25 años del primer triunfo socialista
Y Felipe hizo España a su imagen y semejanza
Hoy estamos flipando tanto con Zapatero que el recuerdo de Felipe se nos hace casi dorado: “Aquél si que era un hombre de Estado, un buen socialista”. Nada nuevo bajo el sol: todo tiempo pasado fue mejor, y, por otro lado, todo socialista de antaño o del extranjero nos parece siempre, en todas las épocas, mejor que el socialista español de hogaño. Pero la verdad es que la España que hoy tenemos, la que votó a ZP en 2004 (como la que votó a Aznar en 1996 y en 2000) es hija del felipismo, de aquellos casi catorce años de hegemonía socialista en la vida española. Para lo bueno y para lo malo, Felipe hizo España a su imagen y semejanza. Conviene recordarlo ahora, cuando se cumple un cuarto de siglo de aquella histórica victoria de 1982.
28 de octubre de 1982, González y Guerra en el balcón de Ferraz, victoria histórica sobre la base de 10 millones de votos y, además, apoyada en todos los grandes resortes del poder que funcionaban (y funcionan) en España y en Europa… Llegó Felipe. Después, OTAN y Rumasa, Comunidad Europea y GAL, crecimiento económico y corrupción, ampliación de servicios sociales y paro en masa… Las luces y las sombras arrojan claroscuros que presentan distintos matices según el observador. Se marchó Felipe en 1996, aunque no quería. Dejó el poder, pero España era, psicológicamente hablando, felipista. Sólo se podía votar PSOE Puede hacerse un paralelismo tal vez algo vertiginoso, pero no infundado: del mismo modo que Zapatero jamás habría ganado de no mediar los atentados del 11-M, Felipe jamás habría conseguido una mayoría tan apabullante de no haber mediado el golpe del 23-F. La diferencia no está tanto en el suceso como en la reacción que ocasionó en el país: si ante el 11-M España se rompió, ante el 23-F España se unió. Fruto de esa unión fue el voto masivo al PSOE en 1982, convertido desde el golpe en única alternativa posible. (Atrás deben quedar las necesarias preguntas sobre el papel que realmente jugó el PSOE en aquella enorme conspiración. Esta historia tal vez nunca se sabrá del todo, pero limitémonos a una serie de constataciones: quien estaba pidiendo a voces un golpe de timón no era una extrema derecha ya residual, sino figuras clave del sistema como el honorable Tarradellas; nadie habría opuesto demasiada resistencia a un movimiento como el que, al parecer, auspiciaba Armada, más institucional que violento; si el 23-F fracasó, ello fue porque ese no era el golpe que sectores muy influyentes del sistema estaban acariciando, sino otra cosa muy distinta y, con total probabilidad, provocada por los servicios de información precisamente para abortar otras maniobras de mayor altura). Que el PSOE era, desde el 23-F, la única alternativa posible, decía. Veámoslo de este otro modo: era también el único lugar hacia donde el país podía huir (hacia delante) una vez cerrada la vía derecha por el autohundimiento de UCD y por el chafarrinón de los espadones, simétrico este último de la desconfianza que inspiraba el Partido Comunista en un mundo donde todavía existía el Muro de Berlín. La cuestión era que o bien uno tenía convicciones muy propias de la derecha, y entonces votaba a la AP de Fraga, o bien uno era un ciudadano común y corriente, moderado y sensato pero progresista y moderno, y entonces sólo podía votar al PSOE. ¿Por qué? Porque el PSOE se había convertido en “lo que había que votar”. Todo el voto no ideológico se pasó en masa a Felipe. Él lo ideologizó; al menos, a buena parte de él. El inconmovible macizo de la raza Merece la pena detenerse aquí. En todas las sociedades, y desde luego en España, funciona lo que podríamos llamar la “mayoría neutra”, que es la que, en condiciones de normalidad socioeconómica y paz civil, prevalece siempre. Conquistar a esa “mayoría neutra” es el objetivo primordial del político que quiere asentar una hegemonía duradera. Dionisio Ridruejo, poniendo el asunto en el contexto del franquismo, hablaba del “inconmovible macizo de la raza”. Y en efecto, el franquismo duró casi cuarenta años y el dictador murió en su cama porque el “inconmovible macizo de la raza” estaba cómodo con el régimen y (o) tenía pavor a un cambio. Ese macizo inconmovible secundó mayoritariamente al Rey, a Suárez y la transición porque, en ese momento, eran la garantía de paz y normalidad. La aguda crisis económica y el 23-F rompieron tales garantías, y entonces fue elegido Felipe González. Felipe dejó de resultarle atractivo al inconmovible macizo de la raza porque los crímenes de Estado y la corrupción rompieron la paz civil, al mismo tiempo que el paro y la quiebra financiera del Estado habían roto la normalidad socioeconómica. Entonces se escogió a Aznar, la única alternativa posible, y éste devolvió a España paz y normalidad hasta el punto de ser reelegido con mayoría absoluta. A Aznar se le quebró la paz civil el 11-M, y entonces hubo una mayoría que escogió a Zapatero. Hoy… Hoy el Gobierno intenta por todos los medios, y todos los días, convencernos de que hay paz civil y normalidad socioeconómica. Y ese inconmovible macizo de la raza, ¿qué ideología tiene? Propiamente ninguna. Pero reacciona conforme a los valores y principios que se imponen como convenientes, mayoritarios o, simplemente, “correctos” (aquí reside la fuerza de la denominada “corrección política”). El político que está en el poder sabe que la idea que se hace la gente acerca de la normalidad y la paz (digamos el bienestar) presenta unos u otros colores según el enfoque con el que se mira. Generalizar el enfoque propio, el que uno tiene, se convierte entonces en una tarea de primer orden para asentarse en el poder. El franquismo fracasó estrepitosamente en la tarea; en los años sesenta, la sociedad ya era más “moderna” que el régimen. El socialismo, después de 1982, tuvo un éxito mucho mayor. Conceptos como “progreso”, por ejemplo, pasaron a convertirse en dogmas incontestables. Incluso el propio concepto de “izquierda” devino en algo casi mágico, que todos querían compartir. Felipe hizo a España a su imagen y semejanza en el sentido de que los valores y principios de la sociedad pasaron a ser, poco a poco, los del socialismo en el poder: una idea primaria de la igualdad (entre hombre y mujer, entre profesor y alumno, entre delincuente y víctima, etc.), una identificación del progreso con la ruptura de cualesquiera órdenes tradicionales, un concepto asistencial y un tanto caciquil del Estado… La España que eligió a Aznar en 1996 era mucho más de izquierdas, en su mentalidad cotidiana, que la España que eligió a Felipe en 1982. La España que dejó Aznar en 2004 seguía siendo, en ese sentido, de izquierdas. Lo seguirá siendo incluso si el próximo marzo vota mayoritariamente a Rajoy. Y el PP, probablemente, no tendrá vigor para rectificar los valores y principios que son mayoritarios en España; los que sembró Felipe González a partir de un 28 de octubre de 1982.
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