Es la guerra de nuestro tiempo: el yihadismo. Y cada vez que golpea, una catarata de tópicos se abate sobre la mente del atribulado ciudadano europeo. Aquí va un catálogo de verdades y mentiras sobre el terrorismo islámico.
¿Es del Daesh o no es del Daesh? ¿De verdad esto es el islam? Pero, ¿cómo, si el terrorista no era una persona religiosa? ¿No será solo un perturbado? O quizá se trata de un problema de integración social. ¿No será nuestra la culpa? Esto se arregla con diálogo y convivencia. O cerrando las mezquitas salafistas. O bombardeando al monstruo en su origen. Porque quieren derribar nuestra democracia. ¿O no? Veamos.
1. ¿Es el Daesh o no es el Daesh?
La pregunta de si un tipo que asesina a “cristianos” en el metro de una ciudad europea “pertenece o no alDaesh” no tiene más valor que el meramente policial –que, cierto, no es poca cosa- a la hora de saber a qué se enfrenta uno exactamente en un caso concreto. El Estado Islámico no es un club al que un fulano se afilie para ser yihadista. Más bien, un fulano es –o se hace- yihadista y, cuando actúa, levanta la bandera del Daesh, haya estado o no directamente en sus filas. A veces habrá estado en Siria e incluso habrá combatido en el frente; otras veces será simplemente un acomodado musulmán europeo o norteamericano que encuentra en las prédicas yihadistas del Daesh un estímulo para sus ansias asesinas. El Estado Islámico, normalmente, asumirá la autoría y acogerá al terrorista como “uno de nuestros soldados”, lo haya sido formalmente o no. Precisamente esa acogida póstuma es la mayor gloria posible para el terrorista.
El yihadismo actual no funciona como una organización jerarquizada y piramidal; eso desapareció con Al Qaeda, que empezó a emplear una estructura reticular poblada de grupos enteramente autónomos. Al Qaeda era –y sigue siendo- una organización, ciertamente, pero sólo unas pocas acciones eran decididas en la cúpula, que más bien se dedicaba a garantizar la fluidez logística: armas, explosivos, tarjetas de identidad, viajes, campos de entrenamiento, dinero, etc. y, por supuesto, la nutrición ideológica. A partir de ese momento, el terrorismo islamista empezó a funcionar de manera completamente descentralizada: una célula en cualquier parte perpetraba un atentado y acto seguido levantaba la bandera del grupo. Así Al Qaeda logró estar en todas partes sin estar en ninguna. El Estado Islámico (Daesh) sí ha querido controlar un territorio concreto –el califato de Al-Bagdadí-, y en sus filas se han formado muchos que luego han vuelto a sus países para realizar atentados, pero la estructura del yihadismo, en lo esencial, sigue siendo tan inaprehensible como en tiempos de Al Qaeda. Los grupos o milicianos aislados que reivindican sus acciones en nombre del Estado Islámico se reconocen sin duda en el yihadismo del Daesh, pero no hace falta que éste imparta la orden, ni siquiera que el terrorista haya militado en él.
El yihadismo contemporáneo ha entendido hace años que su acción será más eficaz cuanto más disperso esté el frente y cuantos menos lazos directos unan a los combatientes. Eso lo teorizó Mustafá Setmariánen su “Llamada a la resistencia islámica global” –precisamente, una crítica a lo que él consideraba exceso de centralización de Al Qaeda- y desde entonces el fenómeno no ha dejado de proliferar. En síntesis: que cualquiera pueda matar en cualquier parte, sea una célula más o menos formal, sea un simple grupo de amigos, sea incluso un individuo aislado. Ayer se mataba así en nombre de Al Qaeda y hoy en nombre del Estado Islámico. No hace falta que nadie dé la orden porque ésta ya se ha dado en el Corán, y no hace falta que nadie marque la estrategia porque ésta es muy simple: atacar. Los servicios de seguridad europeos lo saben perfectamente, aunque sus políticos no lo quieran ver.
2. “Esto no es el islam”.
Típico argumento “buenista” que intenta redimir al conjunto de los musulmanes apartando a las manzanas podridas. Es innegable que la gran mayoría de los musulmanes no son terroristas. Ahora bien, es un hecho que los terroristas de hoy sí son musulmanes. Del mismo modo, el islam no puede reducirse a la “yihad de la espada”, esto es, a la imposición de su fe por la violencia, pero la yihad violenta es uno de los rasgos específicos del islam desde hace catorce siglos y siempre ha estado presente en esa civilización. E igualmente, la experiencia –por ejemplo, en Molenbeek- demuestra que puestos a elegir entre la manzana podrida yihadista y el “infiel”, la comunidad musulmana preferirá siempre al primero.
Para marcar la oposición entre islam y yihadismo, con frecuencia se subraya el hecho de que la mayoría de las víctimas del terrorismo islamista son precisamente musulmanes. Es verdad, pero esto también forma parte del problema estructural del islam desde la Edad Media. El islam, en su curso histórico, ha ido acumulando tensiones conflictivas sin solución –es decir, a muerte- entre suníes y chiíes (desde el siglo VII) y entre musulmanes ortodoxos y supuestos “malos musulmanes” (desde el siglo XIII por lo menos). Las corrientes salafistas han reactualizado sin cesar esos conflictos al mismo tiempo que amparaban la yihad contra el infiel cristiano o pagano. Precisamente el yihadismo ha sido históricamente uno de los más serios obstáculos de la cultura musulmana para construir un orden social pacífico. La gran novedad es que ahora eso aparece en suelo europeo.
3. El yihadista es una persona religiosa.
Error. El yihadista mata en nombre de una religión, pero eso no significa que deba llevar una vida de estricta observancia de la ley coránica. Por una parte, es sabido que al militante le está permitidodisimular su fe para llevar a buen fin su empresa. Por otra, es importante recordar que el islam no funciona como una religión esencialmente espiritual, sino que posee una poderosa dimensión política inseparable de lo religioso. En el caso del salafismo, es decir, del integrismo islámico, estamos ante una teología política cuyo objetivo es la construcción de la umma, la comunidad de los creyentes, como una realidad simultáneamente política y religiosa. El yihadista no se mueve por fines espirituales: se mueve por objetivos políticos que, en su mente, son al mismo tiempo religiosos. La muerte en la yihad –darla y recibirla- le redimirá de sus insuficiencias en el plano de la fe.
4. “No es un yihadista, es un perturbado”.
Otro argumento buenista: el asesino no mata porque sea un islamista radical –nos dicen-, sino porque es un demente. Últimamente, cada vez que un yihadista mata –en Orlando o en Niza- aparecen decenas de informaciones sobre el estado mental del terrorista con el objetivo implícito de hacernos creer que estamos ante el caso individual de un psicótico. No es verdad. Ciertamente, hay que estar muy mal de la cabeza para matar como en Niza o en Orlando, pero eso no quita para que el motor que ha movido al demente sea el que es: el yihadismo, es decir, la convicción específicamente musulmana de que matando al prójimo se impone eficazmente la fe en el mundo y se salva el alma propia. Otra cosa es que este tipo de planteamientos arraiguen preferentemente en tipos con problemas de relación personal o de identidad individual. Pero no matan por perturbados, sino por yihadistas.
(Continurá en una próxima entrega.)