“No hay ninguna controversia ni conflicto con la educación en Cataluña”. Lo ha dicho en la tribuna de las Cortes don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, IX barón de Claret, ministro de Educación y portavoz del Gobierno. Es asombroso. Es la penúltima traición del PP.
Si existe alguna certidumbre en Cataluña, esa es precisamente la gravedad del conflicto en la Educación, que desde hace cuarenta años viene siendo utilizada por el separatismo como un instrumento de “construcción nacional” (catalana). Lo sabe todo el mundo al menos desde 1990, cuando se filtró el Programa 2000 del Gobierno Pujol, que prescribía expresamente “impulsar el sentimiento nacional catalán de los profesores, padres y estudiantes”. Lo sabe todo el mundo, sí, y nadie ha hecho nunca nada. ¿”Ningún conflicto”? El señor ministro acumula sin duda muchos defectos, pero entre ellos no se encuentra el de ser un imbécil. Por consiguiente, el señor ministro miente y sabe que miente. Pero la hija única de don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, IX barón de Claret, jamás tendrá que estudiar en un colegio público de Mollerussa.
¿Por qué miente don Íñigo? Sin duda, porque la voluntad del Partido Popular –como la del Partido Socialista– es mantener el statu quo y favorecer que la educación siga en manos de los separatistas. Nada se entiende en el marasmo político de España si no se parte de la base de que nuestra democracia reposa en realidad sobre un reparto neofeudal de esferas de poder. Dentro de ese reparto, la porción que corresponde a los nacionalistas (vascos o catalanes) es tan intocable como la de las oligarquías financiera, sindical o autonómica. Es la misma razón por la que hace pocos días, en idéntica tribuna del Congreso, la diputada del PP Elena Bastidas, la misma que antes había criticado el adoctrinamiento separatista en la enseñanza valenciana, se contradijo a sí misma para proclamar que “casos aislados es posible que los haya, pero no se puede criminalizar a todos los docentes”.
¿Contradicción? En realidad, no. Simplemente, estamos ante la penúltima traición del PP. Traición a su electorado y a los principios que dice representar. ¿Enumeramos? Mantenimiento del plan Zapatero sobre ETA e institucionalización política de los terroristas, desmantelamiento de las plataformas cívicas y mediáticas de la derecha social, ejecución de una política fiscal confiscatoria y destrucción de las clases medias, consolidación de la Ley Zapatero-Aído del aborto, consagración de la ley de matrimonios homosexuales, implantación de políticas liberticidas al dictado del lobby LGTBI, mantenimiento de la Ley de Memoria Histórica… Cosas todas ellas que el PP en su día criticó y denunció, pero que Rajoy y Soraya han abrazado como propias. ¿Es preciso seguir? Faltaba alguna otra traición manifiesta sobre el asunto catalán, y don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, IX barón de Claret, nos la ha servido en bandeja. No, no hay contradicción. Sólo hay traición. Programada y deliberada.
El Partido Popular de Rajoy y Soraya se ha manifestado como lo que realmente es: no un partido de representación, sino un partido de neutralización. El objetivo del PP no es representar a la derecha social, sino neutralizarla: capturar su voto y mantenerlo cautivo bajo el miedo a que gane “la izquierda”. Y así cautiva, a la derecha social no le queda otra que resignarse a ver cómo su partido aplica la política del enemigo, ya se trate del nihilismo social o de la cesión ante el separatismo. Esta de dejar a los padres de familia catalanes a los pies de los caballos separatistas ha sido la penúltima traición. O sea que no será la última. Habrá más. Por ejemplo, pergeñar una reforma constitucional, de facto o de iure, que satisfaga las ambiciones del nacionalismo en Cataluña. Lo veremos.
El Partido Popular no merece otra cosa que ser demolido por entero y reconstruido desde los cimientos. O quizá ni siquiera eso. Bastará con dejar una pequeña columna con una inscripción que diga algo así como “La traición es la astucia de los cobardes”.
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