«Miradlos ahí, frente a frente», podría empezar, tomándolo del conocido verso cofradiero de Florencio Quintero sobre la Caridad del Baratillo y la Esperanza de Triana el Viernes Santo por la mañana en la calle Adriano. Que tampoco es mal sitio. Miradlos ahí: a José Gómez Ortega y a Juan Belmonte. Hoy se cumplen cien años de la muerte de Gallito ante los pitones de «Bailaor» en Talavera de la Reina. Por falta de conmemoraciones, celebraciones, conferencias, libros y exposiciones no será por lo que pase inédito este centenario, más que merecido y justificado por quienes nos proclamamos gallistas.
Centenario que yo quiero considerar por otro lado. No hay dos mejores símbolos de la dual Sevilla que José y Juan. Dos toreos distintos y una Sevilla verdadera. Dos vidas distintas, con una misma Sevilla al fondo. Empezando por la manera de llamarlos. A José, los que no eran muy admiradores le decían y le siguen diciendo «Joselito el Gallo». Para los verdaderamente partidarios fue y seguirá siendo siempre Gallito. Y a Belmonte, en su tiempo e incluso ahora se le llama en Sevilla «don Juan Belmonte». ¿Usted se imagina que alguien dijera «don José Gómez Ortega»? José y Juan son Sevilla y Triana. Con las curiosas particularidades barrocas de nuestros duales, que brindo en honor de nuestro querido Paco Robles. Ni José nació en Sevilla ni Juan nació en Triana, pero como símbolos de esas dos partes de Sevilla quedan. José nació en Gelves. Que, como Camas, es una ciudad dormitorio. Llamo «ciudades dormitorio» a aquellos pueblos de los alrededores donde nacen los toreros con los que Sevilla sueña: verbigracia, Gelves; verbigracia, Camas. Juan, que pasa por torero de Triana, nació en la calle Feria. Las cosas de Sevilla. Y el de Gelves pasa por el torero de la Alameda, a cuyos Hércules les pusieron crespones negros de luto hace un siglo, cuando su muerte. Y un chaval de la calle Feria como Belmonte pasa por más trianero que los cantes del Zurraque.
Representan dos modos de entender el toreo, pero los dos de aquí. En José, el valor, la gracia, la técnica, la sabiduría. Y la dinastía torera. José era de la familia torera de los Gallo. Juan era hijo del dueño de una mercería de la calle Feria, sin la menor relación con el toreo más que su afición. José era el campo, el toro en la dehesa y la marisma, el cortijo de la Huerta del Lavadero. Juan era la ciudad misma. La gente vio más por la calle en Sevilla a Juan que a José, que se pasaba los meses en el campo. José vivía en la Alameda. Juan, en los pisos del Cristina. Juan nos pilla quizá más cerca por lo de Talavera. A José lo mató el toro con 25 años. Belmonte murió a los 70. Belmonte sobrevivió 42 años a Gallito. Es la distancia que va de la muerte en Talavera al disparo de la pistola del suicidio en «Gómez Cardeña» en 1962. A Juan lo vieron torear, de jóvenes, en alguna reaparición, muchos sevillanos cuyos bisabuelos ni alcanzaron a ver a José. A José no lo conocieron ni los que lamentaron la trágica muerte de Juan en 1962. También unidas las dos Sevilla por la tragedia de ambas muertes. Juan revolucionó el toreo. José codificó todos sus saberes y les añadió la gracia. Óle. José, clásico entre los clásicos. Partidaria de Juan era la plaza de toros de la Maestranza, entregadita. De José, la Monumental que con Lissen se construyó frente a la Huerta del Rey, cuyos restos del derribo hasta ahora apenas conocía nadie de qué eran y quién la promovió.
Juan tuvo su Chaves Nogales y los intelectuales de Madrid que lo convirtieron en un mito. José no tuvo quien le escribiera, más que al pueblo que lo recordaba y a su hermandad de la Esperanza Macarena, que revolucionó estéticamente apoyando a Rodríguez Ojeda: «Que este año estrena/lágrimas de verdad la Macarena». Cuando murió José, vistieron de luto a la Esperanza. Cuando murió Juan, algunos pocos echaron de menos a un anónimo maniguetero del Cachorro de Triana. Pero no se crea que Sevilla olvidó tanto a José como ahora dicen algunos, en el merecidísimo rescate del centenario de su muerte. En territorio enemigo del gallismo como era la Plaza del Arenal, ningún 16 de mayo faltó desde hace un siglo que en el paseíllo sonara, en vez de «Plaza de la Maestranza», su pasodoble, en imperecedera memoria. Sonaba la memoria de la Sevilla popularísima de Gallito.
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