Si en algo se diferencia del resto de los mortales el soviet de la tinaja de Pablo Iglesias es en su afán prohibicionista contra lo que consideramos el orden establecido. O el desorden. Porque ahora, por más que nos pese, el orden son ellos y, al resto, no nos queda otra que cambiar el estatus que la historia nos ha encomendado y comenzar a agrietar subversivamente dicho (des)orden.
Y hablando de prohibiciones, nuestra noble, mística y milenaria tradición taurómaca no se libra en el discurso que al alimón llevan podemitas y socialistas. La última tentativa, la de la candidata de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid, que promete un referéndum para eliminar la Fiesta Nacional, nuestra Fiesta.
La candidata de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid promete un referéndum para eliminar la Fiesta Nacional, nuestra Fiesta.
Llegados a este punto permítanme recordarles mediante unas pinceladas como antes de ésta hubo varias tentativas históricas de prohibir las corridas de toros. Pero tentativas serias, procedentes del estadio real o clerical, es decir, del verdadero orden en la larga historia de nuestro país, y no del caótico desorden que actualmente ocupan los que quieren prohibir absolutamente todo lo que no comulga con la ideología de la tinaja.
Ya Alfonso X el Sabio condenó a quienes lidien a cambio de dinero. Y también la Iglesia hizo lo propio.
Ya el rey Sabio en la Tercera Partida condena a aquellos que lidian a cambio de dinero, entendiéndolos como personas indignas y no honorables. Curioso calificativo para un lidiador medieval, pero idóneo para cierto sector político que únicamente entiende la moral a su manera. La condena por parte de clérigos continuó en distintos sínodos y concilios, destacando los de Burgos (1503), Sevilla (1522), Orense (1539), Oviedo (1553), Toledo (1565) o Granada (1566). Incluso Isabel la Católica, nuestra Isabel, figura pionera del feminismo, y mujer, quiso prohibir también la celebración de estos espectáculos, pero lo dio por imposible ante la afición que Castilla les profesaba. Fémina, reina, tolerante y democrática…, tenía todas las cualidades de las que hoy carecen aquellos que quieren prohibir esta práctica y se erigen defensores del neofeminismo. Lástima no veamos a la reina Católica en carteles y proclamas del tan fatídico y celebrado Día de la Mujer…
Y vayamos aún más lejos. A colación de la bula promulgada en 1567 por el pontífice Pio V, con la cual excomulgaba ipso facto a todos los príncipes cristianos que celebrasen corridas de toros en sus reinos, se dice que las palabras del rey Prudente fueron las que siguen:
- Decidnos –preguntó el rey dirigiéndose a los nobles–: ¿qué dispone la Bula?
- Prohíbe, Señor, que se corran los toros.
- Pues a fe que os podéis divertir sin contrariar la decisión de nuestro Santo Padre.
- ¿Y cómo, Señor?
- Pues corriendo vacas.
Ríase el lector del hembrismo o la inclusión (animal, que más mérito tiene) de Felipe II.
Pero no sólo con la iglesia hemos topado. En las Cortes de Valladolid de 1555 se acordó pedir al rey que “fuera servido de mandar que no se corrieran toros, o que se dé alguna orden para que si se corrieran no hagan tantos daños”. Encontramos aquí, con quinientos años de vanguardia, frente al animalismo imperante e izquierdoso de hoy día, una defensa a ultranza del más preciado bien que tiene el hombre: la vida.
Por tanto, frente el afán prohibicionista del flautista de Galapagar (pues, muy a nuestro pesar, cada vez que hace sonar su instrumento salen por cientos nuevas voces que claman contra todo aquello que tiene que ver con España), al resto de mortales no nos queda sino lidiar, cual miuras, para volver a ganar el indulto que a lo largo de la historia ha ido obteniendo este noble arte que nos hace partícipes a los que de él disfrutamos de nuestra propia existencia. Pobres aquellos que, por desconocimiento, no se acercan a ella. Desgraciados aquellos que pretenden arruinarla. ¿Qué nos queda? Fácil: al toro manso, puya.
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