"Pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, mirones clandestinos, fetichistas de la mugre, cobardes y acomplejados". Así calificaba hace pocos días el director de la cadena SER, Daniel Anido, a sus rivales ideológicos. Ahora que se ha deshecho la espuma del salivazo progresista, reflexionemos. ¿Por qué y cómo puede alguien con responsabilidades públicas –la dirección de la primera cadena de radio del país- recurrir a tan hediondo arsenal? Descubriremos que se trata de un típico reflejo de la retórica progre. Análisis de discurso.
Empecemos poniendo el asunto en su contexto. La generación progre tiene un problema, y es que encarna en sí misma un apabullante fracaso histórico. En nombre de la libertad apoyó a regímenes dictatoriales que ejecutaron las mayores matanzas que la humanidad ha conocido. En nombre de la igualdad ha terminado proponiendo políticas de discriminación que crean una nueva casta de privilegiados. En nombre de la emancipación sexual alentó una “liberación” que se ha traducido en la multiplicación exponencial de la industria pornográfica. En nombre de la tolerancia ha desarrollado un sectarismo de lo “políticamente correcto” que es profundamente intolerante. En nombre de la educación predicó planes de enseñanza que han creado generaciones enteras de hombres y mujeres sin formación. En nombre de la libertad de costumbres favoreció cosas como el consumo de drogas, que se ha traducido en una atroz esclavitud. Y así sucesivamente.
Del brutal choque con la realidad ha surgido un estilo retórico muy singular, cargado tanto de odio como de victimismo, y doblado todo ello con un injustificado (pero que muy injustificado) sentimiento de superioridad moral. Ahí cabe la tremolina del docto Anido: "Pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, mirones clandestinos, fetichistas de la mugre, cobardes y acomplejados". El grado cero de la inteligencia, el grado diez de la retórica.
El lenguaje del odio
Semejante carga de odio no sorprenderá a quienes conozcan, siquiera sea someramente, los gruesos anaqueles de la literatura panfletaria moderna. Ejercicios como el de Anido son particularmente abundantes desde la Revolución francesa, y muchos de ellos traslucen su misma falta de talento. La subliteratura republicana española, por ejemplo, pertenece al mismo género. Hay en el texto de Anido muchos rasgos que lo emparentan con los panfletos jacobinos contra los vendeanos y con las atrocidades frentepopulistas contra la Iglesia; todo nace en el mismo humus ideológico.
Pero si los términos del ataque no sorprenden, llama sin embargo la atención el oscuro mecanismo psicológico del autor, que expele proyectiles de odio contra alguien a quien al mismo tiempo acusa de extender el odio, de manera que el denunciante asume la misma actitud que reprocha al denunciado. Este mecanismo psicológico, que en vano se intentará fundamentar en actitudes racionales, se llama proyección: uno reprocha al otro lo mismo que uno hace. En el plano de la subliteratura política, es muy característico de la fase “soviética”, cuando el asesino de masas, para justificar su acción, acusa a la víctima de asesinar a las masas.
A partir de este momento, la invectiva deja de poseer valor objetivo, la realidad material desaparece, se prescinde de los hechos y entramos en una fase de construcción imaginaria de las cosas, es decir, en una fase propiamente mítica del relato político, donde el equilibrio psicológico del individuo naufraga. Privado de referencias materiales, objetivas, fácticas, el sujeto sólo vive en la medida en que logra acompasar su acción al mito político. El resultado frecuentemente desemboca en la demencia. Es el caso de aquellas víctimas de las grandes purgas stalinistas que, ante el tribunal, pedían su propia ejecución por haber traicionado a la Revolución; en un plano menos luctuoso, pero quizá más trágico, vale el caso de esos mozalbetes atiborrados con sobredosis de subliteratura revolucionaria que golpean y aterrorizan a la gente en nombre del pacifismo.
Cuando el discurso ideológico abandona la realidad de los hechos, las palabras se convierten en objetos sólidos que sólo valen por su peso fonético o por sus connotaciones secundarias, no por su semántica real. “Pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, mirones clandestinos, fetichistas de la mugre, cobardes, acomplejados”. Son palabras que en realidad sólo tienen valor en la medida en que despiertan determinadas reacciones emocionales en el autor y en el público que comparte su mismo sentimiento. Fuera de esa tribu léxica y, desde luego, fuera de ese contexto, son palabras que carecen de relevancia, y lo mismo podríamos sustituirlas por “húsares, autocaravanas, queso de Cabrales, zapatilla, cedro y luminaria”.
Un aspecto importante del rosario –con perdón- de insultos de Anido es la insistencia en el aspecto sexual. El valiente tribuno no llama a sus enemigos “fascistas”, “explotadores”, “capitalistas”, “reaccionarios”, etc., términos tópicos de la vieja literatura de izquierdas, sino que recurre al vocabulario de la vida sexual. Esto tiene su importancia porque incide en la transformación del discurso de izquierda en los últimos años, que derivado desde lo económico hacia lo genital. Pero de eso hablaremos otro día.