Y una cierta moral nos privó, tantos siglos, de las playas

Estamos, al menos para los lectores españoles, en verano. Se impone, pues, un artículo como éste: ligero y ameno; pero que también nos hace pensar sobre las implicaciones y consecuencias de la prohibición que durante tantos siglos pesó sobre el cuerpo de hombres y mujeres.

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Hace no mucho tiempo, unos 250 años, las playas en verano se encontraban exactamente igual que en invierno: completamente vacías. Al mar se le repudiaba y temía. No había ni niños jugando en la arena, ni jóvenes zambulléndose en el mar, ni encantadoras señoritas y caballeros intentando coger un poco de color. Nada de nada. Y para ver a los primeros valientes que se atrevieron a aparecer por las costas a bañarse, primero vestidos, y después con pesados trajes de baño de más de tres kilos, hubo que esperar ni más ni menos hasta el siglo XIX.

La historia de cómo se superó esta estigmatización es cuanto menos curiosa. A ella se llegó como consecuencia del legado de la antigua Roma , donde sus habitantes utilizaban las zonas costeras como lugar de cura, ejercicio y, también, de disfrute de los placeres carnales. Esta última práctica fue la que provocó su prohibición en la Edad Media , ya que de épocas anteriores se han hallado mosaicos, como los del siglo IV de la villa siciliana de Piazza Armerina, en Cassale, donde pueden verse representadas muchachas de familias acomodadas bañándose con trajes de dos piezas llamados «strophium», formados por un calzón y una banda sostén, casi a modo de bikini.

Quién iba a decir que esta moda pudiera perderse en el tiempo y no reaparecer hasta que, a mediados del siglo XX, el ingeniero de automóviles y renombrado diseñador de moda Louis Réard volvió a crear de nuevo este bañador de dos piezas de la antigua Roma: el famoso bikini que se convirtió en todo un icono en el cuerpo de actrices como Brigitte Bardot y Ursula Andress.

El mar, una cura infalible

Pero así fue. La costumbre de bañarse en el mar fue estigmatizada durante toda la Edad Media. Las playas fueron consideradas lugares donde se promovían vicios perniciosos y que había que desterrar. Aún incluso en el siglo XVI, a los estudiantes de la Universidad de Cambridge a los que se sorprendía bañándose en el mar se les azotaba. Y si eran cazados por segunda vez, se les expulsaba.

Comenzó a verse algo de luz en 1621, cuando el médico Robert Burton escribió que el mar podía combatir la tristeza y la depresión en su obra Anatomía de la melancolía. Pero el cambio principal se produjo en el siglo XVIII, cuando se extendió la tesis de que el mar era beneficioso para la salud y curaba enfermedades como la tuberculosis, artritis, depresión, tumores o los dolores más variopintos. «Cada tratamiento debe terminar con un baño frío de mar. [...] Esto conduce de gran manera a una cura perfecta», escribió en 1750 el doctor inglés Richard Russell , uno de los pioneros en recetar los baños en la playa, y cuyo libro se agotó en tan solo un año, algo inusual para la época.

La idea se extendió y, poco a poco, se fueron acercando a la playa los primeros enfermos de la aristocracia, que comenzaron a desprenderse de sus prejuicios, bañándose, eso sí, vestidos. Pronto se hizo necesario crear una prenda específica para esta actividad. Los primeros trajes siguieron los mismos principios que los vestidos de la calle en lo que se refiere a las mujeres, las cuales, además, tenían que ir acompañadas hasta la orilla y no debían bañarse en las mismas aguas que los hombres, para que estos no las vieran.

Los pocos historiadores que se han ocupado de este tema hablan de la reina de Francia, Hortensia de Beauharnais , como una de las primeras en lucir un traje de baño «moderno» en 1812. Hecho de punto y en color marrón chocolate, su atuendo consistía en una túnica de manga larga que cubría una camisa bordada y un pantalón turco que se ceñía en los tobillos. Este atuendo estaba acompañado por una carlota, gorro similar al de dormir.

Bañándose vestidas

El primer modelo de Hortensia, sin ningún tipo de connotación erótica y con las formas femeninas completamente ocultas, fue la base para los diseños del siglo XIX, con los que apenas se podía distinguir si las bañistas se habían metido en el mar vestidas o con algún atuendo especial para el agua.

Entre 1846 y hasta la Primera Guerra Mundial , el modelo constaba, con pequeñas diferencias, de varias piezas: un corpiño ajustado, cuello alto, mangas hasta el codo y falda hasta las rodillas, debajo de la cual iba un pantalón. Tan aparatoso era que, mojado, llegaba a los tres kilos. Y aún más llegaron a alcanzar las versiones posteriores, cuando se cambió el punto por materiales más pesados, como la franela o la sarga, y se añadieron plomos a las faldas para evitar que se subieran al entrar al mar. O cuando se usaron enaguas cortas de tafetán, conocidas como « enaguas de lavandera », para mantener la forma del traje incluso mojado.

En 1840 surgieron los primeros «shorts» para hombres, que carecían de elástico y que, cuando se empapaban, se caían hasta los tobillos. Para evitar esta situación embarazosa, Charles Goodyear diseñó en 1844 un modelo de una sola pieza, que cubría de pies a los codos y no corría el peligro de caerse. Estamos hablando de una época en la que estaba prohibido ir hasta la playa en traje de baño y se exigía a los hombres y mujeres llevar vestimentas que no dejaran nada al aire, bajo la amenaza de ser llevados a juicio si incumplían la norma.

Tal es así que incluso en 1907 Anette Kellerman , la nadadora de natación sincronizada, fue a las playas de Boston y cometió el «delito» de llevar un traje de baño ajustado que mostraba brazos, piernas y cuello. Fue detenida por exposición indecente y su bañador fue considerado el modelo más ofensivo de la historia hasta la década de los 20. Pero, gracias a ello, por lo menos consiguió protagonizar varias películas , incluida una autobiográfica.

Tras la Gran Guerra

Después de la Primera Guerra Mundial, la práctica de los baños en el mar había perdido ya su exclusiva concepción medicinal y, además, se había masificado, gracias entre otras cosas a la expansión del ferrocarril. Esta evolución fue paralela al diseño de trajes de baño más cómodos, ligeros y, sobre todo, más estéticos, incluyendo detalles como los encajes, los galones y los colores más vivos.

El largo fue reduciéndose hasta la rodilla, las mangas haciéndose más cortas y el escote bajando hasta situarse encima del pecho. En 1921, Jantzen Knitting Mills lanzó el primer modelo de traje de baño elástico de una sola pieza, que incluso alcanzó gran popularidad en un concurso de belleza celebrado en Atlantic City. Todo un hito.

Pero tuvieron que pasar aún 25 años para que apareciera el famoso bikini, que supuso quizá la mayor revolución de esta prenda a lo largo de su historia (si obviamos el hecho de que, como dijimos, se usaba en la Roma antigua). Pero sirva como ejemplo del impacto de este diseño que, en 1946, Réard no encontró modelo dispuesta a lucirlo y tuvo que recurrir a una «stripper»: «Su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini», le dijo, dando nombre a este bañador. La estética se había finalmente impuesto.

© ABC

 

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