Estatua de Colón derribada en Venezuela

Hasta el Gobierno se ha hartado

En Gran Bretaña ya los blancos se hartaron del racismo antiblanco

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A veces, cuando uno menos se lo espera, va y salta una buena, incluso una excelente noticia. Como ésta: se está desarrollando en Gran Bretaña un serio movimiento de repulsa contra la ideología woke. Suponemos que, a estas alturas, la inmensa mayoría de los lectores de EL MANIFIESTO sabrán de sobra lo que encubre semejante palabreja (algo que ignoran el 59% de los británicos, y ya no digamos qué porcentaje sería el de los españolitos). En cualquier caso, por si alguno de nuestros lectores todavía lo ignorara, recordemos que woke, que en lenguaje corriente significa simplemente “despierto”, es una palabreja lanzada por el movimiento racista Black Lives Matter para calificar a los “despiertos” o “espabilados”, a los listillos, en fin, ante las pretendidas injusticias raciales, xenófobas, homófobas, machistas, heteropatriarcales, etcétera que dicha gente dice combatir mientras se dedica a derribar estatuas de los descubridores y libertadores de América y a prohibir las obras maestras de nuestra literatura y de nuestra música, desde Homero (véase este artículo) hasta Beethoven (véase este otro artículo).

Hasta ahora, el delirio de quienes están empeñados (y empeñadas) en destruir la civilización sólo era combatido por gente como Vox, como el periódico que está usted leyendo y otra buena y minoritaria gente por el estilo. La noticia que a uno le alegra el día es que, por primera vez que se sepa, ciertas élites están tomando por fin cartas en el asunto.

Cuidado, sin embargo; no echemos demasiado pronto las campanas al vuelo, pues la cosa aún adolece de importantes limitaciones. La reacción en contra del delirio woke sólo concierne a Gran Bretaña y sólo afecta al Gobierno y a una parte de las élites de ahí. Sí, en efecto, a una parte de estas vergonzosas élites que llevan años fomentando el wokismo o encogiéndose como mínimo de hombros ante sus degeneraciones. Todo eso es cierto. Pero qué quieren, entre lo que hasta ahora había y lo que ahora hay, la diferencia no deja de ser casi como entre el día y la noche.

En un artículo de Carlos Fresneda publicado en El Mundo se informa de cosas tan sorprendentes como que 

En los tabloides británicos el wokismo ya se ha convertido en un término peyorativo

en los famosos tabloides británicos el wokismo ya se ha convertido en un término peyorativo «usado hasta la saciedad para descalificar a los “espabilados” o “entendidillos” que han llevado demasiado lejos sus principios», escribe el periodista, y dejemos de lado que intente salvar los muebles de la ideología woke hablando de «haber llevado demasiado lejos sus principios», cuando es evidente que desde el principio están podridos los principios (valga la redundancia) de tal ideología.

Dicho artículo también nos informa del nombramiento como Secretaria de Cultura de Nadine Dorries, la cual ha sido colocada al frente de la cruzada anti-woke lanzada por el Gobierno y que tiene a la BBC como principal objetivo al que combatir. Nos enteramos asimismo de las declaraciones efectuadas por el presidente del Partido Conservador Oliver Dowden, quien denunció que «la ideología woke está llegando a todas partes y constituye una peligrosa forma de decadencia en nuestra sociedad». Una decadencia tanto más peligrosa cuanto que semejante ideología se ha infiltrado profundamente «en nuestras escuelas y universidades —declaró el mismo líder político—, en nuestras facultades de ciencias sociales y de ciencias puras, en nuestras empresas y en nuestras instancias gubernamentales». Y no en cualesquiera de estas últimas, pues el mismo Dowden advirtió —señala el periódico—

La ideología woke ya se ha infiltrado... hasta en las agencias de inteligencia

de que «el virus se ha propagado ya a las agencias de inteligencia», donde un reciente opúsculo, titulado Misión crítica, previene «contra el uso de palabras como “fuerte” o “dominio”, las cuales pueden servir para “reforzar los valores culturales dominantes”».

Y como la lucha es a muerte entre quienes pretenden derribar «los valores culturales dominantes» —es decir, los valores de la civilización— y quienes los defendemos con toda nuestra fuerza (usemos la palabra prohibida), uno no puede sino alegrarse de que se produzca semejante reacción. Por moderada que sea.

Siempre he afirmado que, desde el punto de vista de sus propios intereses, nuestros enemigos están llevando las cosas tan inmensamente lejos, están tirando tantísimo de la cuerda que ésta puede acabar rompiéndoseles entre las manos. Ojalá sea éste el caso.

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