Gracias, Pedro Sánchez. Gracias, de verdad.
A los vigías del muro —véase este mismo medio— nos estaba costando Dios y ayuda tratar de explicar a nuestros compatriotas que lo del Gran Reinicio iba en serio, que realmente había movimiento en el desierto de los tártaros, que no eran extravagancias de un anciano iluminado llamado Schwab, ni ocurrencias de los ricachos ociosos del Foro Económico Mundial, ni teorías de la conspiración, ni manifestaciones del irregular tiroides de Kristalina Georgieva, la jefa del FMI, ni visiones de algún profeta del apocalipsis perpetuo. Nos estaba resultando dificilísimo hacer ver al español común que realmente hay en marcha un gran proceso de reconstitución del orden mundial al margen de las soberanías nacionales, que la Agenda 2030 pretende imponerse en todo Occidente, que eso que se llama ideología globalista es un fenómeno bien real, que la coincidencia plena de las legislaciones de distintos países en materia de reconversión industrial, cambio climático y demás no es un azar, sino el signo de un propósito concertado.
Hablar de todo eso, por fuertes que fueran las evidencias, se estaba convirtiendo en algo así como clamar en el desierto (de los tártaros, como en la monumental novela de Buzzati), porque invariablemente el discurso dominante trataba de reducir al absurdo cualquier exploración. “Cosas de frikis conspiranoicos”, ya sabe usted. Es verdad —nos lo enseñó Cervantes— que hay quien ve molinos y piensa que son gigantes, pero también es verdad que hay españoles que ven un gigante y se obstinan en creer que sólo es un molino, y estos últimos son legión.
El sanchopancismo es una suerte de enfermedad corporativa en nuestra clase dirigente
El sanchopancismo es una suerte de enfermedad corporativa en nuestra clase dirigente, así política como periodística. Es ese tipo de espíritu que, cuando se le presenta un incendio, tiende a pensar que sólo es “una cortina de humo”. Pero entonces llegó Pedro Sánchez. Y traía la tea en la mano.
La fastuosa presentación del plan “España 2050” por nuestro presidente del Gobierno ha sido la demostración palmaria de que el Gran Reinicio está realmente en las mentes de nuestros gobernantes. La jugada podrá salirles bien o no, pero es indudable que van a jugar. Básicamente, lo que ha hecho nuestro Gobierno es poner en una lista los tópicos fundamentales del programa globalista, aderezarlos con algunos cálculos concretos para el caso español y servir el conjunto en bandeja (de Ikea) a temperatura ambiente. Siendo Sánchez, como es, un ególatra de dimensiones infinitas, era inevitable que acabara poniéndose la túnica de profeta del gran cambio para tratar de ser el niño en el bautizo y la novia en la boda (el muerto en el entierro, por supuesto, seremos nosotros). Y con eso lo ha dejado todo claro. Clarísimo.
La España que Sánchez nos dibuja para 2050 es una perfecta definición del infierno progresista:
- Limitación estricta de derechos personales (desde la movilidad hasta la alimentación).
- Fiscalidad acentuada hasta lo confiscatorio.
- Inmigración masiva.
- Extinción de cualquier idea de soberanía nacional.
- Control oligárquico de la información.
- Proliferación de asalariados “públicos” (en realidad, estatales) sostenidos por la casta inferior de los asalariados privados.
- Desmantelamiento de cualquier estructura tradicional (empezando por la familia).
- Robotización de las relaciones sociales, etcétera.
Todo ello, por supuesto, en nombre de la sostenibilidad, la emergencia climática y demás tópicos de la ideología dominante. Y siempre al servicio del gran cambio de paradigma económico,
Del petróleo al voltio: esa nueva revolución industrial
del petróleo al voltio, que es esa nueva revolución industrial que todos tendremos que pagar. Ya se sabe que el modelo chino combina lo peor del capitalismo con lo peor del socialismo. Hacia eso nos quieren llevar.
Siempre es más fácil arremeter contra los molinos cuando constatas que, en efecto, son gigantes: eso permite ver sus puntos débiles, sus flancos más expuestos, el lugar por dónde atacar con mayor eficacia. Por eso, Pedro, gracias, de verdad.
© Posmodernia
Comentarios