Rajoy dice que se queda. Con los números en la mano, es lo suyo. Pasado el momento de los festejos, el PSOE tiene razones para ser prudente. Los resultados objetivos no dan para orgasmos de Zerolo. ZP podrá gobernar con más comodidad ahora, porque tiene más escaños, pero su aumento de votos ha sido muy pobre: apenas cuarenta mil respecto a 2004, mientras que el PP ha crecido más de cuatrocientos mil. Es la primera vez que un partido gobernante, en su segunda legislatura, ve reducida su distancia respecto a la oposición.
El debate que se ha trasladado a la opinión pública está bastante viciado, porque parte de supuestos que no se valoran adecuadamente. El primero de esos supuestos es que Zapatero ha ganado, de lo cual se deduce que la población avala mayoritariamente sus políticas. Y Zapatero, en efecto, ha ganado, pero es imprescindible examinar cómo, por qué y quién le ha votado. El segundo supuesto es que la derecha ha perdido, de lo cual se deduce que el país valora negativamente el trabajo de la oposición. Y Rajoy, en efecto, ha perdido, pero es imprescindible levantar acta de su formidable apoyo social, que ha superado el de cuatro años atrás.
Los hechos
Zapatero ha vencido por una causa no del todo previsible: la abundante incorporación de voto comunista y separatista. Esto lo sabe todo el mundo y para comprobarlo basta con ver los resultados en detalle. Si Zapatero ha conseguido esa incorporación –insistimos, no fácilmente previsible hace tres o cuatro meses- es porque ha movilizado en su favor el voto radical bajo el argumento del miedo a la derecha. ¿Estaba justificado ese miedo? Ya hemos visto que, en la lógica izquierdista, sí, porque el PP ha ganado votos. Lo cual, por su lado, nos permite sacar otra conclusión avalada por el escrutinio: la derecha, con todo en contra, no sólo no se ha visto desgastada por su papel de oposición, sino que ese papel la ha hecho crecer significativamente.
Demasiados análisis interesados están pasando por alto este punto: acabamos de vivir cuatro años durante los que todos los días, todos, ha habido declaraciones de algún portavoz del poder, repicadas hasta el hastío por todos los grandes canales de televisión, acusando a la derecha de extremista, fascista, reaccionaria, antipatriota y “crispadora”; cuatro años en los que todos los días, todos, se ha tendido alrededor de la derecha social, política y cultural un “cordón sanitario” que ha llegado al extremo de promover detenciones ilegales de militantes del PP o de pedir la cárcel para historiadores incómodos. Y a pesar de ese clima de intimidación, de violencia sorda –y a veces, material-, la derecha ha votado masivamente, se ha reafirmado en su opción política mayoritaria –el PP-, ha sumado medio millón de votos a su bolsa y ha recuperado algunas posiciones en terrenos tan complicados como Cataluña y Andalucía. Con el mapa en la mano, es difícil decir de dónde podría sacar más votos el PP. La derecha ha perdido las elecciones, pero llamar a eso “fracaso” distorsiona la realidad. Por eso Rajoy ha decidido quedarse.
Las conclusiones
La realidad del tejido nacional, a la luz de estas elecciones, es la siguiente. Hay once millones cien mil votantes que respaldan a Zapatero (un 43,64% del cuerpo electoral), de los cuales una porción decisiva –no menos de medio millón- le ha prestado su apoyo para que deshaga España. Enfrente hay diez millones doscientos mil votantes (un 40,11%) que está expresamente contra las políticas de Zapatero y que ha apoyado al PP a pesar de cuatro años de violento bombardeo mediático; no será ilegítimo añadir a estas filas los 300.000 votos de Rosa Díez, que parecen muy verosímilmente haber restado más al PP que al PSOE.
De aquí hay que sacar las conclusiones adecuadas. Evidentemente, la derecha debería ser capaz de ganar para sí el apoyo de una porción del voto socialista; Rajoy está demostrando carecer de esa capacidad, y eso ha de mover a reflexión. Pero, con la misma fuerza de evidencia, la izquierda debería ser consciente de que no puede gobernar contra más de un 40 % de los españoles, y menos aún si tenemos en cuenta el potencial literalmente suicida –desde el punto de vista nacional- de parte de la base electoral socialista.
Si las bases electorales de la izquierda parecen firmes –con las reservas expresadas-, las de la derecha no lo son menos, y puede decirse que lo son aún más. El PSOE tiene enfrente a una media España extraordinariamente sólida y con una gran cohesión interna, que ha soportado cuatro años de aislamiento y presión sin ver mermada su fuerza. En ese paisaje, sería una auténtica locura promover políticas de enfrentamiento, es decir, las políticas que han caracterizado hasta ahora a Zapatero y que, por otra parte, son las mismas que le van a exigir al PSOE sus sectores más radicales. Al contrario, los pasos que dé el nuevo Gobierno deberían estar guiados por la prudencia. Otra cosa es que ZP sea apto para tales ejercicios. ¿Quizá por eso amaga Rubalcaba con marcharse?
Próximas entregas de “Paisaje después de la batalla”:
Mañana: La misión de Zapatero
El jueves: La derecha: el problema no es Rajoy