Yolanda Díaz y la sumanda coalición piden que el aborto sea un derecho constitucional, como en Francia. O sea, pretenden que seamos igual de salvajes incivilizados que en el gabacho país, donde hasta la “extrema derecha” de Le Pen ha votado a favor de esa barbaridad. En España, como somos menos brutos pero más imaginativos, seguramente se aproveche la ocasión para exigir que otras intervenciones quirúrgicas menores, como el aumento de mamas, y determinados trastornos propios de la mujer, como las molestias menstruales, determinen igualmente el derecho constitucional a su efectivo tratamiento. Lo nuestro es pedir, que el Estado proveerá. Polémicas ético-políticas aparte, seguimos viviendo en una sociedad donde acabar con la vida de seres humanos en el seno materno es un derecho indiscutible —cosa que puede tener su explicación y su debate, no lo niego—, al tiempo que desprender un nido de golondrinas de un balcón, cuando los pajarillos están en África y no se enteran del estropicio, merece multa de hasta 200.000 euros. Somos así, un disparate que camina sobre dos patas y boca adentro guarda dientes. Y hablando de dientes, a ver cuándo se declara constitucional el derecho a una buena dentadura.
Respecto al aborto, no se atropellen los fanáticos partidarios: por el camino que lleva la católica iglesia, en unos años será declarado sacramento. Todos felices.
Y, como muestra, un botón