Quien nos iba a decir que acabaríamos teniendo que defender a las feministas, porque ya no tienen quien las quiera ni las defienda. La fiscalía de Madrid ha pedido que se cite a Lidia Falcón por un presunto delito de odio cometido con ocasión de una entrevista en la que dijo que “desde hace tiempo, los trans están haciendo campaña por la pedofilia”.
¿Acaso pensaban que a base de tanta discriminación positiva se podía llegar a algún lugar digno? El feminismo tuvo su razón de ser mientras se limitó a pedir lo que era justo y congruente: la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Sólo hasta entonces fue coherente porque, desde que en las Constituciones se estableció el principio de igualdad y de no discriminación por razón de sexo, la conquista ya estaba hecha. Sin embargo, una vez alcanzado el principio, el feminismo no se quiso disgregar, prefirió seguir haciendo política radical y, poco a poco, se disolvió en los movimientos izquierdistas, supuestamente progresistas. Ahí lo tuvimos junto con los jesuitas en vaqueros, los ecologistas “en acción”, los antitaurinos y esos presuntuosos que se siguen llamando a sí mismos “los intelectuales”; formando parte de las izquierdas indefinidas (las que no tienen la forma de un partido político), manifestándose contra la pseudoderecha pepera y pidiendo el voto para el PSOE a cambio de subvenciones.
La discriminación positiva es la tumba que las feministas empezaron a cavar para enterrar el feminismo. La sinrazón conduce a múltiples sinrazones. No quisieron aceptar que su función había terminado y se unieron a las fuerzas del izquierdismo que propugnan la ingeniería social, sin darse cuenta de que habían perdido el control de su propio destino. Que la ley favorezca a las mujeres es lo mismo que establecer una casta de privilegiadas. Justo lo contrario de lo que ellas defendían desde el mismo momento de la fundación del feminismo (la igualdad entre sexos), a través de la Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls, allá por 1848.
Cuando se cae en la contradicción (y no se es capaz de salir de ella) ya todo está perdido. Es una de las consecuencias que tiene el pertenecer a la raza humana. El homo sapiens es el único mamífero racional y, por eso, no se puede permitir ser inconsecuente. Los únicos pecados que realmente no puede cometer el hombre son faltar a la lógica y al principio de realidad.
Tal y como la define el diccionario, la lógica es “el método o razonamiento en el que las ideas, o la sucesión de los hechos, se manifiestan o se desarrollan de forma coherente y sin que haya contradicciones entre ellas”, todo lo contrario de lo que, como sabemos, está haciendo el feminismo desde hace varias décadas, pidiendo la desigualdad donde antes exigía que hombres y mujeres fueran iguales.
El principio de realidad, más allá de lo que significa para la teoría del psicoanálisis —que lo contrapone al principio del placer, como un binomio regulativo que rige el funcionamiento mental—, se podría resumir con la siguiente frase: lo que no puede ser no es y además es imposible. Los movimientos izquierdistas, tanto los definidos (partidos políticos) como los indefinidos (todos los demás, incluido el feminismo de la última ola),
Los movimientos izquierdistas iniciaron hace más de treinta años una cruzada contra la naturaleza humana
iniciaron hace más de treinta años una cruzada contra la naturaleza humana. A través de la praxis marxista desean alumbrar una nueva especie de seres donde la raza y el sexo queden desdibujados. Esto sólo se puede conseguir por medio de la ingeniería social, cuyas herramientas fundamentales son la política y el Derecho. En la medida en que una buena parte del feminismo ha quedado atrapado, e incluso absorbido, por el transgenerismo, dio una vuelta de tuerca sobre sí mismo, faltando a la lógica de las cosas y al principio de realidad. El transgenerismo considera que el sexo (al que llama género para tratar de evitar contradicciones racionales) no es una distinción biológica, sino un constructo cultural e histórico de la sociedad.
Cuando el feminismo se saltó su propia lógica, abrió la puerta a la ruptura del principio de realidad. Empezó a decir que los hombres y las mujeres debemos ser iguales, no solo jurídicamente, sino también social y, a ser posible, naturalmente. Como esto último no es factible en el reino de la realidad —que es el mismo que el de la Naturaleza—, una parte de las feministas se embarcó en la guerra del lenguaje que, como bien saben los filólogos marxistas (empezando por el propio Stalin, que escribió una obrilla sobre la materia), es el único medio sobre el que —por el momento— se puede actuar (el lenguaje, a su vez, es un medio para transformar las mentes). El plan es que esto continúe, progresivamente, hasta que se consiga una alteración cromosómica del ser humano, de tal envergadura, que haga desaparecer la diferenciación y la reproducción sexuales. De acuerdo con Hughes, el género es un concepto de la ciencia del leguaje, que ha sido trasplantado al campo de la lucha identitaria, que la mayoría de la gente denomina “corrección política”.
Por tanto, como ya no se puede ser al mismo tiempo feminista tradicional y políticamente correcta, no nos va a quedar más remedio a los derechistas racionales, políticamente incorrectos, que salir a defender caballerosamente a las pocas feministas auténticas que van quedando en este mundo. Y habrá que hacerlo, como si fueran dulcineas, aunque en el fondo sepamos que no son más de aldonzas lorenzo. Vivimos unos tiempos tan tremendos que no nos podemos permitir remilgos.
Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es La Derecha (Almuzara, 2020).
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