerarquía cualitativa (en cuya cúspide se hallan, por ejemplo, el valor, la generosidad, etc.). Esta distinción se encuentra también muy especialmente en Péguy, en su ensayo El dinero, publicado en 1913.

El comerciante y el héroe obedecen a dos tipos de ética completamente distintos. Tienen dos metas diferentes en la vida.

Entre el comerciante y el héroe, ¿dónde situaría hoy la figura del empresario?

Lo más esencial es saber si la persona está actuando por su propio interés o por un interés más amplio (para una comunidad, en un sentido político...) Un empresario puede encajar en cada una de estas dos dimensiones. Puede posicionarse como héroe o como comerciante. Para construir una catedral, por ejemplo, fue necesaria la financiación de muchos empresarios burgueses. Más allá de la simple acumulación de riqueza, tenían en vista un objetivo colectivo.

Es cierto que en algunos círculos de pensamiento, especialmente en la derecha, el mundo del dinero puede ser fácilmente percibido como reprobable...

Una de mis luchas es precisamente transmitir la idea de que la construcción de nuestra civilización requirió mucho dinero. Pensemos en la construcción de catedrales, ciudades, castillos, en el patrocinio de artistas y la financiación de sus obras de arte pictóricas, musicales, etc. Desde el momento en que el dinero

Si sirve a una causa noble, el dinero es un buen instrumento. Acumulado por sí mismo no tiene ningún interés civilizacional

sirve a una causa noble, es un buen instrumento. Mientras que el dinero acumulado por sí mismo no tiene ningún interés civilizacional.

Todo depende de los intereses que se persiguen: individuales o comunitarios. Y esto es una cuestión de opciones concretas y cotidianas. Todos podemos, cada día, en el trabajo o de acuerdo con nuestras actividades militantes o asociativas, actuar como comerciantes o como héroes.

¿De dónde cree que procede esta aversión por el dinero?

El origen de esta aversión es bastante compleja y probablemente se divide en tres fases. En primer lugar, en todas las mitologías indoeuropeas los objetivos religiosos o políticos son siempre superiores a los objetivos económicos. Es la famosa trifuncionalidad indoeuropea, donde el sabio se encuentra en la primera función, el guerrero y su valor en la segunda y el productor en la tercera. Por ello, el productor puede haber sido percibido como inferior. En realidad, estas tres funciones siguen siendo absolutamente complementarias, no son mutuamente excluyentes. El productor no es aplastado por las dos primeras funciones, simplemente les está subordinado.

En segundo lugar, el cristianismo transmitía una imagen de los ricos que alcanzarían más difícilmente el cielo que los pobres. De ahí se deriva lo vano de acumular riquezas en la tierra, habiéndose podido deducir de ello una devaluación del mundo terrenal. Sin embargo, no es evidente que ello implique desdeñar el dinero, pero es una posible interpretación que se ha hecho fácilmente.

En tercer lugar, entre finales del siglo XIX y principios del XX, hubo un momento histórico en el que el dinero se convirtió en el gran todo. Lo sustituyó literalmente todo. Autores como Péguy, Bernanos, Barrès, Céline... estaban tan disgustados por esta codicia de querer tomar posesión de todo y erigir el dinero por encima de cualquier valor o propiedad, que cayeron en un profundo rechazo del dinero. Tal vez fue excesivo. Lo cierto es que su actitud influyó en las generaciones posteriores. En su ensayo El dinero, por ejemplo, Péguy constató que en la guerra franco-alemana de 1870 el combatiente era la figura emblemática de la sociedad, mientras que cuarenta años más tarde era sustituido por el burgués. Se puede entender esta reacción de un rechazo muy fuerte, de carácter casi estético, frente a la fealdad de esta nueva jerarquía que sitúa en la cumbre del mundo y de la vida la acumulación de riqueza a expensas de tantos valores nobles. Pero este rechazo fue tan radical que perdimos la visión complementaria y útil del dinero.

¿No podemos decir hoy que la política está sujeta a una lógica económica, que ha evacuado la búsqueda del bien común y se contenta con responder a los intereses de las minorías, de los grupos de presión, etc.?

Así es, en efecto. Hoy, cuando un político toma una decisión, se pregunta si es buena para tal o cual grupo particular de individuos. Para responder al bien común, sería necesario haber definido, además, la comunidad que se vería afectada. Sin embargo, de acuerdo con el paradigma actual, individualista y utilitario, casi todo está subordinado al individuo.

¿No tiene el mundo económico más impacto que el político en nuestras sociedades modernas, especialmente cuando vemos que las GAFA [Google, Appel, Facebook y Amazon, N. d. T.], al controlar cada vez más la difusión de información, podrían llegar a controlar la información en sí y, por lo tanto, nuestra visión del mundo? Para poder contrarrestar esas lógicas, ¿no hay que tratar de invertir lo más posible en el ámbito económico y empresarial? 

La dominación es principalmente económica. Así que si estamos en guerra con el sistema, el campo económico forma parte de nuestras armas

Sí, estoy convencido de hoy. Hoy en día, la dominación es principalmente económica. Así que si estamos en guerra con el sistema, el campo económico forma parte de nuestras armas. Es necesario escribir libros y dar conferencias, pero no es suficiente. Se necesitan medios con los que combatir en una batalla de ideas.

Además, nuestra identidad se define por valores, pero el 99% de nuestras vidas discurren en lo cotidiano, conforman una manera de trabajar, de consumir, de vivir, y eso se halla ahora en peligro. Necesitamos construir una economía de oposición a la economía actual, una economía comunitaria que refleje nuestra identidad. Es una prioridad e incluso una cuestión de supervivencia. Crear una economía comunitaria de este tipo requiere empresarios, personas que trabajan en el mundo real. Las generaciones más jóvenes, en particular, no deben dudar en crear negocios que sirvan a la comunidad.

© Breizh-info

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