Una cosa es el desaparecido arte
popular, y otra "popularizar el arte"
¿Popularizar el arte?
Gerard Gual
23 de febrero de 2011
Hace unos meses, El País digital recogió unas declaraciones de Brian McMaster, presidente del National Opera Studio del Reino Unido y ex director del Festival de Edimburgo, sobre la importancia de despojar a la ópera de prejuicios vetustos y elitistas para que ésta pueda ser disfrutada “por el vulgo”. El artículo reflejaba la voluntad de propagar la ópera a un público más extenso mediante las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías (retransmisiones por cable, Internet y sus redes sociales…), un anhelo comprensible cuando la legitimidad del arte parece ser conferida por lo popular.
Todo retumbo minoritario y anacrónico hiede a clasismo reaccionario y, por ende, la ópera debe limpiarse de tal estigma, aunque para ello se deba ambientar Los maestros cantores de Nüremberg en una clase de Instituto. Este empeño democratizante, pese a su nobleza (confiemos en que sea más inocente que fingida), remite a uno de los fracasos más lamentables de la modernidad, al intento ilustrado de llevar la luz al pueblo.
La idea de culturizar a la masa se ha subvertido y la aristocratización de lo plebeyo ha derivado en la popularización de lo aristocrático. La educación estética se ha desechado por la asimilación del arte a la idiosincrasia de la muchedumbre. El discurso tradicional del “arte culto” es un quiste obsoleto y retrógrado que debe superarse; el arte decae en las apetencias ramplonas de la sociedad liberal; las élites, adalides de la vanguardia, retozan entre el esnobismo, la frivolidad y una sensibilidad impostada que las hace aún más banales que la vulgaridad imperante de la que pretenden diferenciarse. La Ilustración y su prerrogativa de facilitar una educación humanista al ciudadano para que éste pudiese acceder a parcelas antes vedadas, vira ante la dificultad de la empresa y se enturbia al deformar la naturaleza del arte para que pueda ser comprendido por el ignorante. La ópera se hace democrática, Dostoyevski se populariza (y se adaptan Los Hermanos Karamázov a cómic para que los medrosos que se marean con dos párrafos puedan acceder a los clásicos), Bach se divulga electrónicamente hipnotizado por un bombo ultrasónico, y las obras de Turner podrían salir de gira y exponerse en las fiestas de mi barrio. Seguimos con la misma cantinela, ingenua y perversa. Se lleva el arte al pueblo y no el pueblo al arte.
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