Ecologismo profundo: regresar al hogar

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El mundo en el que vivimos es hermoso y la acción devastadora del “homo sapiens” jamás podrá destruir la belleza que inunda cada rincón del Universo. Si pensamos que todo está sometido al tiempo y el espacio, estaremos perdiendo la panorámica real de la existencia. “Las ramas no nos dejan ver el bosque”. Pero, es que quizás las ramas, el bosque, la visión y el sujeto que ve son lo mismo, una única realidad. El problema del mundo actual, es la separación y la división que hacen las personas desde su perspectiva hacia fuera, hacia los demás y hacia las cosas, como un “yo” propio que actúa u observa un ente ajeno. Esta es la raíz del mal: el egocentrismo que separa y que potencia la distinción y que se aísla empequeñeciendo lo real a la única visión de su experiencia.

La tradición védica, quizás la más antigua y sabia de la humanidad, afirma que el Universo y el Absoluto son lo mismo. No hay diferencias. Sólo la mente, debido al velo de Maya, o Ilusión Universal, impide ver el mundo como es. El Universo es sagrado, una expresión de la Divinidad, y, en definitiva, la Divinidad misma. No hay, pues, diferencias entre lo material y lo espiritual, porque en esencia son lo mismo. Establecer diferencias es sólo apreciar lo ilusorio y lo aparente y enfrentarnos, de nuevo, a lo más alto.

El hombre moderno se enfrenta al mundo, no lo vive en plenitud, cuando debería tratar de integrar su yo en la totalidad. La mente moderna es esclava de sí misma y de sus prejuicios y es incapaz de conocer la realidad auténtica, que se le escapa a su pequeño entendimiento. Esta visión parcial provoca distorsiones de comprensión y conocimiento sobre lo que acontece, tanto sobre sí mismo como sobre lo que le circunda, abocándose a establecer categorías, y aupándose al borde del precipicio de la necedad y la locura.

Pero se puede superar la visión parcial de las cosas y buscar lo más grande en lo más pequeño, y a la inversa, y tratar de que el flujo cósmico de la Eternidad nos llene con su halo divino. Se podrá objetar que el mundo es una realidad en perpetuo cambio, y es cierto, todo se mueve, desde la escala atómica a la cósmica. Pero, si nada se detiene, también es cierto que hay un sentido y un orden que hace posible la existencia, como el eje que sostiene en quietud el movimiento de los radios de la eterna rueda de la vida.

La mente humana debe volver atrás y purificarse en la calma quieta de la meditación. Esta es la vía para controlar y pacificar el ánimo y comprender que el escenario de la vida es sólo eso, un escenario en el que muchos personajes actúan y viven su papel. Desgraciadamente, pocos se dan cuenta de la trampa del teatro del mundo. La vida es sueño, decía el gran Calderón de la Barca. Efectivamente, un sueño del que sólo se despierta (Satori, Nirvana, Iluminación...) cuando la mente se purifique y capte la esencia del Absoluto en todo lo que existe. Ser es conocer, dice el viejo adagio hindú.  

No se trata de rescatar nada ni de reencantar el mundo. El mundo es lo que es, siempre lo ha sido. No depende de nuestros pensamientos, porque lo Absoluto no es alcanzado por nada. Hölderling decía que los dioses se han ido y nos abandonado. Quizás habría que pensar, yendo al corazón del problema, que es el hombre el que ha dejado de lado a los dioses, fruto de una vanidad ególatra nacida siglos atrás, principalmente en Occidente. 

Debemos superar la visión dualista moderna para entender que nosotros y nuestro entorno somos lo mismo, y que todo es el Absoluto. No es necesario detenerse aquí si el Universo es eterno o ha sido creado, cuestión que se dejará para otro artículo. Pero, sí es necesario resaltar que todo es un único cuerpo, una red infinita en la que todo está conectado e íntimamente unido. Conocer la unidad es ser la verdad y descubrir el porqué de las cosas. Y esto significa comprender que en esencia  no somos distintos unos y otros y que lo que nos rodea exteriormente es, también, lo que nos constituye por dentro. Surge así el respeto por todo lo existente, porque, en definitiva, el espacio infinito es sagrado de por sí y olvidarlo significa dolor y sufrimiento para nosotros mismos y para los demás.

La Realidad es inmutable y habita en cada poro, en todo el cosmos infinito, desde la partícula subatómica más pequeña a la galaxia más colosal. No puede ser de otra manera, pues es el sello que confiere la vida y el orden a la existencia. La Realidad es, en última instancia, lo único cierto y es de por sí lo que es, independientemente de que nos guste o no, de que la comprendamos o no. No depende de nosotros, pero ningún ser puede vivir ni existir al margen de la Verdad.  

En los últimos años una fiebre ecológica recorre el mundo. De nosotros depende que el amor a la Naturaleza sea puro y no se someta a intereses de grupos de presión, políticos, económicos, mediáticos, etc. Sin embargo, mientras no sintamos que el Universo entero es sagrado y reflejo de lo absoluto, y que nosotros somos Eso, las cosas seguirán igual o peor, porque seguiremos viendo la Naturaleza, recordando las reflexiones de Heidegger en sus largos paseos por el bosque, como un cúmulo de mercancías con las que se puede comerciar. Y amar y respetar la tierra es amarnos y respetarnos a nosotros mismos, sin condiciones.

El ser humano lleva mucho tiempo alejado de sí mismo. No es tarde para intentarlo y, tras recorrer las sendas de la sagrada tierra, recogerse en el calor del hogar.

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