Alguna vez se han preguntado: ¿por qué saben cada vez menos nuestros alumnos? No solo sucede con la educación infantil y primaria, donde cada vez se exige más a los profesores y, sin embargo, los niños llegan menos formados a la secundaria. El problema se acentúa con quienes intentan pasar a bachillerato, y, con la última y penosa reforma universitaria, se extendió de igual modo al mundo universitario. Dando siempre como resultado un crecimiento en la ignorancia.
España ha emprendido varias reformas educativas en las últimas décadas y cada cual parece empeorar la precedente, desesperando a los docentes. No es cuestión solo de dinero. Hay más recursos que hace cuarenta años y, sin embargo, los bachilleres de ahora saben mucho menos que los de antaño. Es un problema pedagógico, de método, diseñado por ineptos que creen saber lo que es un niño o un joven, a veces sin haber impartido nunca clases. Teorías idealizadas, imaginaciones bondadosas que luego son calamitosas, porque el buenismo, siendo necio, es perverso. No basta querer que todos seamos buenos: antes de emprender políticas educativas hay que saber. Convendría, además, no cambiarlas cada pocos años y que hubiera consenso entre los principales partidos políticos para lograr un modelo estable y eficiente. Pero los tópicos de una pedagogía «modernoide» y ya pasada ocultan que los afanes utópicos de mejorar la enseñanza están logrando lo contrario.
La libertad de cátedra
La complejísima y embarullada LOMLOE o el proyecto conocido como Ley Celaà multiplica los defectos anteriores, acrecentándolos. Amenazan a quienes enseñan y a los muchachos con 1.053 páginas de leyes, y a los universitarios, como señala en un excelente artículo José Adolfo de Azcárraga, con otras 1.255. Más que normas, lo que haría falta es permitir a los profesores desarrollar en paz sus labores, pues «cada maestrillo tiene su librillo», también por el carácter personal de cada uno. Es necesaria la libertad de cátedra no solo en lo que enseñan sino en los modos de enseñar, pero se pretende meter en esquemas prefabricados por ministerios y administraciones lo que debería ser vivo y no un saber embutido, enlatado. Desde el kafkiano ministerio imaginan que basta con rellenar informes y hacer trámites en plataformas informáticas complicadísimas y a menudo inútiles o ineficientes, aumentando la carga laboral de los docentes, para mejorar la educación. Al contrario; basta ver el creciente número de depresiones y el desánimo generalizado en el gremio académico en todos los niveles. La desesperante burocracia y un afán controlador de tipo estalinista está obligando a aprobar a quienes no tienen el nivel para pasar, a veces estropeando la enseñanza de sus compañeros. ¿Disciplina? «Sería autoritarismo». Basta un par de díscolos en clase para que la paz se arruine del todo y los mejores o quienes cumplen vean frenados sus aprendizajes, impotentes los maestros para parar al travieso.
Permitir ignorar una asignatura o varias no favorece una actitud positiva en esas lecciones, al contrario. Algunos creen que por regalar aprobados ya está arreglado todo. Si así hicieran los futuros médicos, ¿querríamos que nos diagnosticaran ignorantes? Además, de no aprender ciertas materias, no pueden entenderse las siguientes... El diagnóstico de la enseñanza es erróneo por estar preñado de prejuicios nacidos en los años sesenta supuestamente progresistas.
Se pretende trabajar en equipo y de modo interdisciplinar, lo que puede ser válido en algunos casos, pero no en todos. El lecho de Procusto vuelve a estar de moda cortando pies y cabezas cuando no caben, o estirándolos y reventándolos para adaptarlos al molde. Hay quien cree que enseñar es meter todo en casillas, en esquemas, y lo que no entra en sus pequeñas mentes lo revientan. Es conocida la brillante existencia de profesores singulares, algunos aislados en sus investigaciones y métodos que, sin embargo, alcanzan la calidad máxima en su docencia y en sus descubrimientos. Hay materias más dadas a ello, como la filosofía, las matemáticas, las artes... Pero ahora se pide de un doctor una gran cantidad de destrezas que eliminarán a muchos de nuestros mejores intelectos, excluyéndolos del mundo académico.
La lengua, en peligro
Asimismo, la omisión del castellano como lengua vehicular redunda en uno de los más graves problemas de España. Los nacionalismos radicales y exclusivos, que quieren desgajar la unidad, se han fomentado en las últimas generaciones al dejar la gestión de la educación a los más radicales en muchos lugares, como es el caso vascuence o el catalán, o incluso con el «bloque» gallego más tarde. Lo que aprenden es, a menudo, a desaprender lo que nos une, destacando lo que nos separa, cuando no infundiendo el rechazo a todo elemento de unidad hispánica, a menudo deformando y tergiversando la Historia. Pero, ¿qué podemos esperar de un gobierno español aliado y benévolo con los enemigos de España?
La eliminación de la ética, la reflexión sobre nuestra moral y modos de comportarnos, sustituida por Valores Cívicos o Éticos, diluye su contenido en mero adoctrinamiento. La enseñanza religiosa se coloca solo como una carga más a quienes la elijan, reduciendo sus horas de enseñanza, sin contar su calificación para nada..., es otro caso típico de la animadversión gubernamental hacia cualquier visión transcendente, porque solo importa lo inmanente, la vida aquí, los placeres, y de ahí que el sexo se haya convertido, lejos de la búsqueda de una equidad económica, en el centro de esta izquierda descafeinada, perdida la cabeza y el norte, sin rumbo, en vez de defender a la mayoría desfavorecida, concentrándose en exiguas y excepcionales minorías, como si fuese el abdomen lo más importante, destruyendo los ideales por los que vertieron tanta sangre muchos revolucionarios. Lo genital se impone sobre la sabiduría, aplastándola. Es evidente la decadencia de nuestras instituciones escolares y lo que había de bueno y la sensatez va diluyéndose. El adoctrinamiento de lo que llaman «estereotipos sexistas» puede tener, como asignatura, junto con la promoción de la diversidad, sesgos que produzcan en el futuro más problemas que soluciones a la desigualdad. ¿Hay que buscar en todo paridad y forzar que haya mujeres en tribunales de tesis doctorales solo por el hecho de tener ovarios y no por ser expertos sobre lo que juzgan? Así pasa hoy con proyectos de investigación y quisieran hacer en los temarios. ¿Somos hoy culpables de que no haya apenas filósofas eminentes desde Sócrates? ¿Por qué no una historia de filósofos transexuales?
Aprender matemáticas «desde una perspectiva de género» o «respetar las emociones ajenas ante las matemáticas» puede resultar ridículo, pero algo tan grotesco se repite en muchos momentos de esa complejísima legislación, decenas de veces, mientras que apenas aparece alguna mención al esfuerzo, clave de cualquier educación y desarrollo personal, así como tampoco aparece algo fundamental: la adquisición de conocimiento. Destrezas, sí, pero, al salir, ¿qué van a desarrollar si no saben lo esencial? Y lo esencial en cualquier estudio es aprender y no solo métodos, sino también contenidos. Aquí se cuida mucho el envoltorio, pero se olvida el bocadillo, lo que alimenta.
No todo es negativo en dicho barullo, pero hay que pulir esos mamotretos normativos y buscar algún consenso. Más tecnología, por supuesto, pero sin una reflexión sobre los medios puede ser inútil. Como gobernar una nave sin saber el rumbo. Es positivo que se ofrezcan más becas, aunque resulta urgente la enmienda para no arruinar a las nuevas generaciones, afectándonos a todos.
Ilia Galán Díez es profesor de Humanidades en la Universidad Carlos III
de Madrid, además de profesor visitante en la de Oxford.
© La Razón
Comentarios