Y la democracia se convirtió en payasada

François Bousquet, redactor jefe de la revista « Éléments » y fundador en París de la librería-editorial La Nouvelle Librairie, nos habla del proceso por el que la democracia degenera en payasada, y el mundo en oclocracia: ese poder de las masas.

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¿Está en la naturaleza de la democracia degenerar en una farsa, como predijeron los griegos?

El futuro lo dirá. Lo importante es el cretinismo de las mentes y la simultánea conversión de la política en un carnaval. Hay que leer a los Antiguos para comprender la magnitud del fenómeno. La democracia griega nos ha dejado páginas candentes sobre la degeneración de la política; unas páginas que preferimos mantenerlas alejadas para no detectar los signos de nuestra propia decadencia.

La democracia siempre degenera en oclocracia

La democracia siempre degenera en oclocracia. Pero es imposible sacar un número Éléments  que se titulara “Contra la oclocracia”. No sabemos pronunciar la palabra, y mucho menos escribirla. ¿Es el nombre de un medicamento o de una enfermedad? De una enfermedad, obviamente. La enfermedad de la democracia que degenera en el poder de las masas 2.0: la democracia de los likes, de los emoticonos, de los me gusta-no me gusta, de la barra de bar on line, de la cancel culture, del “Fóllate a tu prójimo o prójima”. Etcétera.

Al decir esto, no se trata de condenar al pueblo ni de exonerar a las élites, que no son menos corruptas, sino de admitir que los de arriba y los de abajo están afectados por el mismo coeficiente de corrupción. Lo que los griegos no previeron, porque separaron la degeneración de las élites (oligarquía) de la del pueblo (oclocracia), nosotros lo experimentamos cada día. Las democracias modernas, liberales y representativas, regímenes mixtos por excelencia, han fusionado ambas cosas. Vivimos hoy bajo el signo de una doble revuelta: la de las masas, como la describió Ortega y Gasset en 1930, y la de las élites, como la concibió Christopher Lasch en 1994. Estamos en el cruce de Ortega y Lasch. No puede haber una revuelta de las masas sin una revuelta de las élites, y viceversa. Van de consuno. Al Gran Reseteo de la democracia planetaria le corresponde el delirio de QAnon; al wokismo de la izquierda, la obsesión conspiranoica de la derecha; a las manipulaciones del Big Data, les responden los humores incontrolables del “gran animal” del que hablaba Platón. No nos cansamos de citar a Gramsci: “El viejo mundo está muriendo, el nuevo mundo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstruos”.

 

 

¿Y Donald Trump? ¿Lo ves con simpatía? ¿O lo consideras un bufón y un payaso?

Si fuese estadounidense, habría votado a Trump en 2016 y 2020, pero sé que en 2024 tendría que elegir entre una chica del tiempo trans interseccional y un campeón de lucha libre dopado con hormonas de crecimiento. ¿Quién, después de esto, detendrá la huida hacia la bufonocracia y la payasocracia? Ambas completarán el fin de lo político, su transformación en política-espectáculo y, con mayor seguridad aún, su destitución y su desacralización. El circo será su Parlamento, y los hijos de Trump la atracción principal.

La capital de este mundo ya no estará en Washington, sino en Las Vegas

La capital de este mundo ya no estará en Washington, sino en Las Vegas. La fuerza de Trump habrá sido obligar a todo el mundo a posicionarse respecto a él, a copiarlo o a llevarle la contraria. Trump ha comprendido mejor que nadie nuestra época oclocrática. Es incluso su estándar dorado. Ha puesto el listón muy alto. Es el mayor artista contemporáneo de nuestro tiempo, un showman nato. El “arte contemporáneo” no puede competir con él. Donald Trump está infravalorado en el mercado del “arte”: debería batir récords en Christie's y Sotheby’s. ¿Qué instalación de Jeff Koons puede equipararse a su instalación gigante y XXL en la Casa Blanca? Koons, incluso en los brazos de la Cicciolina, sigue siendo un trader anoréxico que infla globos de helio y los vende a precio de uranio. Trump es Godzilla. In Godzilla we trust! Una especie de Gulliver silenciado, drogado con anabolizantes de gloria, con un tupé que ahora es más emblemático que el de Elvis Presley. Un saltimbanqui genial. La historia de los saltimbanquis se pierde a través de los tiempos, pero en el principio estaba su Verbo viral: subyuga a las masas, mientras que la Palabra las salva. Trump tiene la fuerza de todos los odios que despierta y de las rabias —incluida la mía— que federa. Es un hacker, en el sentido de piratear un sistema informático. Es el Sistema lo que él ha pirateado. Su poder era el de un hacker. El Sistema tuvo que movilizar todo su software antivirus para paralizarlo, cerrando incluso todas sus cuentas. Trump habrá convertido la política en un combate de lucha libre. La lucha libre es el arte contemporáneo de los paletos, si estamos dispuestos a admitir con Tom Wolf que el mercado del arte contemporáneo es la Super Bowl de los ricos. A cada uno lo suyo, pero esto es arte contemporáneo, no clásico. Es lo propio de la oclocracia, no de la democracia.

© Éléments

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