¿Logrará Pablo Iglesias lo que pretende con los campesinos?

«¡Apretad, apretad!»

¿Conseguirá Pablo Iglesias que los agricultores lleguen a ser los agentes privilegiados de la nueva izquierda?

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I

Los agricultores españoles han salido a la calle con sus tractores para protestar por una situación insostenible. Sacan la sensación de tristeza por la España “vaciada” y el miedo a la ruina de las familias. Pesimismo en el sector por las mentiras y las palabras vacías de los políticos. El abandono de la actividad agrícola por los jóvenes amenaza con mayor desolación para campo. La despoblación traerá la destrucción del medio físico y también la desaparición de los ecosistemas rurales.

¿De qué se quejan los agricultores? Precios por debajo de los costes de producción, abuso de las cadenas de supermercados, competencia desleal de países no comunitarios con mano de obra esclava, regulaciones europeas asfixiantes y una PAC en trance de defunción. Son motivos muy serios. Pero la lista es más larga: La escasez y precio excesivo para el agua de riego, el salario mínimo decretado imposible de costear en el campo, nula rentabilidad para pequeñas explotaciones siempre en desventaja con el agrobusiness de las multinacionales, incertidumbre para el relevo generacional, ineficacia del sistema de cooperativas español en contraste con las europeas. Es abundante el catálogo de agravios que ha motivado esta protesta de nuestros agricultores y ganaderos. Una revuelta que se ha extendido por toda la geografía nacional y recuerda la lucha de los chalecos amarillos en Francia.

Pablo Iglesias ha dicho a los agricultores “apretar, apretar”[1] porque “vuestras reivindicaciones son justas” y merecen ser atendidas ¿Por qué dice a los manifestantes el marqués de Villatinaja que endurezcan sus posiciones contra el gobierno del que él es vicepresidente? ¿Qué sentido tiene que desde el poder se anime a ser más duros en la protesta? ¿Qué interés oculto puede tener este personaje en excitar una agitación revolucionaria en la calle? Los que no entienden el planteamiento de Pablo Iglesias tampoco comprenden la dinámica política del comunismo. Esta mano tendida a los agricultores concuerda con la obsesión por encontrar a otros “sujetos privilegiados de la revolución”, nuevos agentes con los que alimentar su lógica de conquista y conservación del poder.

La nueva izquierda española ha tomado el poder por un juego diabólico de mayorías formando una combinación explosiva entre socialistas, separatistas y comunistas. Este gobierno es sólo una plataforma útil para lograr otros avances en el proyecto neomarxista que hay en la cabeza de sus dirigentes más audaces. La revolución diseñada por Pablo Iglesias va precedida de un intenso trabajo de penetración cultural en diversos colectivos o agregados humanos, al principio refractarios y sólo atentos a sus problemas, pero que finalmente acabarán convencidos de su alianza inseparable con el renovado proyecto progresista. Es un plan de ingeniería social donde la “vanguardia”, por el momento, la tienen únicamente los elementos ya colectivizados del ecologismo radical y el feminismo militante, que han unido sus fuerzas para liquidar definitivamente a una España ya fragmentada por el separatismo. Ahora hay que reclutar otros colectivos y los agricultores están en el punto de mira.

II

La élite neomarxista ya no cree en la idea de una revolución violenta para tomar el poder por la fuerza e imponer la dictadura del proletariado. Tampoco piensan que se debe destruir la policía, el ejército y la burocracia para obtener una sociedad sin clases y sin Estado. Ahora, los representantes de la nueva izquierda quieren llegar a ese mismo resultado, pero sin violencia ni muertos, permeando el Estado desde colectivos agraviados para desmontarlo como organismo todavía al servicio de la clase dominante. Para esto ya no hay que romper las estructuras administrativas, es preferible tomar al asalto la cultura, es decir, destruir la concepción del mundo que produce el Estado nacional y el sistema capitalista. El nuevo objetivo es imponer la hegemonía cultural de la izquierda para aniquilar definitivamente el orden de la civilización occidental. Esta estrategia es la única que permite entender el mensaje de “apretar, apretar” que Pablo Iglesias dirige a nuestros agricultores y ganaderos, a la gente del campo que no quiere verlo ni en pintura.

La maniobra de Pablo Iglesias para atraer a los agricultores puede parecer rara en este momento. Los obreros y los campesinos fueron concebidos como los agentes del cambio para el comunismo clásico. Pero en la actualidad postcomunista la clase obrera no es el agente preferido para la nueva estrategia hegemónica de la izquierda. Sin embargo, la idea de atraer a los agricultores tiene perfecta lógica para el jefe de Unidas Podemos, que siempre sabe lo que hace. Lo que no tiene sentido es centrarse en un único grupo de vanguardia, como pueden serlo las mujeres y los homosexuales a través de la ideología de género, o bien los ecologistas y los animalistas sembrando el terror climático. Lo importante es darse cuenta de que los colectivos de agraviados pueden ser muchos y diversos.

Otra consigna de Pablo Iglesias es que los colectivos agraviados no pueden seguir encerrados en sus propios intereses. Un discurso ideológico bien engendrado por la nueva izquierda puede transformar a cualquier activista social en agente de la revolución. Por decirlo de forma resumida: la misión del Vicepresidente del Gobierno es fabricar y difundir relatos que generen conflictos para que los colectivos marginados por cualquier motivo sirvan a la causa de la nueva izquierda y a la Agenda 2030 bajo su control. Los agravios de los agricultores son una gran oportunidad para atraerlos a la lucha contra la casta política dominante, sus manifestaciones son un nuevo 15-M acampado en la Puerta del Sol. Hay que dar un golpe a la derecha logrando que agricultores y ganaderos, todavía apegados a ideas reaccionarias de familia, herencia y propiedad, se incorporen a la nueva concepción del mundo sin alma.

¿Quién no lo ve? Se trata de exacerbar todas las luchas de nuestro tiempo y desquiciar el planteamiento justo que en parte las fundamenta hasta desfigurarlo al gusto de la izquierda. Hay que poner patas arriba los conflictos en cualquier sector. Se trata invertir el sentido de las reivindicaciones para que gire siempre en contra los logros de civilización occidental, el orden natural o la unidad de España. Los ejemplos de esto son muy abundantes. La lucha de los pueblos indígenas por las tierras de sus antepasados se ha transformado en una deslegitimación de la labor misionera y civilizadora de las naciones occidentales. La lucha justa de las mujeres para tener más protección frente a la violencia doméstica ha sido manipulada burdamente en beneficio de la ideología de género. El anhelo natural de proteger el paisaje o el aire que respiramos ha sido amañado para dar cobertura a la nueva religión del cambio climático. El deseo legítimo de recobrar los cuerpos de familiares perdidos en la Guerra Civil ha sido secuestrado por los herederos ideológicos de los vencidos para imponer un programa colectivo adoctrinamiento para su memoria histórica.

Es siempre la misma historia, repetida una y otra vez. Identificar un conflicto, reconstruir la realidad, inventar agraviados, definir culpables y lanzar un programa al servicio del fantasma de la nueva izquierda, que sigue enloquecido y correteando por Europa desde hace siglos. Y ahora el objetivo son los agricultores, que demandan precios justos para sus cosechas. Mañana serán otros y pasado mañana un grupo diferente, con agravios económicos, sociales, sexuales, territoriales o de simple percepción de una supuesta identidad personal diferenciada. A todos les dicen lo mismo: ¡Apretad, apretad! Lo importante es que estas demandas, por separado, carecen de fuerza hegemónica. Por eso, el trabajo de la izquierda es construir un discurso que arrastre a todos estos conflictos pequeños al terreno de un conflicto mayor, siempre orientado por los ingenieros sociales que han estudiado en la Escuela de Frankfurt o en alguna de sus numerosas extensiones. Se trata de articular todas estas fuerzas en un proceso que las haga solidarias frente a un enemigo común: el modelo de “fascismo” engendrado por la persistente idea de libertad individual de base cristiana, el Estado nacional soberano que se resiste al globalismo y la estructura familiar heterosexual que reproduce el patriarcado.

III

¿Van a ser los agricultores el nuevo sujeto revolucionario en el proceso hegemónico de Pablo Iglesias? ¿Será posible que los agricultores españoles den la espalda a sus creencias, tradiciones y modos de vida? ¿Estamos ante un cambio del sentido del voto en las regiones agrícolas de nuestra patria para abandonar la tendencia conservadora y pasarse al bando progresista? ¿Puede tener el pesimismo agrario la misma fuerza que la ideología de género en el proyecto del marxismo cultural? Posiblemente el vicepresidente del gobierno se ha equivocado en su cálculo. Aunque el líder real de la nueva izquierda ha afinado mucho su estocada, ejecutando el volapié en una especie de suerte contraria, ha pinchado en hueso con este toro bravo y español que solo acepta recibir la muerte en la suerte natural. No ha colado el “apretar, apretar” para convencer a este colectivo. No. Esta vez no, Pablo.

Y los líderes del Partido Popular también saldrán perdiendo en este conflicto. Las claves de la ruina del sector agrícola y ganadero son las políticas progresistas y las liberales amalgamadas en una tormenta perfecta. De una parte tenemos la subida de impuestos, las cotizaciones sociales insoportables, las regulaciones ambientales desproporcionadas y la disminución de ayudas a la política agraria, el coste de los combustibles. Por otra parte: los abusos de los intermediarios, el apalancamiento de las cadenas de distribución, la incapacidad empresarial de las cooperativas, la ausencia de innovación tecnológica, los precios criminales del agua desalada para riego, la obsolescencia y carencia de infraestructuras hidráulicas y el abandono de la política de trasvases. La derechita cobarde y la izquierda separatista son los dos polos de una misma traición al campo español. Los responsables deben pagarlo porque el sector tiene buena memoria.

En las manifestaciones masivas que se han producido para mostrar el malestar de los agricultores españoles ha ocurrido un fenómeno del que debemos tomar nota. Todos los políticos, con la única excepción de Vox, han sido recibidos con indiferencia e incluso con cierto desagrado. Esta es la muestra evidente del cansancio de la gente del campo con respecto a los mentirosos de siempre: (1.º) el liberalismo salvaje que sólo atiende los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, y (2.º) el progresismo regulador amigo de los impuestos excesivos y las cargas sociales insoportables. Pero estas dos caras de la vieja política ya no gustan nada a los agricultores. Así lo han percibido los representantes de Vox Murcia, que han podido sentir y entender las razones del campo en la manifestación. La esperanza de esta buena gente que vive y trabaja en el campo español consiste en dar paso a lo nuevo, posiblemente sea la alternativa social y patriótica de Vox.

[1] Si el susodicho supiera hablar bien español, habría dicho, por supuesto, “¡Apretad, apretad!”, utilizando, en lugar del infinitivo, la segunda persona del plural del imperativo, que es lo que corresponde. [N. d. R.]

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