El joven Fernando Sánchez Dragó

Desde Italia. A la memoria de Fernando Sánchez Dragó

Hoy, 21 de abril, MMDCCLXXIV AB URBE CONDITA (Año 2774 de la fundación de Roma), nos complace acoger el primer artículo que, procedente de Italia, glosa la figura de Fernando Sánchez Dragó. Nos llega de la mano del pensador y ensayista Antonio Terrenzio, a quien mucho nos complace acoger en nuestras columnas.

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Hace unos días, a los ochenta y seis años, falleció  Fernando Sánchez Dragó, escritor y aventurero, último representante de la «hispanidad», testigo de un mundo que ya no existe, de aquella España mágica que el propio escritor madrileño, criado en el barrio Salamanca, inmortalizó en su monumental obra Gargoris y Habidis.

Conocí a Fernando Sánchez Dragó gracias a un amigo diplomático español, quien, al haberle pedido que me aconsejara sobre libros de toros y el mundo taurino, me envió un vídeo en el que Dragó defendía la tauromaquia. «La corrida es la última cosa que se queda del mundo antiguo»: la plaza de toros como un círculo sagrado en el que el hombre y la bestia escenifican una danza, hasta el punto de que el torero adopta la apariencia del toro y el toro la expresión de un ser humano, convirtiéndose ambos en una sola cosa. También dedicó un libro a ese mundo, Volapié, que encargué directamente en una librería de Madrid. De ahí el descubrimiento de Dragó, un escritor ecléctico.

Fernando fue un «niño raro» que, a los tres años, cuando una amiga de su madre le preguntó: «¿Qué quieres ser de mayor?», le contestó: «Voy a ser escritor». Ideas claras desde niño para un niño prodigio, siempre con un libro bajo el brazo: «un libro por día». Los años en el Colegio del Pilar fueron imborrables y los más importantes, como también le gustaba recordar a Cesare Pavese. Durante tus entrevistas, Fernando, no hacías más que repetirlo, y entonces esa sonrisa que siempre caracterizó tu rostro, te marcó desde muy pequeño, cuando decías que si otros niños lloraban o se desesperaban al recibir una mala nota, tú siempre respondías con una sonrisa.

Una vida de correr, vivida intensamente, siempre subiendo la apuesta, como un matador en medio de la arena. «Mezclarse con la vida» era tu máxima hemingwayana, y empezaste en seguida metiéndote en líos, cuando te afiliaste al Partido Comunista de España junto con otros tres jóvenes intelectuales como tú, no porque fueras comunista de verdad, sino porque como recordabas en tu última entrevista, era la única plataforma para expresar el pensamiento disidente y libre. Antifranquista nunca llegaste a serlo, pese a que la guerra civil española te había arrebatado a tu padre, periodista republicano. También tuviste palabras de elogio para José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española. Nunca viviste tan libre como durante la dictadura franquista, y hasta los años de cárcel fueron para ti años de pasión intelectual, siempre en contacto con hombres «en contra», como tú.

Tu producción literaria es impresionante, escribiste cuarenta libros, miles y miles de artículos. Escritor y viajero incansable, en 1968 ya eras hippie antes de que llegaran los hippies, con aquel viaje a Katmandú, mientras Cristina, tu compañera «de esta locura'», como definías tu vida, esperaba a Ayanta, tu hija medio italiana: El camino del corazón fue un éxito editorial, reeditado en varios idiomas, que te dio el Premio Planeta en 1990. Cristina te dejaría a tu vuelta porque se la llevó el cáncer, pero te había dado a Ayanta.


Fernando, galgo corredor, ¿cuántas vidas has tenido? Demasiadas para una persona normal y quizás para un escritor. Once relaciones, tres esposas y cuatro hijos, el último Akira, a los 76 años. Has viajado de la India al Japón, has vivido y enseñado en siete países, incluida Italia, y quién sabe cuántos más. Pero para contar la historia hace falta material y, desde luego, no lo has escatimado. «Gastarse»,[1] decías. Los lectores me perdonarán este abuso de la gramática española, pero al recordar a Dragó debo recurrir necesariamente al “castellano”, porque no hacerlo sería como traicionarle. Las entrevistas que concedías eran incluso mejores que tus libros. Siempre hablabas de ti mismo. En uno que leí hace unos veranos, El sendero de la mano izquierda, exponías un catálogo de reglas para vivir bien, algunas tomadas del espiritualismo oriental, como la filosofía taoísta. «Nunca planees»1, nunca hagas planes a largo plazo, vive aquí y ahora, hic et nunc. Haz siempre las cosas con la conciencia tranquila, «en su sitio».1 «No te repitas»1 al hablar: tales son tus sentencias que recuerdo más a menudo.


 

Una vida por los libros. «Estoy más orgulloso por los libros que he leído que por los que he escrito».1 Qué frase tan hermosa viniendo de un escritor. Y también dedicaste programas a los libros, como El faro de Alejandría o Las noches blancas, con entrevistas y veladas temáticas como el misterio de Cristo, el más allá, los maestros del espíritu; tertulias televisivas que moderabas con invitados de excepción, como tu amigo Antonio Escohotadl o André Malvì.

«Estoy más orgulloso por los libros que he leído que por los que he escrito», decía Dragó

Tus citas de Julius Evola y René Guenon eran casi un guiño al entorno de una derecha metafísica. Inolvidable fue aquella entrevista con Alain De Benoist sobre la trayectoria intelectual del autor de la Nueva Derecha. En una declaración tuya de hace unos años, declinabas a tu manera una frase del filósofo francés: «Cuando una persona dice que no es ni de derechas ni de izquierdas, suele ser de derechas, y yo no soy ni de derechas ni de izquierdas». En cuanto a salir de las convenciones y cercos del conformismo intelectual, siempre estuviste más allá de los conceptos de derecha e izquierda, que considerabas obsoletos y demasiado restrictivos para una mente que amaba las ideas y repelía las ideologías. Derecha e izquierda, como enseñaba Ortega y Gasset, no son más que dos formas de llamarse estúpido.

Pensé que en uno de tus programas estaría bien verte con Franco Battiato y Manlio Sgalambro debatiendo sobre el sufismo u otros sistemas solares.

En los últimos años has denunciado la dictadura de lo políticamente correcto, el puritanismo que vuelve propugnado por la ideología woke, tu apoyo a Santiago Abascal y tu denuncia de las medidas liberticidas aplicadas por el gobierno de izquierdas de Sánchez, que te han acarreado salir de El Mundo y de la gran prensa, pero no por ello has sido menos activo y siempre has hecho oír tu voz contra los abusos del poder y la dictadura progresista. Por no hablar de tu opinión sobre los desastres de la OTAN, el imperialismo estadounidense, tu apoyo a Marine Le Pen o a Vladimir Putin, «el mayor líder vivo».


En la última época te retiraste a Castilfrío, de vuelta a tus raíces, después de haber viajado mucho, porque hoy los verdaderos aventureros no necesitan desplazarse, cuando todo está a un clic de distancia o cuando el turismo de masas ha llevado su delirio a todas partes. En un artículo que leí hace algún tiempo, decías precisamente que «la aventura ya se acabó». Allí, en tu ermita castellana, vivías en compañía de la mayor biblioteca privada del mundo (120.000 volúmenes), de tus queridos gatos, uno de tus cinco animales totémicos. como te gustaba recordar, de tu pareja y de tu hijo de diez años. También dedicaste una "novela" a tu gatp Soseki, Soseki, inmortal y tigre, y en tus entrevistas recordabas que lloraste más por su muerte que por la de tu madre... Siempre te gustó exagerar y lo afirmabas casi con orgullo. También estabas poseído por el demonio de la juventud, tomando casi un centenar de pastillas para complementar tu cuerpo y mantenerte joven.

Ahora es el momento de decir adiós, querido Fernando. Únete en el cielo a Cristina, a Soseki, a tu amigo Antonio Escohotado, viaja de nuevo con tu espíritu y, desde Castilfrío, llega a Nepal, a la India, a Oriente Medio, ve adonde quieras porque no pararás ni cuando estés muerto. Y completa tus memorias, pues aún te quedan tres libros por escribir y mucho más por contar... Lleva tu sonrisa a los dioses.

© Sfero social italiano

[1] En español en el texto. (N. del T.)

 

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