La entrevista que ZP ha concedido a Pedro J. Ramírez en El Mundo confirma los juicios más oscuros sobre el presidente. La forma en que Zapatero explica su iniciativa de “proceso de paz” con ETA, y las razones de su fracaso, retratan al personaje: indigencia moral, ineptitud política, frivolidad, irresponsabilidad… Todo ello envuelto en vacíos lugares comunes sobre las “causas nobles” y en esa lamentable tendencia adolescente a culpar a los demás de los errores propios. La verdad: por miedo, los españoles, en vez de luchar, han puesto su vida en manos de un incapaz. Lo decía Felipe Jacinto Sala, un olvidado clásico del XIX español, catalán, en su fábula El árabe y el camello: “¡Desdichados los pueblos/ que su bravura y dignidad abdican!”.
Todo el misterio estaba en si Zapatero actuaba como lo ha hecho porque poseía alguna información especial y personalísima, algo que sólo él sabía y no se podía revelar, o si la puesta en escena del “proceso de paz” con ETA era realmente lo que parecía y lo que los observadores mejor informados estaban diciendo: una locura, una frivolidad o un error de cálculo (o las tres cosas a la vez). Después de la entrevista que Zapatero ha concedido a Pedro J. Ramírez, publicada este domingo en El Mundo, el misterio se desvanece: no había ninguna confidencia indecible, ningún secreto guardado bajo llave en Moncloa, ningún conejo en la chistera. Todo ha sido tan banal y bobo como parecía: Zapatero ha metido la pata. Y ha ido a hacerlo en el asunto más grave de la política nacional.
Irresponsabilidad
Lo que deja literalmente pasmado al ciudadano es el despliegue retórico con el que Zapatero intenta protegerse para eludir el castigo. Por ejemplo: "Yo creí que existía un terreno para poder llegar al final dialogado de la violencia (…) ¿Quién es consciente de qué posibilidades pueden darse en la última fase de una negociación para llegar a un acuerdo?". Es asombroso. ¿Cómo que “quién es consciente”? No lo es usted que me lee, ni yo, ni el tendero de la esquina, pero a un presidente del Gobierno hay que exigirle que lo sea; de hecho, ese es precisamente su trabajo. Dando la vuelta a la frase, pero sin alterar su sentido, lo que Zapatero viene a decir es esto: metí al país en el trance de la negociación con ETA –es él quien emplea la palabra “negociación”- sin saber qué posibilidades de éxito teníamos. Eso se llama irresponsabilidad.
A lo largo de toda la entrevista, Zapatero insiste una y otra vez en su buena voluntad y en su deseo de evitar muertes. Podemos aceptárselo, claro: "Mi principio ético era agotar hasta el último suspiro para evitar que hubiera más víctimas". Muy bien, pero, ¿era ese su deber? Cuando uno está en la cúspide del poder ejecutivo, tiene a su disposición recursos y medios que van mucho más allá de la buena voluntad. El deseo de evitar muertes no puede, bajo ningún concepto, conducir a nadie a ponerse en manos de quien las provoca, porque, en ese caso, se otorga al asesino una nueva baza. De ahí a la claudicación sólo hay un paso, y realmente cuesta entender que a Zapatero le pasara desapercibida la situación de extrema fragilidad en la que estaba metiendo al Estado. ¿Finge o es que de verdad es tan inepto?
Uno de los aspectos más relevantes de estas declaraciones es el elevado número de veces que Zapatero contradice las sucesivas versiones oficiales del Gobierno sobre las negociaciones con ETA. Por ejemplo, ZP acepta tácitamente que el Partido Socialista estaba “contactando” con ETA-Batasuna en el País Vasco mientras, en Madrid, firmaba el Pacto Antiterrorista con Aznar. Es una traición clamorosa que, sin embargo, el presidente ofrece como contribución a la paz: “Fue un encuentro, un simple encuentro. (…) No se puede considerar diálogo político. (…) Todo el mundo sabe que fue un encuentro y usted sabe que hubo contactos de distintas personas que querían contribuir a la paz". En otro momento añade: "Sinceridad radical. Nosotros tuvimos un número elevado de reuniones que nunca he negado". ¿Sinceridad? ¿Como la que exhibió cuando la firma del pacto antiterrorista? El Diccionario reserva una palabra menos grata para actitudes así.
Petulancia y mentira
En la entrevista le preguntan por su atroz patinazo del 30 de diciembre de 2006, cuando anunció tiempos mejores y, a las pocas horas, ETA hacía estallar la T-4 de Barajas matando a dos personas. Las respuestas de Zapatero apuntan, una vez más, a la nula entidad política e intelectual del presidente, que parece ignorar lo que todos los estadistas del mundo saben cuando de terrorismo se trata. Dice el presidente: "Resultaba inconcebible para cualquier demócrata, para cualquiera con sentido común, que en un proceso abierto en el que el diálogo se mantenía, hicieran una barbaridad como la de la T-4 como elemento de presión (…) Aun sabiendo que tienes enfrente a un grupo terrorista, no era pensable que pudieran cometer una acción como ésa". ¿Cómo que resultaba “inconcebible”? Cualquiera que haya estudiado mínimamente las estrategias del terrorismo –y en los aparatos del Estado tenemos muy buenos conocedores del percal- sabe perfectamente que los terroristas, por definición, matan: es su única arma y la emplean al servicio de sus propios fines sin ninguna otra consideración; precisamente por eso no caben paños calientes. Pero Zapatero confiesa ignorar aquello que todos los demás, desde los tiempos de Carrero Blanco hasta los de Mayor Oreja, pasando por Rosón y Barrionuevo, sabían sobradamente. Y no será porque, a lo largo del “proceso”, no haya habido voces que lo dijeran alto y claro. ¿Por qué no se escucharon esas voces? Aquí se añade, sobre la irresponsabilidad, la petulancia de quien cree poseer claves y poderes que ningún otro hombre tuvo jamás.
Nunca se entenderá que, después de lo de la T-4, el Gobierno insistiera en buscar negociaciones con ETA. Lo hizo, pese a los desmentidos gubernamentales, que Zapatero demuestra falsos en esta entrevista. El Gobierno mintió, sí; el “proceso” no estaba “suspendido”, como dijo el propio ZP, ni “roto”, como declaró Rubalcaba. Era el momento de preguntarle por qué mintió. Pedro J. no lo hace. Quizá tampoco fuera preciso. Y es el presidente quien toma la palabra para tratar de eludir la responsabilidad: las negociaciones "continuaron con una situación ya muy deteriorada, muy deteriorada. Y fue debido al deseo de instancias internacionales (…) Al ver que tenían toda la buena voluntad de que pudiera verse la luz al final del túnel, de que aquello no fuera el fin". Sorpresa sobre sorpresa: ¿Instancias internacionales? ¿Por qué no dice cuáles? ¿Porque son inconfesables –y si es así, por qué- o porque es, una vez más, falso? Y si es cierto, ¿cómo es posible que el presidente del Gobierno haga depender nuestro principal problema interior de los sentimientos o intereses de “instancias internacionales”?
Mientras las “instancias internacionales” empujaban hacia la paz, dentro, en España, las oscuras fuerzas del mal empujaban hacia la guerra. ¿ETA? No. El PP, claro. Zapatero es recurrente en la culpabilización del Partido Popular, responsable –según la singular lógica zapateril- del fracaso del “proceso”: "¿En definitiva qué pasó? Que me entregué a una causa noble, desde principios nobles. Que pedí ayuda y no la tuve. (…) Se puede buscar cualquier excusa, pero tengo la convicción absoluta de que Rajoy no ha querido apoyarme en la política antiterrorista. (…) Porque no la compartía, por lo que fuera… Rajoy no ha querido apoyarme". Oh, el pobre presidente del Gobierno, frustrado en sus nobles principios por la falta de apoyo del cruel líder de la oposición. Los padres con hijos adolescentes conocen bien el proceso mental: el niño coge el coche sin permiso, se mama, estrella el vehículo contra una farola, pasa la noche en el cuartelillo y después, ante el psicólogo, declara que sus padres no le comprenden. ¡Vaya usted a paseo, hombre!
Dice otras cosas Zapatero en esa entrevista, algunas patéticas, otras tragicómicas. Las patéticas: por ejemplo, que buscaba "la paz con ETA pero a la vez preparaba la confrontación". Las tragicómicas: por ejemplo, que "he sido consciente del riesgo político". En conjunto, la impresión general que recibe el lector es que los españoles han confiado su vida, durante cuatro años, a un enorme inepto convencido de que podía hacer lo que le diera la gana en nombre de principios simplistas que un par de buenas lecturas le habrían ayudado a superar.
Y una reflexión más a fondo: ¿Serán capaces los españoles de revalidar su confianza en un personaje así? ¿Llegará su incultura política y su cerrilidad visceral hasta el extremo de premiar con la reelección al mandatario más flojo y menos de fiar de cuantos nos han gobernado desde los tiempos de la I República? Aquí es donde cabe recordar aquel poema, El árabe y el camello, del hoy ya olvidado Felipe Jacinto Sala. Decía así:
El potente camello
perdió en la esclavitud su bizarría;
el árabe, su dueño, especulando
en su docilidad, le tiraniza
y carga atroz le impone
cuando ve que le dobla la rodilla.
¡Desdichados los pueblos
que su bravura y dignidad abdican!
Cuanto más se prosternan
y al despotismo su cerviz humillan,
mayores cargas sufren,
más crueles tiranías.
España siglo XXI: país camello.