Hace tiempo que desaparecieron los botijos de los callejones de las plazas, sustituidos por las medioambientalmente inadmisibles botellas de plástico que los mozos de espadas lucen sin recato en los callejones. Pero aun así, de Pascuas a Ramos se puede contemplar “el Galleo del Bu”, esa suerte popularizada por Joselito, el Gallo en el segundo decenio del siglo pasado, en la que el matador se pone el capote a la espalda a modo de superhéroe de la Marvel para llevar en los vuelos de su improvisada capa al toro hipnotizado.
Si Carl Schmitt cifraba las etapas de la civilización occidental en teológica, metafísica, moralista y estética o técnica, las corridas de toros resumen en una única ceremonia esos cuatro centros de gravedad espirituales, con concesiones a favor de una u otra etapa según las tendencias dominantes.
Sin abandonar del todo las dos primeras, el planeta taurino gira hoy en torno a dos novedades en los ejes restantes: el moralismo que fija por primera vez su atención en los dizque derechos pisoteados del toro hasta el punto de poner en cuestión la legitimidad de la función; y el esteticismo triunfalista y productivo —cortar orejas, llenar plazas— que margina la integridad del toro y de las distintas suertes de las que se compone su lidia.
Que la moral de las corridas de toros haya quedado en manos del humanitarismo animalista que las repudia, es algo de lo que no me ocuparé porque ya lo han hecho detenidamente otros.
Sí lo voy a hacer de la primacía del esteticismo que, como ha quedado dicho, es la forma natural de garantizar el éxito económico de cualquier actividad en la edad contemporánea. Y para ello tengo que introducir el concepto de la tauromaquia.
La tauromaquia es el modo de torear de un matador cuyo arte en la forma de hacer y de resolver los problemas que el combate con el toro le plantea, convierte su método en reglas de la profesión.
La belleza o la elegancia en el momento de la reunión entre toro y torero, donde la lucha desaparece en pro de la donosura del encuentro.
La estética no es más ni menos que la belleza o la elegancia en el momento de la reunión entre toro y torero, donde la lucha desaparece en favor de la donosura del encuentro.
Para apreciar las diferencias basta con entender que la estética no precisa de la tauromaquia para surgir cuando el toro no plantea graves dificultades al matador, mientras que la tauromaquia no necesita de la estética para que se celebre el arte de lidiar de un gran torero.
A beneficio de mi argumento traigo a colación el canónico libro de Dº Gregorio Corrochano, “Tauromaquia”, en cuyo índice se refleja un capítulo entero dedicado a la “Introducción a la tauromaquia de Joselito y de Domingo Ortega” y en otro apartado más breve trata sobre “La estética de Antonio Ordóñez“. Tauromaquia versus estética.
Aunque el testimonio definitivo de la tesis-antítesis se encuentra en que el toro que mayoritariamente buscan los ganaderos y los matadores es el que Dº Juan Pedro Domecq Solís definió como “toro artista”, esto es, el que colabora con el torero.
Si el término tauromaquia está formado por las palabras de origen griego toro y combate, ¿se puede definir así lo que ocurre en la plaza cuando comparece el cooperador “toro artista”?
En éstas estamos cuando don Andrés Roca Rey, torero peruano, o torero español nacido en Lima (1996), pues los toreros españoles nacen donde Dios tiene a bien; gran figura del toreo moderno, es decir, estético, consiente trenzarse en la Feria de San Isidro de 2019 (30 de mayo) con una corrida del hierro “Adolfo Martín”, pura estirpe “Albaserrada”, orgullo de los toros fieros que justificaron el nacimiento de la palabra tauromaquia.
¿Y entonces qué hacemos con Roca Rey?
¿Qué hacemos con su estética cuando necesita la tauromaquia que dictaron los clásicos para sobreponerse a la bravura de un “Albaserrada”?
l resultado del enfrentamiento es la cumbre de la modernidad taurina, pues de la misma manera que un equipo de fútbol inventó por los años 70 del pasado siglo el “fútbol total” porque el defensa hacía goles y el delantero los evitaba, Roca Rey funda la “tauromaquia total” mediante el novísimo procedimiento de jugar en una misma faena la estética que agrada a las mayorías y pone el cartel de “no hay billetes” en la plaza, y la tauromaquia de los padres fundadores del arte de torear, imprescindible para someter a un cinqueño de sangre bravísima que vende cara su vida.
Roca Rey o la “tauromaquia total”… aunque falló a espadas y no pudo consumar el triunfo al que su faena al segundo de su lote le hizo acreedor, lo que demuestra que al fin y a la postre la totalidad en el toreo, y en el fútbol y en la vida, no deja de ser un deseo imposible de cumplir, la cuadratura del círculo.
En esa misma tarde del 30 de mayo un torero que es de Valencia y se llama Román, brindó su segundo toro al aún ministro Ábalos, el cual pudo contemplar desde una barrera del callejón el ejercicio magistral de dominio a un toro imposible que terminó obedeciendo a la muleta del matador. Pura tauromaquia.
El pasado sábado 1 de junio y en la misma plaza de las Ventas, el cabeza de cartel Antonio Ferrera realizaba dos faenas pintureras a sendos toros pastueños, “artistas”, colaboradores, de la ganadería de Zalduendo, por supuesto, sangre Domecq. Derroche de estética.
Philip K Dick se preguntaba si los androides sueñan con ovejas eléctricas. Yo sólo sé que los aficionados sueñan con toros bravos y encastados a los que se les practique la tauromaquia estética, total.
Roca Rey seguirá intentando realizar el sueño cada tarde a la hora en que suenan los clarines en cualquier lugar de las Españas
Comentarios