Los toros, el más ancestral rito sagrado

Albert Serra: «Nuestra época ha perdido el sentido de la muerte y necesita encontrarlo en el símbolo de la tauromaquia»

El director prepara 'Tardes de soledad', la primera película de toros del siglo XXI y, a juicio del cineasta, la película definitiva sobre la materia.

Compartir en:

Comentaba Rafael de Paula que a los toros en la televisión les faltaba algo. Pero no cualquier cosa; el torero de Jerez de la Frontera echaba en falta el Espíritu Santo. Y el director Albert Serra, siempre visceral, siempre polémico y muy paulista, le da la razón. «El cine tradicional nunca ha podido grabar ni acceder a los matices de la Fiesta ni a toda la complejidad del toreo. Pienso en Torero, la película de Carlos Velo con el matador Luis Procuna, como el ejemplo más depurado, pero imperfecto. Y eso es más por una razón técnica que de talento de los directores que me precedieron. Y, por otro, hay una contradicción insalvable en las retransmisiones televisivas en directo. Por un lado, la parte codificada, ordenada, ritual, geométrica en el espacio y el tiempo, las suertes, los tercios, exigen una planificación con planos abiertos. Pero eso es aburrido. Por otro, la tensión, lo atávico, el instinto asesino del toro bravo... piden planos cerrados. Pero entonces todo se convierte en simplemente un espectáculo violento», reflexiona el cineasta como preámbulo de su propia y particular epifanía: «Mi cometido es hacer posible lo imposible, unir los dos extremos, y capturar, encapsular en una película, el verdadero volumen de ese misterio, su extraordinaria belleza y la angustia ante la muerte. ¿Es el misterio del sentir del torero revelable, visualizable? Yo digo que sí. La tecnología lo permite y mi talento lo hace posible», concluye rotundo.

Tardes de soledad es el título de trabajo de la que, voluntaria o involuntariamente, quiere ser y será (la financiación está cerrada) la primera película de toros del siglo XXI. «Nunca me lo he planteado así. Pero sí es cierto que es ahora el momento de hacerla por la situación tan delicada a la que enfrentan los toros. La Fiesta representa una de las últimas manifestaciones de algo atávico, primitivo, ritualístico y codificado;

La Fiesta representa una de las últimas manifestaciones de algo atávico, primitivo, ritualístico y codificado

algo que encarna el misterio propio de lo sagrado, pero en un contexto pagano y panteísta. Quiero hacer algo que nunca se ha intentado antes, y que quizás no haya muchas otras oportunidades como ésta en el futuro, pues la Fiesta está seriamente amenazada», dice. La idea de Serra, en cualquier caso, no es reivindicar nada ni contradecir a nadie. No es el debate el que impulsa el proyecto sino la oportunidad muy cerca de la simple necesidad. «La idea no es entrar en polémicas animalistas, por otro lado respetables, pero que quedan esta vez fuera de nuestro interés. La película quiere adentrarse por primera vez en el misterio de la tauromaquia exclusivamente a través del sufrimiento del torero», sentencia.

Serra cita a Chaves Nogales con la misma soltura que recurre a Goya, Delacroix, Picasso o Dalí. A todos ellos y al director chino Wang Bing del que se queda con su proverbial y épica capacidad para lo radical. A todos ellos y a Salvador Boix, el apoderado de José Tomás que no por casualidad en este caso es natural como el propio Serra de Bañolas. La película seguiría a dos figuras jóvenes de la tauromaquia actual. Como ya es habitual en el cine del director de películas premiado en Cannes por Liberté o en Locarno por Historia de mi muerte, la idea es rodar con muchas cámaras el trayecto completo que va desde el primer impulso de muerte, el nacimiento de la vocación, al instante definitivo en una corrida real, concreta y utilizada, que no preparada, para la película. Sin fingimientos. «Se trata de captar todo lo que ocurre in media res, entre la añorada faena perfecta y la tragedia definitiva, que son los dos límites de la fiesta. Importa esa tensión latente que sólo se descubre en la mirada meticulosa de los detalles sin perder nunca la sensación de conjunto. Para eso son fundamentales horas y horas de rodaje luego recompuestas en edición en toda su complejidad», explica puntual en lo que se antoja una definición tosca y correcta del libro de estilo que mejor define su concepción del cine.

La idea, siempre en esta dialéctica entre lo concreto y lo universal, es usar dos directores de fotografía. Por un lado, Artur Tort, habitual en los últimos trabajos del cineasta, se ocuparía de lo que se podría llamar «el aspecto humano». Por otro, para Mauro Hercé (que el propio Serra define como el más original y brillante en activo) sería el cometido de capturar la atmósfera y la tensión visual de la plaza. Y, lo fundamental, ¿quiénes son esas figuras protagonistas? El director dice sus nombres y pide que no se publiquen de momento. «Es una cuestión delicada que tiene que ver con el respeto. Son gente, y más en estos momentos, muy desconfiados de manera completamente comprensible», dice, se toma un segundo y añade ya fuera del ámbito estricto de la pregunta: «Me fascina cómo te miran cuando hablas con ellos. Te escrutan como imagino que hacen cuando están delante del toro. Muy pendientes siempre de por dónde vas a tirar. Hablan desde la observación y la pausa, que es lo contrario del exabrupto político». Y una más: «Admiro sobre todo su postura ética implacable: el deber de arriesgar la propia vida es el precio que tienen que pagar para tener derecho a matar al animal». 

Los toreros hablan desde la observación y la pausa, que es lo contrario del exabrupto político

Para Serra, y pese lo que se pueda pensar, el devenir por fuerza incierto de los toros no anda tan alejado del de cualquier arte en general y del del cine en particular. «La sociedad se ha vulgarizado. En la medida en que tanto el cine como los toros nacieron como artes populares y lo popular se ha devaluado, probablemente haya que aceptar que ni uno ni otro se puedan mantener durante más tiempo como lo que fueron: populares. Quizá no haya que luchar contra lo inevitable, sino que haya, al contrario, que recuperar la pasión y radicalizar aún más la esencia de la Fiesta. Y hasta del cine. Habría que aceptar que el toreo va a convertirse en cada vez más minoritario e incomprensible para legos. Y eso hará de ellos una práctica aún más mítica, todavía más poderosa y más grande», afirma convencido de que, en efecto, ése es el espacio de su película, del cine incluso en todo su conjunto. «Es muy difícil hoy acercarse en el arte a la angustia de la muerte. No hablo de la muerte real, sino de su experiencia espiritual, visible gracias a una estilización enfática de lo trágico. Nuestra época ha perdido el sentido de los ritos, de la muerte, incluso de la propia naturaleza y de la animalidad. Y es por esto por lo que necesita volver a encontrar al mismo tiempo la realidad, la imagen y el símbolo en la corrida. De ahí su modernidad», concluye ahora por escrito en el mismo dosier que avala la película. […].

© El Mundo

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar